Les Routes

Capítulo 17: Cuenta regresiva

20 de Julio, 2021

10:36 AM - Ocañydorp

 

Una última noche en observación es suficiente para que Valeria deje la clínica, pero deberá volver en reiteradas ocasiones para llevar control sobre la herida en su cabeza. Se marcha con Erin a su hogar. La mujer causa en ella una sensación de seguridad. Es cálida como las fogatas que solía prender en Isnett, y amigable compañera como los perros que veía en la calle y siempre quiso tener. Con un gramo de desconfianza pero dos de tranquilidad, ahora está con ella. Y duda si puede cambiar de opinión.

 

Una vez en la casa de Erin, la pequeña choza es un hogar sin lujos. Acogedor y rebuscado. Toman un té de hierbas que ella misma cosecha, mientras platican y se instalan. La casa solo cuenta con una cocina-comedor, un baño y una habitación. En el lugar se respira aire con aroma antiguo, a madera y césped, solo hay un placar y en su interior poca ropa. El techo es de paja y las paredes de piedra y barro. Una cocina a gas de garrafa es el lugar donde prepara comida, unos estantes fabricados con tablas es la alacena, un banquillo en una esquina es el único asiento. El piso erosionado de tierra es un poco irritante, incómodo al pisar. Según la señora Erin, así es como la empieza a llamar Valeria, la pequeña choza ha soportado mucho con los años, sin derrumbarse. Además de que el clima por allí no es salvaje. Ella parece tener unos setenta años, apenas puede moverse, ahora Valeria la ayuda en lo que puede. Con una juventud alegre y dispuesta, nota que a Erin le duelen las rodillas.

 

Mientras preparan el almuerzo, la señora ve un anillo de color en rojo en el dedo meñique de Valeria. Y sin previo aviso sujeta su brazo para que detenga lo que está haciendo, cortaba cebollas, luego toma su mano y por último acaricia suavemente su dedo, más bien, el anillo.

 

—Esto me trae recuerdos, yo tenía uno igual de joven.

 

La luz rosa del atardecer se filtra entre los finos huecos del pajar del techo haciendo resaltar el verde dentro del hogar. Valeria no se había percatado que era poseedora de esa peculiar joya y un brazalete de plata con la palabra -Hermanos- grabada. Cuando nota ambos objetos, los observa fijamente un momento. Como si sus ojos hicieran un acercamiento en cámara lenta. Pero una vez más, su cabeza duele. La sostiene con ambas manos mientras hace una expresión y sonido de dolor. Quejidos. Otra lluvia de imágenes en su mente se hace presente acabando poco a poco con la amnistía. Como una cinta de película prendiéndose fuego en su interior. Quema. En ellas puede ver a un chico con lentes sosteniendo su brazo mientras coloca el brazalete. A su vez, le llegan recuerdos de un chico recostado a su lado colocando el anillo en su meñique a la par que ella expresa con las palabras más dulces que ha dicho y cómo lo ha dicho "Nunca olvidaré este día". 

 

Siente una sopa de letras en su corazón y un acertijo en su mente. Valeria exhala con fuerza mientras vuelve a la realidad. Está de rodillas en el suelo. La señora Erin, preocupada, solo podía preguntar a gritos si algo le pasaba o dolía. Entre temblores y falta de aire relata las imágenes que vio en su mente. Se sientan y piensan. Es como un código. A continuación Valeria dice que no recuerda a esas personas pero pudo sentir lo que sentía en esos momentos, una felicidad tan grande que no se puede explicar, es inmensa y se ha borrado de su sistema. Se pregunta a sí misma si vale la pena recordar, es algo que por ahora no tiene respuesta. Hay algo que no está en su lugar, una falta, un vacío.

 

Luego de unos minutos, más tranquilas, y con Erin terminando de cocinar, Valeria está sentada recapacitando como una balada reflexiva. Piensa en el todo. En la vida y su sentido. Con un ademán sobre su labio. Tantas cosas se han perdido además de su memoria. ¿Hay algo malo que valga la pena pasar para llegar a ese final feliz? ¿La vida es así? No tiene sentido. Entonces, mirando ambas joyas recuerda lo anteriormente dicho por la señora. Pregunta por ello al mismo tiempo que piensa que la vida no tiene sentido, el sentido se lo da uno.

 

—¿Así que usted tenía un anillo igual, señora Erin? —lo contempla.

 

—Oh, sí, pero es una historia muy triste, ¿quieres oírla igual? —Valeria asiente con la cabeza y Erin comienza su relato sentándose a su lado—. Cuando yo era joven, amaba los deportes, aunque ahora apenas pueda caminar. Antes fui muy dinámica y llegué a ser famosa con una compañía ambulante, no duró mucho pero fui feliz. Esas carreras lastimosamente no duran más que unos años, la mía fue hasta los treinta y uno. En ese entonces yo tenía cabello largo, no corto como ahora, y de color borgoña. En la única gira solista que tuve mostrando mi talento, en una de mis actuaciones cuya ciudad ahora no recuerdo el nombre, lo conocí a él. Un apuesto joven de cabello negro como la noche, tenía rizos encantadores que cubrían su cabeza y ojos verde oscuro. Fue instantáneo lo que sentimos. Después de que actué hablamos durante horas. Pero había un problema, era hijo de aristócratas. Lo nuestro era un amor prohibido, su familia y amigos no me aprobaban por ser pobre, ¿el novio de una chica con vida ambulante? No iban a permitirlo. Pero a él no le importó, y a mí tampoco. Cuando estábamos juntos el mundo a nuestro alrededor desaparecía, éramos felices, ¿por qué nos importaría lo que reprochan? Decidimos seguir nuestra relación a escondidas. Vivíamos en distintos lugares y teníamos distintas carreras, pero siempre nos hacíamos un tiempo para viajar hacia el otro y pasar aunque sea un segundo a su lado. Fue hermoso. Contrario a lo que muchos pensarían, la distancia solo era un problema porque nos extrañábamos con locura. Un día cuando cumplíamos años de pareja me regaló un anillo como el que llevas, forjado según bromeamos, por los mismos ángeles. El hilo rojo, así llaman a un hilo invisible que une a las personas, éramos tan jóvenes… Creíamos que duraría por siempre. Pero el por siempre solo existe en los cuentos. Todo cambió cuando quedé embarazada. Él estaba a dos años de recibirse. Quería que me fuera a vivir con él, pero su familia nuevamente me desaprobó y amenazaron con desheredarlo a pesar de ser hijo único. Quiso abandonar todo para irse conmigo a un lugar que podamos estar juntos, pero yo no podía permitirlo. Comencé a pensar que sus padres y amigos tenían razón y yo solo estaba arruinando su vida, así que me alejé. Me vine aquí después de eso. Huí como una cobarde sin decir nada. Las personas que viven en Ocañydorp son tan amables, me ayudaron a construir esta casilla y en todo lo que necesité. Tuve a mi hijo sola en esta casa. Abandoné los deportes, y todo lo que conocía para que él no me volviera a encontrar. A su lado dejé el anillo que me regaló mientras dormía y una carta para que supiera que mi amor por él era verdadero y tan grande que prefería su bienestar, aun si eso significaba que no estemos juntos. Crié como pude a nuestro hijo. Amor, estudios y comida nunca faltaron. Pero mi niño quería más. Cuando creció y se hizo mayor, quiso saber de su padre y tuve que contarle esto. Se molestó demasiado, me dijo que nunca iba a perdonarme haberlo apartado de tener un padre, con más razón siendo millonario y haberlo criado en la pobreza. Se fue a buscarlo, y con él se llevó unos objetos que serían de utilidad para reconocerlo, incluyendo una carta que escribí. Esa fue la última vez que vi a mi hijo. Aunque no es un objeto, lo más valioso que se llevó cuando se fue, fue mi corazón, el corazón de una madre angustiada por su pequeño. Quizá así de triste y decepcionado se sintió mi amor cuando lo dejé. ¿Karma? Quizá, quizá me lo merecía.




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