Letras Perdidas En Esta Ciudad

Un último trago

El aire aquella tarde se tornó calmo y extraño, aún sin arreglarme y en la soledad de mi balcón observaba los últimos rayos del sol de aquel día, el último día del año. Ese último día que era imposible ponerle un sentimiento entre muchos que se albergan.   

Aquella tarde era diferente, era un aviso de la vida, me decía; aprende a soltar, aprende a vivir, pero sobre todo aprende a aceptar. Aceptar lo que vino y lo que vendrá, agradecer después de todo porque a pesar de muchas cosas seguimos aquí, sigo aquí.  

Marco pasó esta noche con su familia como en años anteriores y se marchó con una sonrisa en el rostro deseándome que tenga una linda noche. Paula me había invitado a compartir con ella y su pequeña familia, pero aún no me decidía en acudir o no. A la final no deseaba ir, denegué su invitación y me puse un pijama para continuar en el balcón, era más entretenido que las cuatro paredes de la sala.  

Morya se había marchado a compartir con su padre esta fecha y fingiendo estar bien rechacé su invitación excusándome que iría donde Paula. Les había mentid a todos en beneficio todo y esto no me hacía sentirme mal, después de todo, peores mentiras hemos de guardar cada uno.  

No sería el primer año que lo paso sola, pero este era diferente, se sentía diferente. Y el frio calándome los huesos me lo decía. Recordaba que por muchos años nos limitamos a realizar diversas cosas por la sociedad, por quienes nos rodean e incluso por uno mismo. Pero ¿De qué nos servía si nos hacía felices a nosotros y a ellos sí? ¿Era su felicidad más importante que la mía? Claro que no, nunca lo será.  

De todas mis cartas solo unas pocas no tendrían un destino, porque, aunque deseara estas no podrían llegar al cielo o a aquel lugar donde están los que se nos adelantaron. Aquel cielo inmenso que entre tantas estrellas se esconden quienes amamos y que por circunstancias de la vida ya no nos acompañan. Como pedir que se asomen un poco y verlos sonreí y reír a nuestro lado por unos pocos minutos más. Y aunque crecí con mi abuela sigo extrañando a mis padres, que por circunstancias de la vida no tuve la suerte de conocer teniendo conciencia, y me reconfortaba, de que ellos si me vieron antes de marcharse y se llevaron consigo la imagen de su hija. Quiero creer que si ambos estuvieran aquí todo sería diferente, desde la vida hasta las risas serían diferentes.  

Sonreí tristemente creyendo que la muerte se había enamorado de esta familia y se ha llevado a todos de a poco, tomándose su tiempo para disfrutarlo y que cuando extrañaban a alguno de nosotros aquí en la tierra les pedían que nos llevara consigo para estar más felices allá, y la muerte sin poderse negar les cumplía aquel deseo.  

Siempre he creído que me llevará a mí a temprana edad, de eso estaba segura.  

En las calles mientras las personas avanzaban desaparecían con un paso apresurado deseando llegar antes de que en el reloj suenen las doce campanadas que anuncian en año nuevo, entre risas, felicidad y tristeza se abrazarán unos mejores días aún sin conocerlos, pero con esperanzas de mejores.  

Las personas seguían vivas simplemente porque nunca perdíamos esperanzas hasta en las peores circunstancias, eso era lo que imperaba la vida de nosotros, yo guardaba esperanzas de muchas cosas, y sé que todas guardan alguna en su remota alma.  

Las cábalas de año nuevo generarán risas entre aquellos que compartían esta noche, muchos intentaban no atragantarse con las doce uvas puestas en la mesa individualmente, otros deseando correr con la maleta por toda la ciudad si era necesario porque su único deseo en su corazón ha de ser escapar de este lugar, pero muchos de ellos no sabían que lo único que deseaban era escapar de ellos mismos.  

Los niños aún con sueño se mantendrán despiertos con las ganas de apreciar en el cielo las luces que brillan y entre estruendos aún abrazados a sus padres sonreirán deseando ver cada día más, sin tener conciencia de que aquello que se veía espléndido en la inmensidad de la noche causaba daño en el diminuto planeta, pero nadie podría culparlos porque ni nosotros los adultos aprendíamos aquello. 

Pero estas fechas también tren tristeza para aquellos que se quedan en la esquina y que aun estando rodeados de muchos se sienten solos en ese bullicio de risas, solos por que quienes aman ya no están, esos miran el cielo preguntándose el por qué aquellos ya no están, deseando que a las doce horas duela menos, pero no saben que en el transcurso de los días dolerá más pero que tendrán que aprender a vivir con el dolor y la soledad. Ellos en su silencio desearían haber sido ellos y no los demás, y les costará aprender que tenían una misión en esta vida y por eso quedaron, por eso quedamos aún vivos. 

Me había pasado las horas en aquel balcón con frio mirando el cielo cuando las personas desparecieron, sin mirar el reloj ni el celular me había perdido en el silencio y el compás de mi respiración. Me había preparado algo suave para comer porque las energías no daban para más y en mi rebeldía y tristeza me había comprado una botella de vino con la necesidad de tomarme solo una copa.  

Un último trago que era más que alcohol, era mover un poco los límites de mi vida aún sin sobrepasarme, pero deseaba brindar por quienes no están.  

Un último trago a la vida.  

Con mi cabeza apoyada en mis rodillas sonreí levemente cuando los fuegos artificiales empezaron a alumbrar el cielo nocturno, entre el silencio que existía pude sentir la algarabía que debería haber en cada hogar, las felicitaciones, las risas y la felicidad, y en silencio las lágrimas que ruedan en aquellos, lágrimas que también rodaban por mi rostro mientras me perdía en el espectáculo que en su belleza destruía de más.  

Y cuando las luces se apagaron la pequeña sonrisa que mantenía desapareció, mi celular empezó a sonar con mensajes de aquellos que me consideran, una llamada me hizo sonreír y aún sin ganas de responder lo hice.  




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