Letras Perdidas En Esta Ciudad

Lo que nosotros vivimos

Carlos

No sabría como empezar este capítulo, pero quiero que sepan que es para mí un placer poder ser partícipe de este maravilloso libro y culminar la historia que Odalys ha deseado plasmar en estas letras, no sé si se han percatado pero estos capítulos ya no son extensos, ya no tiene fecha, ya no tienen orden. Ese orden lo ponía ella, y ya no está, pero me encargaré de hacer estos finales, de los mejores.

Esta no es una historia triste y ustedes lo saben.

Ahora les contaré lo que ellos vivieron, mejor dicho, lo que nosotros vivimos.

Aquella noche del jueves 1 de febrero a la casa de Paula llegaba Gonzalo con las manos temblorosas y varios sobres en manos que decían lo siguiente:

En ustedes me quedo

De: Odalys

Cada uno con destinatarios diferentes para cada persona de aquel hogar, hasta para Stella en un futuro.

Y aunque ninguno de los presentes había abierto aquel sobre, sus cuerpos se desvanecieron al sentir que algo andaba mal.

A aquellas horas de la noche con el sobre en manos por la mente de Paula pasaban miles de imágenes de aquel día donde le preguntaba a Odalys el destino de estas cartas, ahí pudo entender que no eran para la supuesta galería que iba a crear, era algo más, una despedida.

Con la mirada de Oscar y Gonzalo encima de ella se apresuró por abrir el sobre y empezar a leer aquellas palabras escritas con su linda caligrafía, con su esencia en trazos llenos de sentimientos.

Fue cuestión de minutos para que Paula cayera desconsolada en los brazos de quien amaba y con el corazón roto debido a la lectura, a la poca lectura que llevaba.

Pocos minutos más tarde, bastante lejos de la casa de Paula, Morya ante su sorpresa, se levantaba a medianoche con una intranquilidad en su pecho. Buscó por todas partes de su departamento a Odalys, su mente y cuerpo se fue despertando ante el miedo de que algo le haya sucedido al no encontrarla y esa sensación de culpa lo empezó a invadir.

No la encontró en ninguna de las habitaciones y salió apresurado de su departamento para ir al mío. Golpeó la puerta hasta cansarse, pero tampoco obtuvo respuesta. Aquella respuesta que buscaba se encontraba en un sobre tendido en el piso a los pies de la puerta principal de su hogar, la misma que yo me había encargado de dejar ahí.

Y al igual que el sobre de Paula lo único que cambiaba en este diseño era el destinatario.

Para ambos el mundo parecía caérseles encima mientras las letras avanzaban, me contaban lo de aquella noche con lágrimas en los ojos y al detenerse a mitad de la carta sonrieron al ver que Odalys les dejaba experiencias aun sin estar presente.

Les dejaba su arte sin estar presente.

¿Cómo alguien podría pensar todo esto mientras su cuerpo y su mente estaban ya cansados?

¿Cómo alguien dejó de preocuparse por lo que sentía para centrarse en pensar lo que sentirían los demás?

Esa era Odalys, esa era Oda.

Esa misma noche Paula cargada de mil emociones encima se dirigió hacia el lugar donde alguna vez fue la primera audición de las dos guiada por la carta y acompañada por su marido y Gonzalo en el silencio de la noche. Aquella habitación se recreaba igual que como hace años la recordaba. Y en el centro de esta una silla con una hoja ligeramente doblada que decía:

“Este es mi final, pero por mi mente solo pasan los comienzos de nuestra historia” O.G

Aquellas palabras hicieron que el alma se rompiera en mil pedazos, fueron los brazos del amor de su vida quien la sostuvo de nuevo hasta que las lágrimas no rodaron más, hasta que su cuerpo se calmó y se armó de valor para continuar leyendo lo que faltaba.

Con zapatillas, el cabello alborotado y con el frio calándole los huesos, Morya corría por la ciudad en busca de aquel sitio con la esperanza en su pecho de que ahí estaría ella, que la encontraría y le iba a decir que era una broma de mal gusto, de muy mal gusto.

Pero no fue así.

Aquella galería perteneciente a Odalys se encontraba en soledad y siguiendo únicamente las salas iluminadas Morya llegó hasta aquel cuadro y lo miró de frente. Esta vez ya no lo vio de la misma manera, no le pareció estúpida la chica, al contrario, la veía a ella encerrada y limitada ante su enfermedad y que aun así de su corazón irradiaba colores y su alrededor fuera de lo gris era maravilloso.

—Que valiente chica.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas al ver que su artista favorita no se detuvo orgullosa al pensar que la habían alagado a ella.

Sus piernas automáticamente se movieron hasta donde le regaló la experiencia más bonita que había vivido. Ahí se encontraban las dos sillas vacías y el caballete sin lienzo. En la silla que alguna vez ocupó Odalys se encontraba de igual manera una hoja ligeramente doblada.

La tomó y la leyó.

“No buscaba sorprenderte aquella noche, pero si pudiera retroceder el tiempo volvería a pedir que este fuera nuestro comienzo”

Morya sabía que le quedaba carta por leer, pero se quedó en la soledad de aquella habitación los minutos que fueran necesarios con los ojos cerrados y recordando a la chica que tenía en su corazón.

¿Cómo continuara con la vida? Se preguntaba ahora que ya no estaba.

Leyó lo que faltaba de la carta y se dirigió hasta aquel último lugar, el departamento donde ella habitó.

Aquel departamento que iluminaba a quienes llegaban esta vez se encontraba apagado, y la habitación con llave era esta vez su cuarto y con la puerta abierta y la luz encendida se encontraba todo lo que la reprimía.

Cuando Morya llegó ya se encontraban las demás personas, Paula lo miró negando la cabeza repetidamente queriendo que todo esto fuera mentira.

Tanques de oxígeno, estanterías llenas de medicinas que Marco se había cerciorado de mantenerlas llenas para que nunca le faltara alguna. Inyecciones, una camilla, silla de ruedas e implementos que utilizaba cuando nadie la veía, cuando llegaba de sus viajes, cuando su cuerpo fallaba o cuando Marco creía necesarias.




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