Letras Perdidas En Esta Ciudad

El último adiós

Morya

Ustedes ya me conocen y pueden saber el propósito por el que estoy aquí escribiendo estas letras. Mentiría si les digo que me agrada ser partícipe de este libro, porque no es así. Esto lo hago por y para ella, así de simple es.

No sé cómo empezar, pero nunca me imaginé que algo como esto iba a suceder, si alguien me lo hubiera dicho hace meses me habría reído y enojado por tal insolencia, pero ahora en mi mente no cabe la idea de que ella no está, mi alrededor se detuvo desde aquella noche. No pensé que me encontraría escribiendo, pero aquí estoy esto porque ella así lo quiso. No pensé que me alejaría del trabajo sin explicación alguna y que esto implique que me despidan, pero eso era lo de menos.

Lo había perdido todo, desde que la perdí a ella.

Había perdido a Odalys.

Han pasado un poco más de veinte días desde aquella carta, he perdido el sentido de los días y las horas. Todo es monótono desde esas letras las cuales me encargo de releer una y otra vez. Esas letras que nos derrumbó a todos.

Por mi mente pasan millones de cosas por decir, pero este no es el capítulo destinado para aquello, o eso creo. Aún hay indicaciones que debemos cumplir.

Carlos si lees esto perdón por el golpe, eres mi jodido mejor amigo y no te lo merecías.

Esta tarde nos encontrábamos reunidos en el apartamento superior del suyo, donde Marco. Nos encontramos el círculo íntimo de Odalys esperando respuestas. Paula esta impaciente, Oscar busca calmarla.

Marco ha llegado a hablar con nosotros a darnos respuestas.

Todo este tiempo no he permitido que entren a su departamento, no deseo que cambien sus cosas, las toquen o las muevan de lugar. Necesito sentir la presencia de ella, por eso en parte estamos en el departamento superior.

—Habla rápido que me tengo que ir—le exigió Paula.

Ella no se encuentra bien que digamos, nadie lo está y sé que cada uno lleva su dolor a su manera, pero en Paula se manifiesta en un enojo hacia todos, hacia sí misma. Cuando apenas entramos por esa puerta se le abalanzó encima a Marco gritándole y recriminando miles de cosas, pero aquí nadie tiene la culpa.

Nadie tiene la culpa.

¿Verdad Oda?

Se me hizo imposible recordar lo que me dijo aquel día en el hospital, aquello me hizo sonreír mientras sentía aquel estúpido nudo en la garganta.

En el rostro de Marco se podía evidenciar la tristeza en la que estaba sumido, no me quiero imaginar cómo se encuentra por dentro. Carlo llegó junto a él y sé que ellos fueron los únicos que evidenciaron su muerte y quienes la sepultaron, era fácil de asumirlo después de todo.

¿Cómo pasó tan rápido?

¿Cómo fue cuestión de horas para que aquello sucediera?

Sabía que las respuestas estaban en este libro.

—Conocí a Odalys cuando ella tenía quince años en este mismo edificio, yo empezaba a laborar en el hospital principal de la ciudad y pocos meses después me enteré que Carmen, nuestra abuela tenía cáncer, ahí me propuse ayudarla. En todo ese tiempo mi conexión con Odalys solamente creció y creció—se tomó un tiempo y luego decidió continuar—meses después luego de darme cuenta de diversas señales y someterla a muchos exámenes y análisis Odalys fue diagnosticada con Distrofia Muscular de Becker, esta enfermedad ocurre de 3 a 6 de cada 100.000 nacimientos, entre este diminuto grupo se encontraba Odalys. La enfermedad en sí se detecta con el paso del tiempo, entre los 5 y 15 años. Cuando ella se enteró prefirió guardar el secreto conmigo y no decírselo a su abuela, para evitar mayores preocupaciones para ella, el cáncer ya la estaba consumiendo y no deseaba mayores tristezas en su vida, quería que se marchara tranquila.

Secó sus lágrimas y respiró profundamente, a él le costaba más que a nadie, era su hermana, su amiga y su paciente.

Era su vida.

—Desde ahí empezó la idea de ocultarle al mundo su enfermedad, el cáncer consumió a nuestra abuela y nos la arrebató meses después. Con el paso del tiempo Odalys fue presentando mayores síntomas pues la enfermedad ya la habíamos detectado un poco avanzada. Caídas frecuentes, pérdida de masa muscular y debilidad en extremidades era en lo que más le afectaba. Luego de varios tropiezos hizo del arte su refugio donde no quería que la vieran por su enfermedad sino por su arte, de ahí en adelante solo fue cuestión de ocultarle a todos su enfermedad siendo yo su principal cómplice.

—¿Cuándo empeoró? ¿Qué le sucedió? ¿Por qué? —le preguntó Gonzalo.

Preguntas y más preguntas que todos teníamos.

—Empezó a empeorar hace un par de años, con problemas respiratorios. Los últimos meses era dependiente por las noches de un tanque de oxígeno si no lo usaba ella podría dormir y no despertar.

—Nunca lo uso cuando me quedaba—comente en un susurro.

Me sonrió—Aunque le insistía por aquello nunca lo utilizo, pero te aseguro que mientras dormías ella se levantaba a oxigenar su cuerpo y luego volvía a dormir si no, no podría descansar. Me contaba aquello en el hospital y le decía que era una muy mala costumbre que adoptó con el tiempo, nunca se le quitó.

—Y por si se preguntan, no tenía cura—aportó Carlos desde el extremo más alejado de la sala.

Había en su rostro algo diferente a aquella noche, algo había cambiado dentro de él.

—Claro que no y hubiera dado mi vida de ser así, pero como toda enfermedad poseíamos un tratamiento en sus viajes. Nuestros famosos viajes—sonrió tristemente—ahí hacíamos un chequeo general y si todo estaba bien podía volver a su rutina.

Aquellos viajes habían sido fuente de apuestas y nunca le acertamos a la realidad, siempre tan alejados de esta.

Siempre siendo participes de una mentira, como un juego inocente de niño pequeño.

—En los viajes buscamos minimizar síntomas y prolongar su vida. Pienso que, aunque cueste aceptarlo con el tiempo ella iba a estar peor, posiblemente no podría caminar de aquí a unos cinco o diez años más, si no se presentaban antes dificultades pulmonares o cardiacas.




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