Letras Perdidas En Esta Ciudad

El Final De Esta Historia

Carlos

Bienvenidos a este último capítulo que he preparado, ha sido para mí un gusto que hayan podido conocer a Oda a través de estas letras, ahora sí les contaré el final de esta historia.

Me detuve enfrente de todo lo que necesitaba hacer aquel día, cuadros, cartas, escritos, pinturas y regalos por entregar. Han pasado meses desde que ella no está y hemos trabajado muy rápido con este libro, me entristece decir que este es el final de la historia.

Salí de la bodega que se encontraba en la azotea donde estaban guardados los objetos y tomé uno en especial para bajarlo al departamento de Odalys donde se encontraba el dueño de esta obra.

Toque el timbre y esperé pacientemente a que Morya me abriera, su semblante había cambiado. Aún existía tristeza en sus ojos un dolor que no se iría, pero en lo mucho que hemos hablado estar en estas paredes lo ha ayudado de cierta forma.

Nos hemos vuelto más unidos desde de lo ocurrido, y si lo vemos desde otra perspectiva, Odalys llegó a nuestras vidas a unirnos. Antes éramos amigos, ahora somos hermanos.

—Regalo desde el cielo—comenté apenas la puerta se abrió haciendo que su mirada se posara en el lienzo que llevaba.

Me adentré a la sala sin pedir permiso y lo giré para que pudiera observarlo. La expresión en su rostro podría escribirla en este capítulo, pero perdería tiempo y me llevaría algunos párrafos, así que la resumiré en que vio una maldita—en sentido de asombrosa—obra de arte.

Y es que lo era.

Joder, Odalys era tan buena en lo que hacía que nunca pude pedirle que me enseñara.

—Es...es a....asom...

Reí a carcajadas al ver que no podía pronunciar ni una sola palabra.

—Asombrosa, ya lo sé. Te ves mejor en esta pintura que en persona.

La tomó para dejarla en el mueble y saque de mi bolsillo una nota que también era para él.

—Aún dejo cosas por decir.

Tomó el papel entre sus manos y la miro sin saber si abrirlo o no.

—Gracias, por todo lo que has hecho—la sinceridad en sus palabras se pudo palpar en el aire.

—Lo hago por ella y lo sabes, ahora me voy que tengo cosas por hacer.

Empecé a caminar dejándolo solo para que pudiera leer la nota, pero su voz me interrumpió a medio camino.

—¿Puedo acompañarte?

—Si quieres, y no estorbas ¿Quién soy yo para oponerme?

Mi comentario no fue de buena acogida pues recibí un golpe después de este.
Se puso sus zapatos y lo lleve hasta la terraza del edificio para tomar las últimas cosas que habían quedado, iba a extrañar todo esto era dejar ir su arte, era dejarla ir a ella.

—¿Todo esto dejó? —comentó Morya.

—Dejó hasta un libro, no puedes esperar menos.

Aquella mañana me ayudó a embarcar las cosas en el auto. Guardamos el manuscrito y lo llevamos a la editorial quienes se iban a negar hacer esto por el corto plazo que les pedimos, pero luego de una GRAN cantidad de dinero prometieron hacerlo en el tiempo establecido.

Gracias.

Siguiendo el final de esta historia, dejamos un par de cartas a cada uno de sus destinatarios dejando la última para alguien especial.

Una anciana un poco encorvada nos abrió la puerta con el rostro enfurecido, parece que insistir tanto al tocar el timbre no le agradó.

—Buenas tardes, disculpe ¿Usted es Mercy?

—Sí, ¿Qué quieren?

—¿Recuerda a Odalys?

—¿Quiénes son? Me llamo Mercy, no quiero galletas hoy día.

Morya y yo nos miramos en ese momento sin creerlo, al parecer la señora olvidaba muchas cosas y ambos nos dijimos con la mirada de que no la iba a recordar.

—Recuerda a una chica en el parque quien le contó su enfermedad en una nota—insistí rogando que recordara.

—Ya les dije que me llamo Mercy y no quiero galletas.

Joder, esto estaba desesperando se supone que no tenía que ser así. Creo que lo mejor era dar media vuelta y buscar a la nieta de ella para que reciba las cosas y le explicara la situación.

—Lo entendemos, una disculpa señora.

Morya se despidió y antes de que pudiéramos dar un paso su voz nos detuvo.

—Oigan, jovencitos. Estoy bromeando, me acuerdo de Odalys esa niña linda del parque.

Morya la miro dudosa—¿Si la Recuerda?

—¿Me creen idiota? Podré estar vieja, pero tengo una buena memoria ¿Acaso no les dijo de mis bromas?

Mierda.

Me olvide de aquella parte de ese capítulo.

Una carcajada salió de mi en ese momento, había caído en su trampa. Ella era mi ídolo, de seguro le agradarían todas mis payasas sin juzgarme.

—Pasen, he hecho limonada.

Nos adentramos a su hogar y antes de poderme sentar le enseñé el retrato el cual se quedó analizando por unos minutos.

—Así que para eso quería la foto ¿Por qué no vino ella a entregármelo?

Nuestra miradas cómplices y el cambio de ambiente le dieron a entender la situación haciendo que sus ojos se llenan de lágrimas.

—Saben, no me quejo de la vida, pero creo que a veces es un poco injusta. Tuvo que llevarme a mí, a esta pobre anciana que ya vivió no ella, no a esa pequeña.

Hablamos por horas y nos contó su parte de la historia, nos contó lo que sintió lo que le dijo y como pensaba en su situación algunos días después de su encuentro en el parque. Se quejo con nosotros porque nunca la visito y abrazo a Morya al despedirnos diciéndole:

—Los años me dicen que fuiste su noviecito, y en tus ojos se ve el dolor que cargas—le dio un abrazo y nos regresamos al departamento.

Han sido días diferentes, la vida vuelve a su ritmo vuelve a tomar sentido y estaba bien, no podemos alterar el curso de los días ni encerrarnos en una burbuja del dolor. Con Marco decidimos de que ya era hora de llevar a todos al cementerio donde sus restos descansan ya estaban listo, ya estábamos listos para despedirnos como debía.

Aquella tarde el cielo se pintaba de un color morado, raro, hermoso y único. Había una tranquilidad en el aire y pocas personas estaban en el camposanto.




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