Prólogo
En algún rincón olvidado de un cajón polvoriento, se encuentran escondidas cartas que nunca vieron la luz del día. Estas cartas, llenas de tinta y desbordantes de emociones, son un testimonio silencioso de un amor no correspondido, un amor que floreció en el abismo de la desesperación y se marchitó en la sombra del desamor.
Cada palabra escrita es un suspiro, un grito ahogado que clama por ser escuchado. La desesperación, como una tormenta implacable, arrastra a un océano de anhelos insatisfechos.
La pluma, en su mano temblorosa, no puede contener el torrente de sentimientos que brota con cada trazo. Aquí, el anhelo se convierte en una tortura dulce, una espera interminable que nunca encuentra su fin.
En estas páginas, el egoísmo se presenta sin disculpas, un deseo voraz de poseer lo inalcanzable, de tener a esa persona entre sus brazos aunque sea sólo en sueños.
La determinación, firme y obstinada, lucha contra la marea de la realidad, intentando aferrarse a la esperanza de un futuro juntos, aunque las probabilidades sean ínfimas.
La agonía se desliza como veneno por cada línea, cada letra es un recordatorio de lo que nunca fue y de lo que jamás será. Es un dolor silencioso, una herida que no cicatriza, un amor que arde sin consumir, dejando sólo cenizas y recuerdos.
Estas cartas no son sólo palabras en papel, sino fragmentos del alma de alguien a quien desgarraron sus sentimientos.
Cada carta es un espejo de su corazón roto, un testimonio de la lucha entre la esperanza y la desesperación, entre el deseo y la resignación. Son una ventana a un amor que nunca encontró su lugar, una pasión que se quedó atrapada en los confines de la tinta y el papel.
Intenta no reflejarte en un mundo donde el amor y el desamor se entrelazan en un vals de emociones intensas. Un viaje a través de la desesperación, el anhelo, el egoísmo, la determinación y la agonía.
Aquí, cada carta es una llama que arde con la fuerza de un amor prohibido, un susurro en la oscuridad que jamás encontrará respuesta.
No juegues con las emociones de alguien más ni provoques que se enamore, porque es un arma peligrosa para las emociones de ambos. Lo que se logra sentir por ese amante va más allá de la comprensión de la tinta; es algo más profundo, más intenso.
Tal vez algún día me atreva a enviar aunque sea una carta, pero no pondré mi nombre para que no se entere de mis sentimientos. Sin embargo, si tengo suerte y no me ahogo en la desesperanza, mi eterno amante podrá ver mi reflejo entre letras y reconocer entre cada curva de mi pluma cuál es mi nombre y entonces pueda llegar a mi ventana. Así pasen 10, 20 o 100 años, yo siempre estaré esperándolo.
Pero, mientras tanto, seguiré creando esta colección de cartas a un amante que jamás fueron entregadas. Un refugio de sentimientos profundos y pasiones desbordantes, un lugar donde el corazón habla en susurros y gritos que jamás serán escuchados.
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Editado: 23.02.2025