El bosque se estremecía, agitado por las terribles auras que chocaban entre sí. No más obstáculos, sin nadie más en su camino, el hombre lobo estaba finalmente libre de satisfacer los deseos de aniquilar a los vampiros. Los elfos ya no parecían querer interferir, Aidan les había pedido que se mantuvieran al margen. Lo que les preocupaba mucho. ¿El joven vampiro tenía la intención de enfrentarse a la horda de feroces licántropos solo? Sería una locura. La duda era muy grande.
Sarron miraba a su oponente desde arriba, literalmente. Era un lobo gigante con patas, superando cualquier tamaño humano posible, mientras que su oponente sólo tenía el tamaño de un hombre adulto normal, sin embargo, no era un hombre.
Los ojos intimidantes, los puños apretados, listos para decapitar al vampiro con sus garras afiladas para su gesto abstruso, sin embargo, el alfa dudaba en dar el primer golpe.
— ¿Qué te pasa, mi estimado hombre lobo? ¿A caso, tienes miedo? ¿Ya no quieres exterminar a los vampiros? — le preguntó Aidan en un tono tranquilo, pero frío como el invierno siberiano.
Estas palabras tuvieron el efecto del vinagre puro derramado sobre una herida.
— ¿Crees que puedes vencerme? No te engañes, idiota. Puedo matarte antes de que te des cuenta. — respondió con tono siniestro.
— ¿En serio? ¿Por qué no lo haces entonces? — replicó Aidan.
— Hum... ¿Vas a enfrentarme, enfrentarnos solo? ¡No seas presuntuoso! — le dijo Sarron.
— No es una presunción. No necesito ayuda para armar una manada de perros salvajes como tú. — declaró Aidan.
Se mantenía firme, la determinación desbordaba en su mirada, sin dejar ninguna señal de miedo, de cansancio o de debilidad. Incluso esbozó una sonrisa oscura, dejando ver su excitación por el combate.
Sarron lo miraba con horror, pero no lo atacaba a pesar de sus provocaciones. El hombre lobo sentía un sentimiento de desastre que se emanaba del joven vampiro, como un animal salvaje herido, dispuesto a todo para sobrevivir. Tal vez podría ganar la pelea, pero ¿a qué precio? Su oponente estaba furioso bajo su aire impasible, que estaría dispuesto a todo para ganar.
<< "Será demasiado peligroso luchar contra él en este estado ahora. Es un oponente duro, sobre todo con su capacidad para controlar el rayo." >> pensó el alfa.
Sus ojos ardientes e intensos chocaron durante algunos segundos más, y luego Sarron recuperó su forma humana. Una sabia decisión. Los observadores, sobre todo sus compañeros, quedaron atónitos y desconcertados.
— Les dejaré marchar hoy, pero la próxima vez que nos encontremos, no tendré piedad, los mataré a todos, sucias alimañas. — señaló Sarron con un tono frío y alarmante.
— Ya lo veremos. — Gruñó Aidan.
En aquella peregrinación, los dos individuos partieron cada uno a su lado. Sarron se retiró con sus hombres, y Aidan, inquieto, se dirigió hacia Sylldia. La situación no había mejorado para ella, permanecía inconsciente, sumida en un estado comatoso.
— ¿Qué te está sucediendo, Sylldia? — murmuró el reencarnado poniendo su mano sobre la frente de la joven dragona.
Dieltha se acercó a ellos, irradiando toda su belleza en su traje de guerrera, un orgullo para las criaturas del bosque.
— Volvamos a la aldea. Nuestros curadores sabrán ayudarla. — les dijo.
— Bien. Gracias, Dieltha. — respondió Aidan.
— No hay de qué. Vámonos. —
Con el corazón lleno de alegría, pero también de duda, los elfos volvían a casa victoriosos, con un puro sentimiento de deber cumplido. Sin embargo, no se regocijaban. No había celebración ni signos de satisfacción. Habían conseguido frustrar el ataque sorpresa de los trolls de caos, aunque por una feliz casualidad, y los hombres lobo ya no planteaban problemas, pero la verdadera pregunta seguía siendo: ¿Quién se escondía detrás de la invasión de los trolls? ¿Quién era la llamada "Madre" por las criaturas de montaña? Una bruja, sin duda.
— Volved a casa y descansad, compañeros. En cuanto a mí, voy a informar al señor sobre lo que pasó. — ordenó Ulimgor de vuelta al pueblo.
Los elfos se dispersaron, cada uno se dirigía a su casa para reunirse con su familia. Sólo quedaban Dieltha, Ulimgor, Assdan con Sylldia en sus brazos, Rose y Aidan en la gran plaza del pueblo. caminaban hacia el santuario de los señores, bajo la mirada desconfiada e inquietante de los habitantes. Estos últimos no soportaban la presencia de extraños entre ellos. La hostilidad se cernía en el aire, como un águila en el cielo.
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Editado: 06.09.2021