Liamdaard 2 - Los Viejos Compañeros (completo)

Capítulo 10: Una invitada inesperada

Los elfos estaban enfadados. Las hadas, estas pequeñas criaturas voladoras y luminosas, volaban de consternación en el pueblo, dejando tras ellas huellas de polvo brillante de todos los colores.

 

Un frío viento de ira, de terror repentino atravesaba la comunidad élfica hasta llegar al santuario de los señores. Los acontecimientos eran confusos, inesperados, imperdonables. Los responsables iban a enfrentar el poder, el juicio irrevocable y la ira de los elfos.

 

— Esto es lo que pasa cuando confiamos en estas criaturas miserables y odiosas. — declaró Thane'zen con furia.

 

— En eso, tienes razón Thane’zen. Pero van a lamentarlo por habernos atacado. — dijo El'cir con un aire desastroso.

 

Las tropas ya estaban listas para la persecución, para la aniquilación de los malditos monstros. Ulimgor, Tada y varios otros guerreros de élite, muy poderosos se mantuvieron firmes, listos para la expedición, una expedición punitiva, justificada y noble.

 

La gran sala del santuario se estremecía por los sentimientos tumultuosos, los deseos mortíferos y la rabia que circulaban por ella. La princesa había desaparecido, seguramente llevada por los vampiros. Al menos eso era lo que creían El’cir y todos los otros elfos y hadas. Esa era la razón de su furia.

 

— Se arrepentirán de este insulto. ¿Qué creían? ¿Que pueden venir a nuestra comunidad, disfrutar de nuestra hospitalidad, secuestrar a mi hija y salirse con las suyas? Van a sufrir nuestra ira. Ninguno de ellos debe quedarse de con vida. Encuéntrenlos y mátenlos a todos. Traigan a la princesa de vuelta a su pueblo. — exclamó el rey de los elfos furiosamente.

 

Las tropas se preparaban para partir, acompañados de Draldor como guía, cuando de repente una elfa se colaba en la sala, con una bola de cristal en la mano. Un objeto que servía de medio de comunicación, y también para dejar mensajes.

 

— Mi señor, perdóname por presentarme ante vosotros sin ser invitado, pero tiene que ver esto. — dijo ella con un aire grave.

 

El’cir le hizo un gesto con la mano, invitándole a darle la bola de cristal. Malenlia, amiga y sierva de la princesa Dieltha, avanzó y entregó el objeto a su señor. Él miró el cristal, dudando aún en activarlo. La espera se hizo pesada, y más pesada aún en cada momento que pasaba. Se preguntaban qué mensaje podía contener el objeto. ¿Una pista? ¿La prueba de la incredulidad de los vampiros? ¿Qué mensaje dejó la princesa?

 

Entonces, finalmente, el señor de los elfos activó la bola de cristal insuflando en ella algunas gotas de su magia, y allí la asamblea fue asfixiada.

 

<<"Padre, siento haberme ido así. Pero sabía que no me dejarías hacerlo. Así que decidí dejar el pueblo por un momento por mi propia voluntad, para ir a descubrir el mundo exterior. Cuida de ti y del pueblo. Volveré pronto.">>

 

Una capa de silencio cayó en la habitación. La realidad era mucho más impactante, más inesperada. Aidan y sus compañeros no eran responsables de la desaparición de la princesa, no del todo. El uppercut de esta evidencia los estranguló, dejándolos sin palabras.

 

Una presión mortífera invade la sala, y en un arrebato de ira, Elcir balanceó la bola de cristal violentamente por el suelo, dividiéndola en mil pedazos. La sala temblaba. El elfo y las hadas presentes sobresaltan, desconcertados, con los ojos abiertos.

 

Los soldados permanecían firmes, aunque llenos de incertidumbres, esperando la decisión final del rey. La situación ya no era la misma. Todo había cambiado. Pero lo que decida el señor El’cir, obedecerían sin pestañear. Ese era su deber.

 

El rey respiró largamente, con los ojos cerrados, dejando que su ira se diluyera. Ya no tenía motivos para culpar a los vampiros, ni para perseguirlos, pero a su hija... Se enderezó, tomando una postura majestuosa.

 

— Thane'zen, diles a nuestras tropas que pueden retirarse. La misión ha sido cancelada. — dijo majestuosamente.

 

Una orden perpleja. Pero, la palabre del rey era ley.

 

— Y la princesa, ¿no debemos salvarla? ¿La dejaremos sola entre los manos de estas criaturas sedientas de sangre, estos seres peligrosos? — preguntó Thane'zen.

 

— Dieltha ha abandonado el pueblo por voluntad propia, sabiendo las amenazas que acechan en el mundo exterior. Y esto, a pesar de nuestras leyes. De ahora en adelante es responsable de todo lo que le pase con ellos. Nuestro deber es proteger a nuestra comunidad, defender a las personas que están allí. Nuestras fuerzas no pueden ser divididas por razones fútiles. ¿Está claro? — replicó El’cir fríamente, pero con aplomo.

 




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