Liamdaard 3 - La furor de los cazadores (completo)

Capítulo 2: Pervivencia

Melfti abrió sus ojos lentamente, trepidaba, el dolor la bombardeaba por todas partes y el calor intenso la sofocaba. Ella sentía aturdidamente unos pesos ligeros y fríos alrededor de sus muñecas, sus tobillos y el cuello. A lo lejos, oía un ruido crudo, parecido al sonido de un motor en marcha, escoltarla a un ritmo único. ¿Era allí donde iban las almas de las brujas a sus muertos? ¿En el infierno, encadenadas en una habitación siniestra? La desesperación se abatía sobre su mente, envolviéndola en un torbellino de tristeza.

 

Ella se levantó lentamente, aún perdida, miró a su alrededor, buscando desesperadamente una cara familiar, pero nada. Su visión se había oscurecido, con lágrimas por las mejillas. Y su espíritu le jugaba malas pasadas presa de su inmensa tristeza. Una profunda agonía.

 

El dolor le cortaba la carne, y a pesar del calor infernal en la habitación, un frío penetrante le atravesaba el cuerpo. Sus heridas estaban abiertas de nuevo, dejando escapar un río de sangre. Cerró sus ojos muy firmes, dejando entrar en ella un diluvio de recuerdos penosos: la masacre de su pueblo y su familia, su debilidad ante la artesana del caos. Y el dolor se intensificaba horriblemente.

 

Sin embargo, el verdadero sufrimiento era aún más profundo. Su alma sangraba, estaba rota. Completamente rota. La ira y el odio se mezclaban con sentimientos de duelo y aflicción, retorciéndola el alma. Ella estaba al borde del abismo de las tinieblas infinitas, tentando de sumergirse en ellas, de abandonarse voluntariamente; la rabia de la venganza envolviendo su ser.

 

Pero una voz, débil y temblorosa, invadió su mente.

 

—¡Oye! No debes moverte. Tus heridas están reabriendo. Tienes que quedarte quieta, de lo contrario puedes morir aquí.— dijo.

 

La voz estaba llena de tristeza, de estupefacción, de empatía también. Sin embargo, Melfti no la reconoció. Su espíritu vacilaba y volvió a abrir sus ojos. Y esta vez la realidad se diseñó delante de ella. Una realidad áspera y dolorosa.

 

La joven bruja se paralizó. Distinguía, gracias a una luz casi inexistente en la pieza, la presencia de una otra persona inclinarse sobre su cuerpo magullado. Y había otros, muchos otros más. La joven Naxel sentía su presencia, todos angustiados, a su alrededor, tratados como rebaños, unos simples suministros.

 

Pero la rabia dañó su visión, haciendo aparecer la imagen de Ema ante sus ojos. Oh cómo aborrecía a la malvada bruja que le quitó todo: su hogar, su familia, sus amigos, incluso su vida. Aún estaba viva, por supuesto, pero al borde del precipicio de la muerte. Y en el fondo de la última bruja Naxel, ella tenía la impresión de estar ya muerta. Al presente su vida no era más que un cúmulo de vacío, de dolor y desesperación. ¡Pero allí! La providencia parecía sonreírle.

 

Así que recogió todas sus últimas fuerzas, transformándolas en energía mágica y lanzó un último ataque. Creyendo vengar a los suyos, gritó: —¡Arde en el infierno, demonio perra!—

 

Una enorme bola de fuego apareció entonces y se estrelló contra la puerta de la habitación, destruyéndola completamente, no dejando nada más que humo. Un humo opaco y fugaz. La habitación temblaba, luego vacilaba y los demás ocupantes trepidaban de miedo, los ojos exorbitados de estupefacción. La muchacha inocente cayó hacia atrás sobre sus nalgas, completamente aterrorizadas, con las piernas temblorosas. El ataque sólo le había fallado por un pelo. Ella se llamaba Kenni.

 

¡Y allí! El sonido que los escoltaba se desvanecía, y el choque los propulsaba más cerca de la salida. Melfti se levantó, con la poca fuerza que quedaba, saltó. No era una habitación en una casa o en un sótano, no era el infierno tampoco, al menos no del todo. Era un camión que los transportaba a un lugar desconocido. Ya no eran humanos, a los ojos de los bandidos, sólo eran mercancías.

 

Kenni había intentado detenerla de moverse, pero en vano. La joven bruja corría cojeando y no iba lejos. Ya no más fuerza en las piernas, entonces cayó al suelo, pero siguió arrastrándose, tratando de poner la mayor distancia entre ella y ellos. Su mente se ahogó en la duda.

 

<< ¿Cómo? ¿Cómo me he encontrado aquí? Mientras que debería estar muerta. >> se preguntó.

 

Ella hurgaba en su memoria. La última imagen que le vino fue Ema a punto de poner fin a su vida y nada. ¡Entonces allí! Una revelación surgió en su mente. De seguida sintió lágrimas montar en sus ojos. Lágrimas de tristeza y de desesperación.

 

—Abuela.— murmuró ella penosamente.

 

El último hechizo de Silfa lo había enviado lejos de la bruja de Versias, pero no lo había alejado de todo peligro desgraciadamente. La última Naxel había aterrizado al borde de una carretera, con el cuerpo cubierto de heridas de su última batalla. Y la gente sin escrúpulos la encontró. Seducidos por su belleza, lo recogieron y lo arrojaron en el camión como botín destinado a los placeres de los vampiros, de los herejes. Kenni y los otros pasajeros habían intentado curarla, al menos habían tratado de detener la hemorragia con lo que tenían disponible.




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