Liamdaard 3 - La furor de los cazadores (completo)

Capítulo 7: Sombras desastrosas

Sus espíritus se ataban en la angustia. La desolación. Sus pasos eran turbados, vacilantes, desordenados. En sus ojos se perforó un resplandor de arrepentimiento, de dolor, de culpabilidad, de angustia. La duda confluía en ellos, haciendo de estos últimos sus esclavos. Los oprimía, atrayéndolos progresivamente hacia un camino oscuro. Un mundo de oscuridad.

 

El silencio acechaba entre los muros de la taberna, su alegría estaba en su punto culminante. Y nadie parecía querer romperla, ni expulsarla. Entonces él bailaba, festejaba, giraba, daba vueltas en el aire, imponiendo a la morada de los cazadores su siniestra dominación. La calma absoluta.

 

Ya nada era lo mismo. La brisa ligera de la mañana, el suave calor aportado por los primeros rayos del sol que se filtraba en sus apartamentos, los ruidos lejanos de la ciudad que se despertaba gradualmente, los gorjeos de los distintos animales, el sonido de los vehículos... Todo esto los había maravillado todas las mañanas, dándoles un sentimiento de felicidad. La sensación de un deber cumplido. Pero esta mañana ya no era el caso. Todas estas maravillas parecían insignificantes, demasiado frágiles.

 

Los Byron estaban atormentados, los espíritus todavía atrapados en la escena de horror de la noche anterior, entonces se levantaban a su pesar. Sus pasos eran casi silenciosos, las miradas abatidas. Cansados. La noche había sido larga y a causa de la matanza de los otros cazadores y de más de una veintena de almas inocentes, el sueño les había huido, dejándolos presa de su ira, su tristeza, su odio. De ideas obscuras.

 

Los jóvenes permanecían aislados. Ellos lo necesitaban y los adultos entendían eso. Quizás deberían tomarse un descanso, alejarse de los campos de batalla, de la caza por un tiempo. Sin embargo, las criaturas de la oscuridad nunca tomaban vacaciones, los ataques de monstruos nunca cesaban, nunca descansaban. El peligro les acechaba constantemente. Así que debían permanecer vigilantes, librando estos interminables y abrumadores combates, haciendo frente a las tormentas violentas y, sobre todo, a sí mismos.

 

Una pregunta. La duda molestaba a Hex. La situación era confusa. Rose no había querido revelar a sus padres la identidad del hombre que creyeron haber visto huyendo de la escena del crimen. ¿Por qué? El muchacho había intentado comprender las razones de la joven pelirroja durante toda la noche, pero en vano. Así que, al amanecer, fue a hablar con ella.

 

—¿Me lo explicas, Rose?— le preguntó.

 

La muchacha se encontraba en la gran sala de la taberna, ocupando de los últimos detalles y arreglos para abrir este santuario al público. En silencio, ella realizaba las tareas sucesivamente, con el corazón pesado, con la mente desolada.

 

Una promesa rota. Ella les había prometido que todo había terminado, que habían sido salvados, que todo terminaría bien. Pero ellos estaban muertos, excepto los que se habían unido a las filas de los cazadores. Todos los demás; niños, adolescentes, adultos, habían sido masacrados despiadadamente y sin ninguna razón.

 

Las imágenes de los cadáveres, los cuerpos lacerados, desmembrados, de los humanos destripados como animales, el río rojizo de la sangre de las víctimas, desfilaban todavía en su mente, abrumándola de horror, de furia. Pero la voz de su compañero vino a barrer esas atrocidades de su mente, aunque sólo por un instante, un instante de respiro.

 

—¿Te explico qué?— respondió de manera seca.

 

—No sé, yo. Lo que te pasó anoche, por ejemplo. ¿Por qué te fuiste, dejándome solo con todos esos cadáveres tan repentinos? Y si el asesino estuviera aún por aquí, si hubiera vuelto, ¿qué podría haber hecho contra él?— replicó Hex.

 

—Lo siento. Tenía que ir a verificar algo.— dijo.

 

—¿Verificar qué?— replicó Hex.

 

No hubo respuesta. Rose permaneció en silencio. Pero la incertidumbre se leía en su rostro. Al igual que él, la joven cazadora estaba perdida, abrumada por los acontecimientos. No sabía qué hacer ni en qué creer. Todo parecía ser una ilusión.

 

—Bueno, lo entiendo. ¿Pero por qué no se lo dijiste a tus padres? ¿Por qué lo proteges? Lo vimos irse cuando llegamos. ¿No debemos contárselo todo a tu padre y a tu madre?— le preguntó Hex.

 

Hex tenía razón. Si habían visto algo, por inútil que fuera, tenían que decírselo a los adultos. Pero ¿era realmente lo mejor que podían en este momento? Rose había estado reflexionando sobre esta cuestión toda la noche, y aún no había encontrado la respuesta. Las incertidumbres hablaban en su mente. Ella no estaba segura.

 

—No sabemos lo que vimos, ni a quién vimos. Quizás fue una ilusión. Quizás alguien está tratando de ponernos en conflicto con él. No ha hecho daño a los humanos en tanto tiempo, ¿por qué ahora? Ya ni siquiera se alimenta de la sangre humana. Tenemos que asegurarnos de que era él antes de declararle la guerra. Tú y yo lo vigilaremos y si él es el asesino, entonces se lo diremos a mis padres.ù explicó.




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