Liamdaard 3 - La furor de los cazadores (completo)

Capítulo 13: La Facción

El aire estaba seco, aun ardiendo, empapado por el olor del humo. Las ramas de los árboles y los escombros de las casas afectadas por las llamas caían en cenizas y luego eran arrastrados por un viento ligero y sin embargo, glacial.

 

La comunidad de hombres lobo fue devastada, destruida, la desolación reinaba allí, y el silencio también, ya que, no había nadie allí. Los hombres lobos; hombres, mujeres, niños, e incluso recién nacidos; eran llevados a otra parte, a algunos metros de la aldea. Estaban todos juntos, los corazones en lágrimas, los rostros marcados por la ira, la culpa, la tristeza, la depresión...

 

El peso de las almas segadas por la muerte, de los familiares, pesaba sobre la conciencia de cada uno. La atmósfera era opresiva, el aire saturado por las emociones dramáticas, sin embargo, no había ningún ruido, ni siquiera un suspiro. Asistían sin decir una palabra al rito funerario, en señal de respeto por las víctimas.

 

Los cuerpos purificados por agua pura y plantas aromáticas, sin manchas, libres de toda suciedad; los cadáveres perfumados y virtuosos en blanco, dispuestos sobre balsas de madera y paja a lo largo de la gran corriente de agua; los preparativos habían terminado y cada miembro de la comunidad se acercaba uno tras otro para rendir un último homenaje a los muertos, depositando flores u otros objetos significativos e inclinando la cabeza silenciosamente.

 

Entonces Sabo avanzó, poniéndose noblemente delante de su pueblo. Miró cuidadosamente cada balsa, cada cadáver; había diecisiete, diecisiete hombres lobos asesinados atrozmente por Alfred. Eso le pesaba el corazón y su mente se congelaba de dolor y de culpa. Pero él se mantuvo firme, sin mostrar debilidad frente a la adversidad, manteniéndose orgulloso.

 

—La vida es un pasaje, un desvío, la preparación para el descanso divino. Ustedes la han vivido con orgullo y valentía. Nuestros corazones seguirán latiendo al unísono con los suyos. No tengan ningún miedo, aunque ya no están, viviremos en armonía, en paz, y cultivaremos la alegría y la esperanza de volver a estar juntos de nuevo, reunidos en el santuario de nuestra Madre Luna, hermanos y hermanas míos.— exclamó el alfa supremo.

 

Con el mismo espíritu de comunión, se volvió y Sarron le dio una antorcha. Luego otras dieciséis personas avanzaron a su lado, sosteniendo cada una entre la mano una antorcha.

 

—Que el fuego les santifique y que, al paso del humo sagrado, se unan al banquete de nuestra madre Luna y que a su lado y al lado de nuestros antepasados, nos protejan y nos den la fuerza para avanzar. Que se vayan en paz, hermanos.— citó Sabo en tono ceremonial.

 

Prendieron fuego a las balsas, las empujaron hacia el río y las vieron alejarse de ellos, llevándose las almas de las víctimas a la zona celestial. Las columnas de humo eran flamígeras, se elevaban en líneas rectas, envueltas en fragancias agradables en signo de ofrendas, y eran visibles a kilómetros a la redonda. El puente entre la tierra y el santuario de la Madre Luna, el descanso divino de los hombres lobo. Eso era su fe, su creencia.

 

El tiempo pasaba y la muchedumbre miraba los cadáveres de sus compañeros, literalmente, irse en humo. Las lágrimas a los ojos de algunos, la culpa y la ira sobre los rostros de otros y la determinación; sus corazones clamaban justicia; clamaban venganza.

 

Y hasta que no quedó ni un rastro de las columnas de humo, hasta que tuvieron la certeza de que las almas de los muertos habían vuelto a su divinidad, volvieron a la aldea. La desolación se extendía ante sus ojos, el fuego lo había devastado todo. Y al igual que ellos, el bosque lloraba, estaba de luto, en pena.

 

Sin embargo, aún quedaba una esperanza, un rayo de vida en las tinieblas. El árbol de luna. Los flemas habían devorado todo a su alrededor, pero él se elevaba aun noblemente, sin ninguna marca de quemadura, más resplandeciente que nunca. Su resplandor reavivaba los alrededores, su flujo de energía atravesaba el bosque de esperanza, purificando el aire. Un símbolo de vida y de esperanza en un lugar que lo necesitaba tanto. Lo que vigorizaba los corazones de los hombres lobo. Sin embargo, la incertidumbre seguía en la mente de algunos. ¿Todavía estaban a salvo en este lugar? Tal vez deberían partir, volver a caer en el círculo perpetuo de persecución y violencia.

 

¡Allí! Sabo avanzó y puso su mano derecha sobre el árbol de luna, sintiendo su energía y la perturbación de su pueblo.

 

—Hemos sido débiles, incapaces de proteger nuestro hogar, incapaces de defendernos frente al enemigo y ver lo que nos cuesta. Diecisiete de nuestros hermanos y hermanas fueron masacrados.— dijo con tono grave, penetrante, girando la cara hacia la multitud.

 

Leía la tristeza y la ira en sus rostros. Oh, como los entendía, ya que, el también sentía lo mismo en su corazón. Y la culpa, además.

 

—La comodidad de este santuario nos ha segado y nos hemos vuelto perezosos, imprudentes, negligentes. Creímos que podíamos vivir en paz, sin tener que luchar, pero este mundo es cruel, despiadado, nunca nos lo permitirá. Siempre buscará una manera de lanzarnos a la adversidad, de quitarnos a nuestros seres queridos, nuestro hogar, nuestros compañeros y nuestra felicidad. Pero ya no lo permitiremos. A partir de hoy, vamos a luchar, fortalecer nuestra posición, proteger lo que es nuestro para que lo que pasó aquí anoche nunca se repita.—




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