Liamdaard 3 - La furor de los cazadores (completo)

Capítulo 21: Un aliado inesperado

Dieltha y Sylldia inspeccionaron los alrededores de la mirada, buscando el origen de la voz que les había hablado entre los árboles. Se mantenían atentas al menor cambio, a los más mínimos escalofríos en el aire; ellas rebuscaron y no encontraron nada. No veían a nadie, no sentían ninguna presencia, ni siquiera a lo lejos. Extraño. Alguien estaba con ellas, pero no lo percibieron.

 

—¿Me están buscando? Miran, estoy aquí.— habló el individuo de nuevo.

 

La voz era más clara esta vez, más perceptible; la princesa elfa y la joven dragona levantaron la cabeza y se congelaron.

 

¡Ahí! El individuo estaba posándose sobre un árbol encima de ellas; un vampiro que tenía la apariencia de un adolescente, un muchacho de, quizás, catorce o quince años. Los miraba con un aire indiferente, con una mirada altiva, y a pesar de su frágil aspecto físico y de su apariencia infantil, sus ojos rebosaban de poder, envolviendo a sus presas en un sentimiento de amenaza inminente.

 

—¿Quién eres tú?— preguntó Sylldia con una voz áspera.

 

Captaban al individuo con la mirada, ya no le quitaban ni un segundo. La presión era pesada, mordaz y el aire estaba listo para arder. La duda, la confusión, la angustia y otros sentimientos ardientes estremecían a la princesa elfa y a la joven dragona. A pesar de toda su prudencia, su vigilancia, el vampiro había logrado acercarse a ellas sin que ellas lo sintieran. Intrigante. Pero eso las molestaba y las asustaba igualmente.

 

El individuo bajó del árbol y se acercó a ellas. Sylldia y Dieltha dieron un pequeño paso atrás, la desconfianza se leía en sus posturas. Al parecer, todavía dudaban en atacar al vampiro, pero se quedaban en guardia.

 

—Relájense, no les deseo ningún mal, créenme.— insinuó el vampiro con un aire tranquilo, con una voz amistosa, al menos en un primer momento.

 

Sin embargo, las dos amigas no lo creían. Así que se mantenían su posición de defensa, los ojos no dejando al individuo; las miradas de brasas.

 

—Entonces, ¿dinos quién eres?— repuso Dieltha.

 

El vampiro los observaba durante un tiempo, los miraba fijamente, y luego se apoyaba en un árbol. Permanecía en calma, dibujando un aire despreocupado en su rostro, sin embargo, liberando una energía terrorífica, una sensación de peligro y de terror inminente.

 

—¡Ay vamos! Quién soy realmente no les importa y eso no es lo que quieren saber realmente. ¿O acaso me equivoco?— respondió.

 

Una pizca de duda se insinuó entonces en sus miradas, vacilaban. En efecto, el individuo tenía razón, al menos en mayor parte; su nombre no era realmente lo que más deseaban conocer al presente, ni siquiera les importaba. Y pasó el momento.

 

—Dijiste que nuestro amigo sufre terriblemente en este momento. ¿De quién querías hablar?— le preguntó Sylldia.

 

—Ustedes lo saben muy bien. Me refería a Aidan, por supuesto.— afirmó.

 

Esto confirmaba lo que las dos compañeras ya habían dudado. Pero ¿podían creer las palabras de un vampiro? ¿No fue una estratagema para engañarlos? Lo ignoraban y no querían caer en una trampa malsana, sin embargo, la curiosidad les picaba.

 

—¿Qué le ha pasado a Aidan? ¿Qué sabes tú de él? ¡Habla!— prosiguió Dieltha con un tono firme.

 

La impaciencia se leía en sus ojos, a ambas. Sin embargo, el individuo se tomó su tiempo para responderles, y en el silencio él observaba, esbozando una mirada grave, a Dieltha y a Sylldia, que no le quitaban con los ojos, sus miradas intensas. Y él se deleitaba con el dolor, la impaciencia, la duda, la angustia... las emociones tumultuosas que se veían en los rostros de sus presas. ¡Oh qué placer le daba torturarlas la mente!

 

La calma se volvió pesada, la tensión aumentaba y las dos amigas de Aidan fusilaban al vampiro con la mirada que aún guardaba el silencio. La situación se había vuelto insoportable, dudosa y alarmante.

 

—Vas a seguir ignorándonos y burlándote de nosotras o ¿vas a decirnos por fin lo que pasó con Aidan?— dijo Sylldia furiosamente.

 

—Bueno bueno, ya que insistes, entonces les contaré lo que sé.— respondió el individuo con una mirada desilusionada. La impaciencia se inflamaba en las miradas de las interlocutoras. —Su amigo Aidan fue capturado y encarcelado por una poderosa bruja malvada llamada Ema. En este momento, le hace recibir sufrimientos peores que la muerte.— les reveló de un tono grave pero desinteresado.

 

Una capa de estupor cayó sobre los alrededores, los espíritus de Dieltha y de Sylldia se congelaron, el impacto violento de esta revelación sacudió sus armas como el soplo de una explosión gigantesca de una bomba atómica. Se agitaban en ellas sentimientos impetuosos, despectivos y devastadores; la culpa entre muchos otros. ¿Quizás sobreestimaron la fuerza de Aidan? Deberían haber permanecido a su lado, ayudarlo, protegerle incluso contra su voluntad; quizás habrían podido salvarle de las garras de Ema. Pero creyeron que no necesitaba su ayuda y que, como siempre, él saldría victorioso. ¡Pero por desgracia qué error!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.