Liamdaard 3 - La furor de los cazadores (completo)

Capítulo 22: Traición y compromiso

La tensión aumentaba en la residencia familiar del clan Sano y los enfrentamientos entre los cazadores y el doble de Aidan, es decir, Alfred, y su tropa continuaban sin cesar. Se sucedían combates, unos más sangrientos que otros, y el número de víctimas se multiplicaba en ambas partes.

 

El agotamiento ganaba cada vez más a los humanos, su fuerza y su número disminuían después de cada combate. Sin embargo, no se rindieron; la rabia a los vientres, se enfrentaron a los vampiros con furia, criaturas incansables. Y muchos de ellos, veteranos combatientes, cazadores cumplidos ya habían caído en el campo de batalla y su adversario parecía ser indestructible, invencible, comandando de su tropa con valentía.

 

El tiempo pasaba y el ritmo de los asaltos de los cazadores sobre la mansión se iba reduciendo poco a poco. Agotados, con la moral en los talones, se escondían alrededor de la mansión, analizando cómo el enemigo movía sus peones. Sin embargo, no encontraron ninguna falla en la defensa de Alfred, ninguna manera de eliminarlo. Los vampiros estaban demasiado bien organizados, mucho más fuertes y menos agotados que ellos, y los humanos perdían la batalla.

 

Entonces, los cazadores esperaban en las sombras el momento adecuado para lanzar un último ataque contra el doble del príncipe vampiro. Descansaban, recogían sus fuerzas, esperando, mientras tanto, encontrar una estrategia capaz de inducir al enemigo al error, conducirlo a la pérdida. Asimismo, ellos oraban, pidiendo al cielo una señal, un milagro y finalmente, el cielo los respondió.

 

La situación en la mansión también era complicada. Alfred multiplicaba las victorias gracias a su ejército de maldecidos, de los vampiros más sanguinarios y monstruosos, sin embargo, la reserva de sangre se agotaba cada vez más. Por lo tanto, necesitaba sangre continuamente para alimentar a sus soldados. Lo cual no era realmente un gran obstáculo.

 

Los vampiros usaban a menudo un túnel subterráneo, un pasadizo secreto que les permitía salir de la residencia sin el conocimiento de los cazadores, yendo a reabastecerse de sangre en la ciudad. Gracias a este paso, también habían tomado a los asaltantes en tenaza, causando daños considerables entre las filas enemigas.

 

Una vez más, un grupo de vampiros salía a cazar en la ciudad, andando a masacrar a seres humanos inocentes y débiles despiadadamente bajo las órdenes de Alfred. Tenían que sembrar el caos para dispersar a los cazadores y traer sangre fresca, presas vivas tratadas como simples ganados, simples entretenimientos, en la mansión. Pero ese grupo de vampiros nunca regresaría a la residencia.

 

¡Ya que allí! En el camino, los cazadores los esperaban en emboscada entre los árboles.

 

Los vampiros se congelaron, el asombro estremeció sus almas. Su trayectoria debería haber sido desconocida para los rivales y estos últimos no tenían forma de descubrir su itinerario. Entonces, ¿cómo pudieron detenerlos en este momento? ¿Eso significaba que los cazadores habían descubierto el pasadizo secreto, la manera de entrar y salir discretamente de la mansión? No.

 

—¡Así, la información era viable! Casi no lo creía.— murmuró uno de los cazadores.

 

Con estas palabras, los vampiros se asombraron de estupor, comprendiendo, con horror, el estado de las cosas y una ola de ira, de rabia asesina irrumpió en ellos. Alguien había ayudado a los cazadores, indicándolos cómo tenderles esta trampa, eso significaba también que alguien, uno de ellos, los había traicionado a todos. Pero ¿quién era el culpable? ¿Por qué? ¿Por qué un vampiro colaboraba con el enemigo? Eso quedaba un misterio y el momento no era de reflexión, sino de combate.

 

—¿Quién es la basura que nos vendió?— exclamó uno de los vampiros furiosamente.

 

Entonces una sonrisa se dibujó en el rincón de su boca, una sonrisa de emoción y alegría. —Dinos, cazadores, cuál es su fuente, quién es el traidor que les ayudó a tendernos esta ridícula emboscada y les prometo una muerte rápida y sin dolor.— prosiguió.

 

Le siguieron risitas de horror, sus cinco compañeros, igualmente furiosos, se alegraban de la idea de masacrar a los cazadores, por fin, un poco de ejercicios, una batalla que ellos ya creían haber ganado.

 

—Están hechos como ratas, sucios insectos. Van a morir aquí.— respondió una voz de hombre.

 

Los cazadores eran una veintena en total, frente a ellos solo había seis adversarios. Sin embargo, temblaban de angustia, de escalofríos, de excitación también, y apenas logrando respirar. Eran más numerosos, por supuesto, pero sentían la presión aterradora de las auras pésimas de los vampiros aplastándolos. ¡Verdaderos monstruos de sangre! El orgullo y el coraje en los corazones, el honor y el deber en las mentes, los humanos rodeaban a las criaturas de la oscuridad, listos para luchar.

 

—Así que han elegido una muerte atroz en los peores sufrimientos. ¡Que así sea, humanos!— declaró el vampiro. Y volvió a sus compañeros. —Vamos a masacrarlos, pero dejemos a algunos con vida. Tenemos que descubrir quién nos ha traicionado.— les indicó con un tono impasible.




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