Liamdaard 3 - La furor de los cazadores (completo)

Capítulo 25: Frente a frente - vampiros y cazadores

El cielo era oscuro, la intensa caricia de las tinieblas se hacía más sofocante en un instante. Las estrellas se deslizaban detrás de las nubes opacas, no había rastro de luz, ningún resplandor, ninguna efervescencia, ningún claroscuro, ni siquiera el signo de una luciérnaga vagabunda.

 

Un olor sorprendente empañaba el aire, la peste macabra de violencia, de impulsos mortíferos, de hostilidad, el olor abyecto de cadáveres podridos. Esto embalsamaba todo, cada centímetro, cada hoja de árbol y cada respiración.

 

En este lugar, no había ningún ruido, ningún canto de los animales salvajes, ningún silbido del viento, ningún grito, ni siquiera el estruendo de una langosta azarosa. El silencio reinaba, un silencio siniestro roto solo por los ligeros ruidos de pasos casi imperceptibles.

 

Tranquilamente, Fence, Queen y uno de los antiguos cazadores se aventuraban en este camino hostil. Se dirigían a Thenbel para poner fin a la sangrienta cruzada de los cazadores, al menos iban a intentarlo. Sus pasos estaban tranquilos, y a pesar de la atmósfera fúnebre que los envolvía, permanecían imperturbables, avanzando impasiblemente.

 

—Tenemos compañía.— susurró Queen.

 

Sentían las miradas depredadoras siguiéndoles a cada paso, auras asesinas, fieras esperando el momento propicio para saltar a las gargantas de sus presas. El peligro los acechaba. Sin embargo, ellos quedaban tranquilos, sin pánico, sin signos de duda, sin angustia, y seguían caminando al mismo ritmo.

 

Los depredadores estaban cada vez más cerca, sus energías más opresivas, y su sed de sangre envolvía el aire. Se movían sin hacer ruido.

 

— y son muchos, además.— concluyó Fence.

 

Sin embargo, los cazadores no se ralentizaban ni aceleraban, mantenían el ritmo de sus pasos. Caminaban en medio de la carretera, sin miedo, bien a la vista, pero al acecho. Quienquiera que los persiguieran, si los atacaban, entonces morirían. Fence no podía permitirse perder en este momento, ninguno de ellos podía, no podían permitirse el lujo de ser arrestados por nadie. Pero ¿quién los perseguía? ¿Vampiros? ¿Wendigos? ¿Hombres lobo? Eso empezaba a molestarlos.

 

El ligero sonido de los chasquidos de cuerda, las flechas rajaban el aire, apuntando a los tres cazadores. Fence se detuvo abruptamente, volteó, sacó su espada de su vaina y cortó los proyectiles enemigos con un solo golpe. Finalmente, los perseguidores habían lanzado el asalto, el combate había comenzado.

 

Los cazadores estaban de espaldas, cubriendo las espaldas unos de otros y analizando cada uno un perímetro del terreno. Percibían las presencias hostiles a su alrededor, los adversarios los habían rodeado completamente.

 

—¡Que vengan a morir!— dijo el anciano con voz intimidante. —Mostrémosles la fuerza de los cazadores.— dijo a Fence y a Queen.

 

—Sí!— respondieron estos al unísono.

 

¡Pero allí! Ellos se congelaron, descubriendo los rasgos de los asaltantes, los reconocieron, al menos el emblema que llevaban en sus abrigos; dos espadas cruzadas y plantadas en la cabeza de una hiena. No eran vampiros ni wendigos, y no eran hombres lobo tampoco. Frente a ellos se alzaban guerreros a los que nunca habían imaginado que se enfrentarían un día.

 

—Cazadores?!— manifestó Fence de un aire disgustado y sobre todo sorprendido.

 

Los ojos se asombraban de estupor, las bocas abiertas, ellos se quedaron sin aliento. ¿Era un sueño? ¿Una ilusión? ¿Tal vez una broma de mal gusto? No podían creer lo que veían. Pero la realidad, tan dura y cruel, se desvanecía ante sus ojos. Sus espíritus se rompían, sus cuerpos temblaban de confusión, escalofríos de rabia, presa de una ira despierta. Sus corazones empezaron a latir tan fuerte y tan rápido que creyeron que iban a explotar.

 

—Díganme que es una pesadilla.— insinuó Queen con un aire desorientado.

 

¿Una pesadilla? Sí, lo era, pero una pesadilla despierta, ya que ellos no estaban soñando. Su mundo se estaba desmoronando, la sensación de estar fuera de la realidad. Nunca habían imaginado una escena así. ¿Cómo habrían podido hacerlo? Otros cazadores los habían perseguido como criaturas inmundas de la sombra a las que perseguían, sus compañeros habían tratado de derribarlos e iban a intentarlo de nuevo. ¡Oh cómo eso les retorcía el alma!

 

—¿Qué pretenden hacer, jóvenes? ¿Han perdido la cabeza?— preguntó el anciano con un tono severo.

 

Al igual que Fence y Queen, podía sentir la sed de sangre de los asaltantes, sus ansias de asesinato. No fue para ayudarlos que los otros los habían perseguido, sino para asesinarlos. El anciano lo sentía, sin embargo, tenía que hacer la pregunta, intentando a saber, a entender por qué estos cazadores habían caído tan bajos.




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