Liamdaard 4 - Rivalidad

Capítulo 17: Crecía en la violencia.

Las olas de energía desatadas por sus auras chocaban con violencia. Todo el castillo vibraba bajo su peso. El aire mismo parecía contener el aliento, estremeciéndose alrededor de las dos figuras inmóviles, atrapadas en un duelo a muerte.

Assdan. Alfred.
Ninguno se movía. Ninguno parpadeaba.
Se observaban en silencio, calculando. Porque ahí, un simple parpadeo podía costar la vida.
Dos depredadores. Dos sombras enfrentadas. Y ambos sabían que solo uno saldría con vida de esa habitación.

Alfred, el brazo vengador de Emma, rompió el silencio con veneno medido:
—Assdan… así que traicionas a tu amo.
Las palabras se deslizaron por el aire como una hoja fina. El rostro del mayordomo permaneció inmutable. Pero por dentro, una explosión de rabia rugía. No dejó que se notara.
Toda su vida —humana, luego vampírica— lo había preparado para esto. La sangre fría de un asesino. El silencio de un verdugo.

Habló con una voz baja y afilada.
—¿Dónde está?
Alfred adoptó un tono burlón, falsamente inocente.
—¿De quién hablas?
Pero Assdan no apartó la mirada.
—¿Dónde lo tiene tu ama? ¿Dónde está Aidan?
Una sonrisa se dibujó en los labios de Alfred. Lenta. Provocadora.
—¿De qué hablas? ¿Has perdido la cabeza? Estoy aquí, frente a ti.

Assdan no respondió.
Sabía que Alfred no diría nada.
No con palabras.

—Arrancaré las respuestas de tu cadáver.

El aire estalló con la tensión.
Un rictus torció el rostro de Alfred. Su mirada se oscureció.
—Ven, mayordomo.
El tono era condescendiente, casi aburrido. Pero su cuerpo estaba listo para matar.

Assdan se movió primero.
Un directo fulminante, directo al rostro de Alfred. El impacto hizo crujir el aire, y el vampiro fue lanzado contra la pared como un muñeco sin vida.

Pero se levantó al instante. Sin un quejido. Sin un gruñido. Ya estaba cargando de nuevo.

Assdan, sereno y preciso, lo agarró de la ropa en el último segundo, giró y lo arrojó violentamente al aire como si no pesara nada.

Antes de que Alfred tocara el suelo, el mayordomo ya estaba sobre él.
Una lluvia de golpes.
Secos. Uno tras otro. Puños certeros golpeando su pecho, sus costillas, su cráneo. Cada golpe hacía temblar el suelo.
Alfred quedó aplastado contra el piso, incapaz de moverse, enterrado bajo un asalto quirúrgico.

En fuerza, en técnica, en velocidad: Assdan dominaba. Claramente.

Pero cuando estaba a punto de asestar el golpe final…

Alfred se movió.
No con lentitud. No con dolor.
Como si nada hubiera pasado.

Se levantó. Recto. Fluido. Casi con elegancia. Su rostro no tenía marcas. Sus huesos, intactos.
Las heridas… habían desaparecido.
Como si los golpes jamás hubieran ocurrido.

Assdan se quedó inmóvil un instante, el entrecejo apenas fruncido.
—Qué capacidad de regeneración…

No había ni una pizca de cansancio en Alfred.

Ni una arruga de tensión. Ni un aliento más corto. Su cuerpo simplemente se negaba a ser herido. Como si el dolor mismo lo ignorara.
Una sonrisa se dibujó lentamente en su rostro.
El mayordomo no lo decepcionaba. Al contrario.
Un rival a la altura.
Más preciso que Sabo. Más experimentado. Cada golpe lanzado por Assdan estaba cargado de maestría y potencia. Ocho siglos de existencia. Y se notaba. Alfred casi podía contarlos en el ritmo de sus golpes.

Iba a disfrutar muchísimo destruyéndolo.

—Vamos. Te espero —lanzó con tono provocador, casi juguetón.

Assdan se acercó. Despacio. Cada paso medido. Sus ojos fijos en Alfred, alerta. Sabía que ya no podía permitirse desperdiciar energía. No entendía aún qué era Alfred, pero tenía clara una cosa: golpear fuerte no bastaba.

Alfred se impacientó. Atacó.
Asaltos rápidos, brutales, casi frenéticos. Pero Assdan los bloqueó todos. Con un giro, un paso, un movimiento de brazo. Esquivaba como si pudiera ver el futuro. Y cada defensa era una humillación más para Alfred.

El brazo vengador de la bruja rechinó los dientes.

Y entonces, en una abertura mínima —el golpe cayó.
Limpio. Preciso. Final.
De un solo movimiento, Assdan le arrancó la cabeza.

El cuerpo de Alfred vaciló, luego cayó al suelo. La cabeza rodó más lejos, con un golpe sordo.

Assdan se quedó quieto.
Sus ojos se abrieron apenas, sorprendido. Luego su mirada se volvió oscura, amenazante.
Algo andaba mal.

El cuerpo no se reducía a cenizas, como debía. No se desintegraba como un vampiro común.
Al contrario…
La cabeza de Alfred, en el suelo, se estremecía.
Y lentamente… volvió a crecer.

Luego Alfred se levantó.
No furioso. No herido. Entusiasmado.
Una sonrisa depredadora se estiraba en su rostro, más amplia que antes. Como si la decapitación hubiera sido un simple juego. Un escalofrío malsano emanaba de él.

Atacó.

Assdan bloqueó el golpe, pero una descarga recorrió su cuerpo.
Era más fuerte. Más rápido.

Algo no encajaba.
Ese ya no era el mismo Alfred de hace unos segundos. Su poder aumentaba con cada segundo. A ese ritmo, Assdan no aguantaría mucho si no descubría qué estaba enfrentando.

—¿Qué clase de criatura eres?
Sabía que la pregunta no serviría de nada. Pero igual la lanzó. No para obtener una respuesta… sino para ver la reacción.
Mentir. Esquivar. Omitir.
Y ahí es donde, muchas veces, los monstruos se delatan.

Pero Alfred solo sonrió. Amplio. Sereno. Inquietante.
No respondió. Golpeó.

Los golpes caían como lluvia.
Assdan esquivaba, bloqueaba, contraatacaba cuando podía. Pero Alfred se volvía cada vez más violento. Más rápido.
Bailaba en el caos del combate como un depredador en éxtasis.

Y a cada instante, su fuerza aumentaba.
No tenía límites.
Eso era lo más inquietante.

No era un vampiro. Eso estaba claro.
Tampoco un gólem —su poder era estable, controlado. Predecible.




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