Ni una palabra más.
Hablar ya era inútil. Pérdida de energía. Desperdicio de aire.
La determinación de Rose y Hex se sentía con fuerza — suicida. Y no hay nada más peligroso que alguien que ya aceptó su muerte.
Emma los miraba con furia.
Su aura se desplegó por completo: densa, sofocante, empapada de magia negra. Ya no intentaba convencerlos. Aplastaba. Intimidación pura. Dominio absoluto.
Pero en vez de quebrarlos… los encendió.
Como viento sobre brasas.
Rose miró a Hex.
Un cruce de miradas.
Un leve asentir.
La señal.
Ella sacó su daga. Él, su espada.
Y al mismo tiempo, se lanzaron.
Cortaron el aire, desgarraron el espacio, atravesaron la oleada de energía letal como dos rayos humanos. Un ataque directo, desesperado, pero perfectamente coordinado.
Pero no llegaron lejos.
Una barrera invisible los detuvo en seco, brutal, como un muro vivo.
Chris.
Parado entre ellos y la bruja. Silencioso. Inmóvil.
No se había movido hasta entonces. Ni dicho una palabra.
Solo observaba. Atento. Presente.
Un guardián mudo. Pero imposible de mover.
— ¡Hazte a un lado, Chris! — gritó Hex.
Chris no respondió. Solo levantó la mano.
Y con un movimiento fluido, desenvainó su espada en un arco horizontal. El aire silbó con el corte. La fuerza del golpe lanzó a los dos cazadores hacia atrás.
Se arrastraron por el suelo, como si fueran hojas secas al viento.
Y entonces, Rose se quedó helada.
Su mirada se clavó.
Sus ojos se abrieron de par en par.
Esa espada. La conocía.
Desde niña la había venerado como un objeto sagrado. Un símbolo. El legado más puro de su familia. El arma del líder de la sociedad de cazadores. La primera espada de dragón.
La espada de los Byron.
— Esa espada no es tuya. Devuélvemela. — escupió, con la voz quebrada por la rabia.
Una carcajada burlona cortó el aire. Emma, al fondo, disfrutaba la escena. El insulto. La desesperación en los ojos de Rose.
— Esa espada pertenece al líder de la sociedad de cazadores.
— Y ahora mismo le pertenece a Chris, como líder actual. — agregó, con veneno dulce en la voz.
Vinagre sobre una herida abierta.
Rose apretó los puños. El corazón le golpeaba el pecho con furia.
Habían matado a Carlos Byron. Su abuelo.
Y ahora, se atrevían a alzar su espada frente a ella… como si fuera un trofeo.
— Esa espada es de mi familia.
— Ustedes no son dignos ni de rozarla.
Emma rió otra vez. Larga. Provocadora. Una risa venenosa.
Y con cada eco, la rabia de Rose se volvía más densa. Más ardiente.
— Cállate… y muere, bruja. — gruñó Hex.
Su voz vibraba de furia. No era su abuelo, no. Pero él lo había criado. Había peleado a su lado. Aprendido a cazar con su nombre. Y también llevaba sangre Byron.
— Mátalos, Chris.
La voz de Emma tronó como una orden divina.
Y Chris sonrió.
Era la primera vez —tal vez la única— que Emma le daba una orden que coincidía tan perfectamente con sus propios deseos.
El linaje Bolger.
La segunda línea, siempre a la sombra de los Byron.
Y él, el heredero, quería borrar su nombre, su historia, su ideología de la sociedad de cazadores. No le bastaba con superarlos. Los iba a erradicar.
Atacó sin dudar.
Rose se quedó paralizada una fracción de segundo. Su mirada clavada en la espada. La antigua hoja de su familia. Verla en manos de un Bolger le desgarraba el alma. Ya no escuchaba nada. No veía nada más. Solo eso.
Fue Hex quien se interpuso entre ella y Chris.
Bloqueó el ataque y lo desvió con un golpe seco.
Pero con cada segundo que pasaba, la rabia en Rose se profundizaba. Y lo sentía… algo subía. Una presión interna. Un calor latente.
Y entonces…
Algo se rompió.
No fue miedo.
Ni duda.
Fue un candado.
Y todo cedió.
La rabia, el dolor, la humillación — todo lo que había contenido estalló de golpe.
Y con eso… el poder.
Una energía cruda arrasó su cuerpo. Un calor intenso, vibrante, hirviente, como si un dique hubiera colapsado. Su piel tomó un tono rojo oscuro, y columnas de humo comenzaron a levantarse de sus hombros, de sus brazos, de su espalda. Su respiración era profunda, casi animal.
Un fuego interior. Antiguo. Hereditario.
Era la segunda vez que le pasaba. Y aún así, no sabía en qué se estaba convirtiendo.
Pero sí sabía qué tenía que hacer.
Un silencio helado cayó sobre todos. Hasta la bruja pareció congelarse.
—¿Qué es esa forma...? Contesta. — murmuró Emma, inquieta.
Chris la miró brevemente, y respondió con voz baja, casi reverente:
— Una leyenda entre los cazadores.
— El poder en la sangre de los Byron.
Lo había entendido.
Rose ya no era solo una cazadora.
Estaba despierta.
Olvidó a Emma. Solo por un instante.
Todo su ser, todo su fuego, todo su linaje ardía por una sola cosa:
Chris.
El usurpador. El profanador de su legado.
Su corazón latía con un ritmo nuevo. El poder la envolvía. Cada célula gritaba justicia. Cada fibra quería recuperar lo que era suyo por derecho.
Y entonces se lanzó sobre él.
Una flecha roja.
Más rápida. Más precisa. Más letal.
Sus movimientos eran distintos. Su velocidad, su fuerza, su exactitud — todo había aumentado.
Y no estaba sola.
Hex estaba con ella.
Menos ágil, más sólido, como un muro viviente. Se movía en sentido contrario, cerrando los espacios, bloqueando rutas de escape, empujando a Chris hacia un corredor de ataques — los de Rose.
Una trampa perfecta.
Rose golpeaba sin tregua, una lluvia de cortes certeros, calculados. Trazaba heridas en sus piernas, brazos, costillas. Cortes pequeños, pero precisos. Cada uno contaba.
Chris aguantaba.
Lograba cubrir sus puntos vitales, bloqueando los ataques más peligrosos con una habilidad fría.
Pero la diferencia de poder era clara.
Innegable.
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Editado: 21.04.2025