Liamdaard - Un nuevo amanecer (completo)

CAPÍTULO 2: Assdan Johnson, el mayordomo

Un vampiro; un monstruo chupador de sangre. La idea de que Aidan era ahora uno de ellos, un sangre fría, le revolvía el alma.  La pena lo invadió; un dolor atroz e indescriptible lo abrumaba, desgarrándole el corazón. Su mente se petrificó. Y un sonido amargo y repetitivo lo atormentaba, lo afligía incesantemente, aspirándolo en un abismo de tinieblas, de locura, de exasperación, de rabia, de ansiedad... Su mundo se rompía, simplemente se desintegraba. El choque existencial era demasiado grande, demasiado vigoroso para su cuerpo. Entonces su respiración se detuvo. Su corazón dejó de latir. Ninguna aura se desprendía de él. Parecía un muerto, pero era un vampiro.

 

El cuerpo inerte, con los ojos bien abiertos, no había emoción en su rostro. Aidan esbozaba una expresión congelada. Su espíritu fue proyectado en un túnel oscuro, un lugar desagradable, antes de encontrarse de repente en un vasto desierto sin luz. Estaba solo ante una crisis existencial, en una lucha encarnizada contra sí mismo; lo que creía, lo que era y lo que se había convertido.

 

Marceau y Léoda discutían con orgullo sobre él, su genio y su poder. No veían lo que le ocurría a su hijo, al menos aún no. Al no escucharlo, pensaban que dormía. Pero no. El niño estaba traumatizado, en un estado de coma extremo. Aidan sufría. Y sus padres no notaban nada. Pontificaban sobre el futuro del niño. Su alegría era inmensa; una alegría mezclada con la inquietud y la incertidumbre, tanto más cuanto que dar a luz era un acontecimiento raro y milagroso para los vampiros. Y esto era posible sólo entre la sangre pura.

 

El momento pasó. Y entonces alguien se aventuraba en la mansión de un paso silencioso. Una presencia imponente; un aura colosal emanaba del individuo.

 

— Ahí está. Él finalmente llegó. — dijo Marceau con un tono grave.

 

— Sí, siento su presencia. No le hagamos esperar. — respondió Léoda con un aire siniestro.

 

Con estas palabras, los dos vampiros se levantaban, dirigiéndose hacia el salón. El individuo se encontraba allí. Marceau y Léoda lo sentían. Un céfiro ligero acompañaba sus pasos. Y los escalofríos amenazantes rodeaban los alrededores. Paso a paso, no tenían prisa. El individuo los esperaba de pies firmes. Un hombre alto, de piel moreno claro con ojos verdes, pelo negro y que llevaba barba. Era un poderoso vampiro de más de ocho siglos.

 

Sus miradas se asombraban en el aire. Sus auras chocaban, energías siniestras y aterradoras. La atmósfera era pesada, la presión opresiva.

 

— Te damos la bienvenida a nuestro humilde hogar, Assdan. — declaró Marceau en un tono majestuoso y sombrío.

 

Assdan Johnson era un súbdito leal de la familia real de los vampiros. No era por obligación, sino porque estaba en deuda con ellos. Antes eran enemigos. Pero estos le habían salvado la vida. Y desde entonces se había convertido en su aliado, su amigo más fiel.

 

— ¡Señor Marceau! ¡Señora Léoda! les doy las gracias por recibirme en vuestra casa. — respondió con un tono sereno inclinando la cabeza.

 

— Me alegro de verte en plena forma, Assdan. — le dijo Léoda

 

— Gracias, señora. Y usted señora, como siempre, es muy deslumbrante. — confesó con cortesía.

 

Una sonrisa fugaz se dibujó en la cara de la vampiresa. — ¡Qué halagador eres! — prosiguió.

 

El ambiente era alegre. Los vampiros se sentaban, discutiendo respetuosamente alrededor de vasos de sangre. Pero Assdan estaba atento, selecto, porque sentía una energía casi inexistente de una presencia habitar la mansión. Una presencia temible a pesar de su debilidad. Los Sano eran tranquilos, imperturbables, de buen humor. Hablaban con alegría, con orgullo, pero con aire impasible.

 

¡Allí! La atmósfera había cambiado. La conversión había tomado otro giro, más intenso, más serio. Assdan tenía la impresión de que los anfitriones estaban a punto de confesarle algo extremadamente imponente o confiarle una misión delicada, una asidua tarea.

 

— Escúchame, Assdan. — dijo Marceau con un tono grave. Y él lo escuchó. — Léoda y yo tuvimos un hijo. Te hemos invitado aquí esta noche, porque tenemos algo que pedirte. — añadió.

 

El rey de los vampiros hablaba de un tono cuidadoso, eligiendo sus palabras con habilidad. Y la mirada de su mujer brillaba de amor, de sinceridad, de amistad, de inquietud. Nadie sabía que habían engendrado un vampiro de sangre pura aún. Cuando Léoda había descubierto que había estado embarazada, después de siglos de esperar un tal milagro, había decidido quedarse en la mansión. El embarazo había durado sólo tres meses, el tercio del tiempo para los humanos. Ella había desaparecido. Nadie sabía lo que le había sucedido ni lo que hacía. Ahora todo quedó claro para Assdan. Si Léoda no hubiera estado al lado de Marceau como de costumbre durante los últimos meses, era porque estaba cuidando de su hijo.




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