Liamdaard - Un nuevo amanecer (completo)

CAPÍTULO 3: Dergon, el dragón milenario

Todo había comenzado con un zumbido, un susurro inesperado. La voz sepulcral se propagaba en la mente de Aidan, creciendo a cada segundo. El ruido amargo formaba una odiosa y repugnante armonía en su cabeza. ¿De quién era? ¿De dónde venía esa voz amarga? No percibía ninguna presencia, ninguna sensación amenazadora alrededor de la mansión. No había nadie en los alrededores, excepto el mayordomo, por supuesto.

 

— ¿Sería Assdan? ¿Pero por qué? ¿Un entrenamiento? ¿Una lección? Realmente no veo para qué serviría. — se dijo con un tono indeciso.

 

Fue a ver al mayordomo, pensando que era uno de sus ejercicios.

 

— ¿Quieres parar esto, Assdan? — dijo con cara de disgusto.

 

El mayordomo sobresaltó de estupor. — ¿Parar qué, joven maestro? — respondió con una voz desconcertada.

 

— No te hagas el inocente, sé que eres tú. —

 

— No sé de qué habla, joven amo. — indicó.

 

— Esa voz, ese ruido desagradable en mi cabeza, para eso de una vez. — prosiguió Aidan en un tono siniestro.

 

— Le aseguro que no he hecho nada. Si oye una voz en su cabeza, no viene de mí. Y añado que no he oído más voces que las nuestras aquí. — replicó el mayordomo en tono firme. — ¿Está seguro de que está bien, amo Aidan? — preguntó con un aire inquieto.

 

Una pizca de duda surgió en la mente del príncipe vampiro. Y ahora la confusión. Assdan había dicho la verdad. La voz no venía de él. Entonces, ¿de dónde venía? Una ola de ira estalló en el reencarnado.

 

— Debo estar exhausto, tal vez por eso creí haber escuchado voces en mi cabeza. Pero creo que después de un poco de descanso esté bien. — respondió él.

 

Mientras tanto, los horribles susurros continuaban repitiéndose en su mente. Sin embargo, Aidan no quería decírselo al mayordomo, no hasta que entendiera lo que le estaba pasando.

 

— Lo espero también. Vaya a tomar una siesta. —

 

El príncipe vampiro se retiró de la habitación, el espíritu torturado por la voz incesante. Con un aire inquieto y confuso, Assdan comenzó a preparar el té, una infusión calmante a los numerosos beneficios.

 

Mientras tanto, con disgusto, Aidan caminó por la biblioteca. Era su habitación favorita. Muros de obras, de todo tipo de conocimientos, se elevaba hasta el techo lejano y tenebroso de esta suntuosa sala. Pasaba allí la mayor parte de su tiempo libre, sumergido en libros bebiendo bebidas calmantes y embriagadoras. Este lugar lo hacía sentirse bien. Pero no en ese momento. Los zumbidos persistían en su cabeza, la voz seguía llamándole desesperadamente. — Aidan... Aidan... Aidan... — Esto se estaba volviendo insoportable.

 

— ¡Maldita sea! ¿Qué es esa voz? ¿De dónde diablos viene? — exclamó furiosamente.

 

El silencio se hizo en su mente por un instante, y la respuesta le vino, no por la voz... sino por un repentino y fugaz aumento de energía colosal y amenazante. Se congeló. Tanto el aumento de energía como la voz estaban llenos de la misma animosidad. Luego los murmullos continuaban. Aidan aún no sabía quién lo llamaba, pero ahora sabía cómo encontrarlo. Así que, sin dudarlo, se dirigía a la fuente de este aura monstruosa, solo. Sin Assdan, pero solo.

 

La mansión de los Sano se ubicaba al norte de una ciudad llamada Thenbel. Estaba un poco fuera de la ciudad, en un terreno extenso. Un bosque oscuro lo rodeaba; árboles que emitían una atmósfera siniestra, húmeda. Una sensación de muerte, la sensación de estar en un cementerio marcaba este espacio. Multitudes de criaturas de la noche, vampiros, hombres lobo, wendigos, brujas, humanos habían perdido la vida en esta tierra. Pero Aidan se aventuraba allí sin pestañear. Su curiosidad prevalecía sobre el miedo. Y la ira hervía en él. Los zumbidos eran intolerables.

 

De un paso seguro y agresivo, cruzó el bosque para terminar en una pequeña elevación. La colina se destacaba del bosque por su cálida acogida con una vista despejada sobre un inmenso paisaje fantástico; árboles que se codeaban armoniosamente, gritos de animales alegres, una brisa ligera y agradable que lo acariciaba. El príncipe vampiro inspiró y exhaló, dejando entrar en él el aliento paradisíaco de este lugar. Pero la energía oscura volvió a golpear al vampiro. La voz se intensificaba. Aidan lo sentía, ya no estaba lejos. Con prudencia, avanzaba con paso ligero, la mirada escrutando los alrededores.

 

Se oyó un gruñido de horror. Los árboles, el bosque, la colina, las rocas se estremecieron. Temblaban de miedo. Un aura funesta cubría los entornos abruptamente, y el cielo se oscureció. El aire era sofocante. Un calor infernal llenaba la atmósfera, eliminando la humedad embriagadora de su hogar. Los escalofríos penetraban en el cuerpo de Aidan, escalofríos de angustia. El individuo era mucho más poderoso que él. Lo sentía.




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