Un Wendigo. Una criatura aterradora, devoradora de carne humana, mucho más horrible que los vampiros. Era un ser de aspecto pavoroso, con un olor nauseabundo de descomposición, de corrupción, un hedor atroz de cadáver.
Su aspecto era abominable, un monstruo esbelto, el cráneo y el esqueleto empujando contra la piel, ella misma del color de las cenizas grises, llevando garras sobredimensionadas muy afiladas, y capaz de aterrorizar a su víctima por la simple vista. Los ojos, empujados hasta lo más profundo de las órbitas, brillaban como carbones ardientes. Manchados de sangre, de sufrimiento, de inhumanidad y de supuración de la carne, los labios de un Wendigo estaban destrozados, dejando escapar un aliento fétido y la boca llena de colmillos amarillentos y afilados.
Al igual que los vampiros, Wendigo podía esconderse bajo una apariencia humana, sin temer ni la luz del día ni el frío glacial de la noche, sin embargo, presa de una sed de carne imposible de satisfacer, excepto por la muerte, por supuesto. Maldecido por las tinieblas, presa de un hambre perpetua, el Wendigo era bautizado el devorador de la humanidad, ya que sólo uno de estos monstruos podía diezmar ciudades, cavilaciones, sociedades enteras. Y ahora había, no sólo uno, sino tres de esas criaturas demoníacas en Thenbel.
El descubrimiento fue sofocante, atónito, pero Aidan y Assdan ya lo habían sospechado. Pero se habían negado a creerlo, a creer que estos seres abominables podían ser responsables de las desgracias de la ciudad, se habían negado a aceptar tal eventualidad, pero en vano, un frio de inquietudes se apoderó de ellos. Y, además, aun ignoraban que había varios de estas aberraciones en la ciudad, en su territorio.
La evidencia los congelaba la sangre, y una brisa de miedo los halagaba. Los wendigos eran adversarios temibles, abominables, mucho más bárbaros que su especie. Su poder era inconmensurable, indeciso, creciendo con el número de víctimas consumida. Así que cuanto más devoraban carne humana, más fuertes se volvían, más cerca de la invencibilidad.
Desconcertado, la realidad se oscureció en la mente de Aidan, aspirándole en un abismo de dudas y angustia. Pero algo mucho más inquietante, un trastorno mucho más profundo, le consumía el alma. La taberna Onyx era sólo una fachada, los Byron eran más de lo que dejaban creer. Rose era una cazadora, por lo tanto, peligrosa, una amenaza para él y para su familia. Ya que, si ella llegara a conocer su verdadera naturaleza, sería... no obstante, el príncipe vampiro se impidió pensar en ello.
Asimismo, sin decir la menor palabra, los espíritus embriagados y angustiados, el grupo de vampiros volvió a la residencia de los Sano, presa de un terrible sentimiento de fracaso, de culpabilidad, de terror. Y la ira también, un torrente violento de rabia se filtró en ellos. La criatura mortífera todavía estaba allí, en algún lugar, libre. La amenaza se cernía sobre Thenbel, una amenaza creciente a medida que pasaba el tiempo.
— Lo siento. he perdido la concentración, es culpa mía que el Wendigo se haya escapado. Y ahora que sabe que lo estamos persiguiendo, será más difícil encontrarlo de nuevo. — dijo Aidan con una voz riada de abatimiento.
— No tiene que disculparse, joven maestro. No fue culpa suya. No es su culpa si se escapó. — le indicó Assdan con un tono reconfortante.
Pero eso no calmó al príncipe vampiro, estaba trastornado, perturbado por los acontecimientos de la noche. 3 Díselo a las próximas víctimas del maldito Wendigo. — murmuró.
— No sea tan duro consigo mismo. Encontraremos a esta criatura y la enviaremos al infierno donde debería estar. — replicó el mayordomo.
— Más nos vale. — señaló Aidan antes de refugiarse en su habitación.
Los tres jóvenes vampiros eran silenciosos, atormentados, aterrorizados aún por el poder aplastante del Wendigo. Su sangre se congelaba en sus venas, temblando de escalofríos, haciendo frente a una dura realidad, aún no estaban aptos. Eran débiles, muy débiles. Congelados, el silencio se tamizaba en la sala. Y el mayordomo podía leer en sus rostros la duda, la ansiedad, sentimientos desastrosos.
— Ustedes también, no sean duros consigo mismos. Han hecho un buen trabajo esta noche. Vayan, pues, a descansar, recobran sus fuerzas, porque aún eso no ha terminado. — les dijo.
— Gracias, Assdan, pero somos conscientes de que ahora somos demasiado débiles. Sin su intervención, habríamos muerto esta noche. — expresó Jessica.
Palabras ardientes, resonando con aflicción. Este certidumbre les revolvía el alma.
— Esta noche hemos salido con ustedes creyendo que podemos ayudarles, pero al final, son ustedes los que nos han ayudado. Lo siento mucho. — añadió Silver humildemente.
— Lo siento por ser una carga. No somos tan fuertes como lo pensábamos. — declaró Jet con tono burlón, pero lleno de ira.