Liamdaard - Un nuevo amanecer (completo)

CAPÍTULO 10: Versias: las tinieblas de un mundo

La mansión se sacudía abruptamente, no solo ella, pero toda la finca de los Sano temblaba, cada vez más intensa, más violenta. El aire se comprimía, se hacía más pesado, saturado por las auras mortíferas que se chocaban. Tan pesado que los tres vampiros jóvenes estaban luchando para mantenerse en sus piernas. Y eso se volvía más denso a cada instante, más agresivo.

 

La atmósfera se incendió, saturada de explosión, de polvo y de vapor y, sin embargo, azotada por un frío mordaz. Reinaba allí un sensación de agresividad, de sed de sangre y auras asesinas.

 

¡Luego allí! Todo desapareció. El aire se estabilizaba progresivamente, la presión sangrienta se disipaba, sin más temblores, y de una brisa ligera que aportaba tranquilidad. Pero el miedo se había llevado a los jóvenes vampiros tan abruptamente que aún temblaban de estupor.

 

—¿Qué fue eso?— exclamó Jessica.

 

Assdan parecía tan perdido como ellos, pero él no marcó más que un breve instante de duda. —¡Mis amos!— susurró con estupor.

 

Precipitaron a toda velocidad en el patio con pasos alarmantes, escrutando de miradas alrededor. ¡Y allí! Los vieron, dos individuos, dos vampiros con poderes inconmensurables que avanzaban lentamente hacia ellos. Emitían auras bestiales, mucho más aterradoras que la del mayordomo.

 

Jessica, Jet y Silver se pusieron en guardia con prisa, gotas de sudor en las sienes. En cada paso de los individuos, la presión volvía más pesada, más opresiva. Assdan era el único que mantenía la calma, pero su mirada era intensamente oscura y siniestra.

 

—¿Quiénes son ellos?— murmuró Jet, el espíritu todavía asustado.

 

Los dos vampiros se detuvieron frente a ellos, a pocos pasos solamente, fusilándolos con una mirada funesta.

 

—Están ante ustedes el señor Marceau Sano y la señora Léoda Sano, los padres del joven maestro y los señores de los vampiros.— les reveló el mayordomo.

 

Los ojos asombrados, el respeto y el miedo se apoderaban de las mentes de los jóvenes convertidos. Con una voz firme y unida, ellos los saludaron con las cabezas inclinadas. —Buenas noches, señor y señora Sano.—

 

Palabras llenas de pánico a las que Assdan completó con cortesía: —Mis amos, bienvenidos a casa.—

 

Marceau y Léoda se mantenían firmes, sin decir una palabra escrutando los alrededores con una mirada descontenta. Y una expresión inquietante se dibujó en sus rostros. Faltaba alguien.

 

—¿Qué está pasando en esta mansión, Assdan? Cuando llegamos, ya había dos vampiros a punto de atacarlos. ¿Por qué? ¿Y dónde está Aidan?— preguntó Marceau con un tono severo.

 

—El joven maestro no está presente por el momento.— respondió Assdan tranquilamente.— Él salió con una a...—

 

El mayordome se congeló. Una evidencia áspera vino a golpear brutalmente su espíritu. Los asesinos ya habían estado allí cuando llegaron Marceau y Léoda, eso significaba que habían venido por ellos. ¿Quiénes eran? ¿Por qué habían querido atacarlos? Las preguntas se agitaban en la mente del intendente y allí otra verdad surgió en su mente. Una verdad angustiosa.

 

—¿Salió con quién?— prosiguió Léoda.

 

—Discúlpenme, mis amos, pero debo ir a buscar al joven maestro con urgencia. Puede que esté en peligro de muerte en este momento.— expuso con un aire grave y abrupto.

 

*******

Los dos Sicarius encargados de eliminar a los cazadores hicieron una entrada estruendosa en la taberna, destruyendo la puerta, arrastrando detrás de ellos los cuerpos vacíos de sangre de sus últimas víctimas y con horror arrojaron los cadáveres en medio de la habitación, provocando sus presas.

 

Sus bocas estaban teñidas de un rojo sangriento, aún con las últimas manchas de sangre que limpiaron cuidadosamente con sus pulgares, las miradas codiciosas puestas sobre los Byrons.

 

Sin embargo, estos últimos permanecían tranquilos, el horror se dibujaba ante sus ojos. Y no obstante, se quedaban imperturbables, mirando a los asesinos con asco. Los cuerpos sin vida, otra vez dos víctimas más de las criaturas de la noche se extendían ante ellos. Los reconocieron. Eran clientes habituales de la taberna, gente inocente que no merecía ser comida de vampiros.

 

La imagen los llenó de ira, pero sin necesidad de enloquecerse. Eso sólo los precipitaría en las trampas de los adversarios. Así que se mantenían tranquilos, atentos, con los manos sobre sus armas.

 

—Canallas, no deberían haber manchado este lugar con su horrible presencia. Aquí solo sirven a los humanos, no a monstruos como ustedes.— habló Fence en un tono siniestro.




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