La pestilencia de la muerte. El olor de la sangre emanaba de la caja, un hedor tan abyecto y tan seductor a la vez. Los vampiros vacilaban, sintiendo subir en ellos los impulsos de asesinato; la sed de sangre que despertaba. Eso les recordaba su naturaleza, su maldición, su pecado; lo que les costaba ser inmortales, tener la fuerza, la belleza y la eterna juventud, y lo que tenían que hacer para sobrevivir.
El olor amargo se intensificaba a cada instante, llevándolos a un torbellino de duda, de angustia y de terror. Estaban impacientes por ver el contenido del cajón, pero también temían el espectáculo que les esperaba.
Una extraña sensación se apoderaba de ellos a medida que se acercaba la abertura de la caja oscura. Un sentimiento de malestar y de desgracia.
—Assdan.— dijo simplemente Aidan.
El mayordomo lo había entendido. —Me encargo de ello, señor.— alegó.
Sacó la garra del dedo índice y abrió el cajón con cuidado. El olor de la sangre explotó, invadiendo todo el salón de la mansión y saturando el aire.
Los vampiros se congelaron, con los ojos desorbitados de horror. Una avalancha de estupor y de terror les estalló dentro. Y la ira al presente, una rabia sofocante. Al interior de la caja se encontraba una cabeza recién arrancada del hombro de una mujer inocente.
Los músculos faciales rígidos, las pupilas dilatadas, los labios hinchados, los globos oculares hundidos, el aflojamiento de la mandíbula inferior; la muerte trotaba en el cajón, la cabeza de la humana como testigo.
Un impulso. El aura asesina del reencarnado oprimía la atmósfera, la furia se materializaba a su alrededor como una envoltura rojiza. Las paredes se estremecieron, el aire se llenó de miedo y la sed de sangre, los deseos de asesinato del príncipe vampiro se hicieron sentir intensamente.
—¿La conocías?— le preguntó Jessica.
—Sí.— respondió Aidan con un tono grave. —Se llamaba Hemma, era una herborista.—
Aidan lo había conocido años antes cerca de la mansión. La había salvado de las garras de un vampiro hambriento, pero no había conseguido hipnotizar ni borrar la memoria de Hemma. Era una mujer iluminada. Ella tomaba tomillo, una planta con propiedades benéficas para los humanos, pero venenosas para los vampiros. Una barrera eficaz contra la hipnosis, el tomillo hacía que la sangre de los humanos ardiera en la garganta de los vampiros.
Posteriormente, el príncipe vampiro y el herborista se habían vuelto amigos. Había sido la única humana que conocía la verdadera naturaleza de Aidan, y a pesar de eso, había disfrutado de su compañía. Al reencarnado le había gustado esa sensación. Pero al presente Hemma ya no estaba, brutalmente arrancada de este mundo por horribles criaturas.
—Lo siento.— murmuró Jessica.
La ira; la deuda de sangre; el castigo funesto; la muerte iba a recibir un debido. Así que se regocijó, se llenó de pasión, bailó con buena esperanza y silbó de alegría. Vidas para una vida. La venganza, en fin, la justicia de Aidan caería sobre los asesinos.
—Encuéntralos.— ordenó al mayordomo con una mirada masacrante, una mirada de asesino.
—Es como si se hubiera hecho, señor.— respondió Assdan.
No hay duda sobre la identidad de los responsables. Versias o más bien sus secuaces, Alrax e Ideus. Sólo quedaban por encontrarlos para hacerlos pagar sus pecados.
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La atmósfera era la misma en la taberna Onyx. Repulsiva, horrorosa, espantosa y asombrosa. La caja de los cazadores también contenía la cabeza de una persona recientemente asesinada. Un cliente, un informante, y también un iluminado; de aquellos que conocían la verdad sobre este mundo, consciente la existencia de las criaturas de la noche.
La ira se movía en su interior, los cazadores se asombraban de consternación. Nunca habrían pensado que Zanex, él también cazador en un otro tiempo, podía cometer tal bajeza. La imagen los llenó de estupor y sobre todo de rabia, de tristeza. Eso era una afrenta a los cazadores, a su familia, a Hex y a Nix.
Un monstruo. Zanex no tenía ni el menor rastro de humanidad en él. Su respuesta, la caja, lo atestiguaba. ¿Cuántos inocentes más mataría en su frenesí asesino? Expulsarlo como una abominación nocturna era en este momento la responsabilidad de los Byrons. No les gustaba esa idea, pero era el camino que Zanex había elegido. Y los cazadores debían eliminar todas las amenazas de la raza humana, era su deber, su carga.
Entonces, sin ninguna vacilación, los corazones rotos por la atroz realidad, los Byron perseguían a aquel que una vez les había sido un compañero, un amigo, un padre. Sin embargo, hacía doce años que había estado muerto para ellos. Al menos tendrían la oportunidad de enterrarlo realmente esta vez.