Sylldia respiró larga y profundamente, saboreando el momento y deleitando su victoria, en fin, lo logró. Había vengado la muerte de Dergon.
La presión cayó y un sentimiento de libertad se insinuó en ella, aliviando el inmenso dolor tan insoportable que sentía. Otros sentimientos la bombardeaban también: alivio, placer, alegría, jactancia, satisfacción, un sentimiento de justicia y de poder... Se sentía omnipotente, más ligera, invencible, llena de confianza. Una sensación agradable.
Pero todo esto; toda esta euforia era pasajera. Una satisfacción parcial. La venganza le proporcionaba en ese momento un alivio de hecho del sufrimiento, pero temporalmente. Esto no borraba ni su herida ni su dolor ni su tristeza. Pero al menos, estaba orgullosa de haber plantado el instrumento mortal en el corazón del vampiro, aunque solo fuera por un momento.
¡Ahí! Sylldia se sorprendió. Aidan, que ya debería haber muerto, se despertó repentinamente, y en un último esfuerzo, le agarró la mano a la muchacha y la puso en su frente antes de desvanecerse de nuevo. En un solo impulso, el príncipe vampiro arrastró a la chica en su mente, llevándola hasta sus recuerdos de aquella noche.
Sylldia se congeló. —¿Qué es?— susurró con asombro.
Ella lo comprendió entonces, en este momento estaba viviendo una experiencia única. Fue testigo del encuentro del príncipe vampiro y del dragón milenario como si hubiera estado presente.
Oyó la voz llamar a Aidan incansablemente, atormentándole el espíritu atrozmente. Lo vio irse al bosque solo, turbado, desorientado. Entonces, un dragón de un blanco inmaculado atacó al joven vampiro, derramando todo su poder destructivo sobre él. Los grilletes de la muerte lo habían atado, y las angustias del sepulcro se habían apoderado de él, agobiándolo de angustia y de dolor.
También sintió el miedo del príncipe vampiro, un miedo tan intenso, el pánico, los remordimientos... Y en el corazón de esos sentimientos tumultuosos, una fuerza había despertado en él y en un último esfuerzo desesperado había desplegado un poder lo suficientemente poderoso para bloquear el ataque mortal del dragón.
Entonces la vio, Dergon, su madre adoptiva, tomando su forma humana y dirigiéndose a Aidan con respeto. Sylldia revivió cada brida de su conversación y finalmente vio al dragón milenario entregarse al príncipe vampiro, pidiéndole que lo absorbiera, que tomara su vida en él.
Sorprendida, Sylldia se quedó sin aliento. —¡No es verdad, eso no puede ser! Pero ¿por qué?— murmuró.
No era una ilusión, ni una manipulación de su mente, sino la verdad; una verdad pesada y desconcertante.
¡Allí! Otra ola de recuerdos invadió su mente. Los reconoció, no eran de Aidan sino de Dergon. En un instante, vio desfilar en su imaginación los buenos momentos que habían vivido juntas, sus penas y sus alegrías pasadas. Sintió entonces las lágrimas correr por sus mejillas. Lágrimas de tristeza, de dolor y de culpa también.
—¿Qué he hecho?— susurró.
Y la respuesta le vino, no por un recuerdo o un zumbido en su mente, sino por su víctima. —Algo que creías que era justo.—
La muchacha sobresaltó de asombro, se estremeció vivamente y tembló de miedo. Aidan no estaba muerto. Sus ojos se elevaban de horror, como si acababa de ver un fantasma, un espíritu atormentado que buscaba venganza y reparación. Y su corazón estaba...
—Tranquila, no soy un fantasma.— le dijo Aidan con un tono tranquilo. —Se necesita más que un vulgar trozo de madera para matarme.—
El príncipe arrancó el instrumento mortal de su corazón y lo arrojó al suelo. Aidan era un vampiro de sangre pura, por lo tanto, los medios clásicos no podían matarlo y la estaca solo tenía el efecto de un anestésico sobre él, que le hacía simplemente dormir durante un breve instante.
Una ligera sensación de alivio insinuó en Sylldia. Se sentía tranquila de que Aidan sobreviviera a su intento de asesinato, que el hombre, al que Dergon había entregado voluntariamente su vida, aún estaba vivo. Sin embargo, el miedo la envolvía, la angustia, el arrepentimiento y la culpa.
—Siento mucho haber intentado matarte. Cuando me di cuenta de que estabas involucrado en la muerte de mi madre, me sentí abrumada por el dolor, la ira y el odio, y quise vengarla. Nunca habría imaginado lo que había pasado realmente entre ustedes. Lo siento mucho.— confesó con voz baja.
Aidan la miró atentamente. Estaba más confundida que nunca, sus sentimientos más agitados. Una carga demasiado grande para alguien como ella.
—¿Así, Dergon era tu madre?— preguntó el príncipe vampiro.