Atónito. La única palabra que podría describir el estado mental de Aidan.
Revelaciones inesperadas, un pasado insospechado, un lejano tumultuoso y doloroso; la trágica historia de una criatura maldita, condenada y corrompida por las diversidades y las supersticiones de este mundo. Pero también era la historia de una amistad traicionada, dos almas siguiendo dos destinos diferentes; y de una familia rota, desgarrada por el odio, obligada a destruirse por los caprichos dramáticos de la fatalidad.
Aidan estaba pasmado, hasta ese momento, había ignorado todo sobre la historia de su familia, el pasado de sus padres, y el vínculo que lo unía con su mayor adversario. Desde el principio, no era solo una lucha contra Versias, sino también una interminable disputa familiar a través de los siglos.
La duda se cernía sobre su mente, la confusión. ¿Qué otra sorpresa le reservaba la historia de su familia? Sin embargo, una cosa quedaba clara: Aal quería su muerte mucho antes de que naciera y este último volvería por él. La idea de enfrentarse a un miembro de la familia no le gustaba, pero el destino no le dejaba opción. ¡Qué malandanza! Matar o ser matado. Una vez más, la realidad de este mundo golpeó violentamente su mente. Los más fuertes dominaban y hacían la ley. Los débiles no tenían derechos para nada.
—Aal! — murmuró Aidan. Un nombre que no podía olvidar pronto. —Otro monstruo creado por la sociedad y un otro juego sucio del destino. —
Por un lado, Aidan había entendido a Aal. Comprendía sus acciones, su ira, sus deseos de venganza, su rabia. El resentimiento del vampiro negro le parecía legítimo. Sin embargo, nunca aceptaría pagar por los pecados de los demás antes que él, nunca le permitiría apoderarse de Sylldia. Para ello, estaría dispuesto a todo.
—Esta basura! — gruñó Leo de ira.
Su odio era igualmente legítimo. El vampiro negro, el hermanastro maldito, había masacrado a toda su familia ante sus ojos, en ese momento, impotentes. No había podido hacer nada para detenerlo, y si Marceau no hubiera llegado en el momento adecuado, también habría sido asesinada. La tristeza, la ira, la sed de venganza; las cargas que llevaba en ella desde siempre. Y una vez más, el demonio negro casi le había arrebatado otra familia, su hijo. Esto avivó aún más su odio.
—Nuestra familia nunca estaría en paz mientras esté siempre en este mundo. — manifestó.
—Lo sé. — replicó Marceau. —Llegará el día en que ya no podrá huir, ese día lo exterminaremos. —
Las escaramuzas entre el vampiro negro y el consejo de vampiros fueron numerosas a lo largo de los siglos. Después de cada aparición, después de cada enfrentamiento, Aal desaparecía en la naturaleza, sin dejar rastro ni huella. Nunca reaparecía de forma consecutiva y, dentro de poco tiempo, en el mismo lugar. Lo que lo hacía misterioso, impredecible, difícil de neutralizar.
Con este pensamiento, Robert suspiró. —Si tan solo, podríamos saber hasta cuándo va a reaparecer y dónde. Si tenemos suerte, quizás en menos tiempo del habitual. —
Estas palabras trajeron una ligera brisa de postración a la mansión. De hecho, Robert tenía razón. Sabiendo que Léoda, Marceau y probablemente todo el consejo de vampiros y cazadores también estaban en Thenbel, a ciencia cierta para derribarlo, el vampiro negro no debía reaparecer tan pronto, sobre todo en esta ciudad. Al menos en situaciones normales, pero no esta vez.
—Él volverá. — manifestó Aidan con calma.
Un ataque de estupor cayó sobre los alrededores. ¡Eso era una declaración inesperada del príncipe vampiro! Su voz estaba llena de certeza, no mostraba ningún rastro de duda. Sin embargo, los demás quedaron perplejos. Marceau y Léoda no podían, no, no querían dar crédito a las palabras de un joven vampiro, incluso si se trataba de su propio hijo. Aidan solo había luchado contra Aal una vez, mientras que ellos tenían siglos de experiencia.
—Lo dudo mucho, Aidan. Probablemente ya está muy lejos de aquí. Es lo mismo que siempre. Si hay una razón por la que no lo hemos eliminado es porque sabe esconderse bien, cómo pasar entre las mallas de nuestras redes. — señaló el tigre real.
Así era la realidad. Sin embargo, Aidan persistió. —Créanme, él va a venir. Pero creo que, ya que sabe que ustedes están aquí también, va a reunir un ejército y atacarnos en muy poco tiempo. —
Eso era inquietante, la obstinación repentina del príncipe vampiro. ¿Por qué insistía tanto? Quería desesperadamente que sus padres se quedaran en la ciudad. ¿Por qué? ¿Quizás fue por miedo? ¿Miedo al peligro del vampiro negro y a la muerte? ¿Quizás simplemente quería sentirse protegido? Lejos de eso. Su mirada no era la de un cobarde, no, rebosaba de certeza, de determinación. Lo que era curioso.