Su nombre era Carlos, patriarca y jefe del clan Byron, una de las primeras familias originales de cazadores. Padre de Fence y abuelo de Rose, Claire y Hex. Este último no tenía ningún vínculo de sangre con él, por supuesto, pero era un miembro adoptivo de su familia.
Un hombre alto con una barba gris media, ni gorda ni delgada, con un rostro marcado por el peso de los años y algunas ligeras cicatrices en recuerdos de las guerras vividas, ojos azules, mirada severa. A pesar de su edad, permaneciendo aun activo y fuerte, su cuerpo era musculoso, forjado para el combate.
Se le llamaba simplemente EL CAZADOR por su destreza y talento en el campo de batalla, su dedicación, su fuerza, su poder; era la encarnación misma del cazador virtuoso, respetado tanto por sus compañeros como por sus enemigos. Una figura legendaria.
Sin embargo, a diferencia de su difunta esposa, Rosie Byron, que tenía un carácter suave, tolerante, amable, él era estricto, severo, exigente, imponiendo entrenamientos extremos, duros a los miembros de su clan, no tolerando la debilidad. Quería formar a los cazadores más evolucionados y poderosos de la nueva generación. Y sus métodos eran aterradores, crueles, de ahí su otro apodo, el tirano.
Pero lo hacía con amor, trabajando siempre por el bien y la seguridad de la familia. No buscaba ser amado, no, eso no le importaba, cumplía sus funciones de padre, jefe y protector del clan con orgullo, intrepidez y, sobre todo, sin mostrar la menor debilidad, ni la menor piedad.
¡Allí! EL CAZADOR respiró largamente, saboreando el silencio impuesto por su presencia y escrutó sus alrededores con una mirada intensa. La sala estaba llena de fuertes emociones, listas para estallar. Todos los ojos estaban sobre él, esperando impacientemente sus primeras palabras, pero los segundos pasaban y no había dicho nada, aún no.
Todavía sin pronunciar palabra alguna, desgarró el sobre delicadamente, sobre el que estaba escrito «a la familia Byron», a Fence y Léoda, por supuesto. Y empezó a leer en voz baja.
«La familia Sano requiere su presencia a las 20:30 en su mansión para una cena de cortesía dentro de dos días.»
Los ojos asombrados de estupor, estado de shock, la sensación de ser expulsados en una otra realidad, desorientación... El nombre Sano era tan conocido como el de Byron en su ambiente, era el nombre del rey de los vampiros y su familia. Criaturas aterradoras, plagas vivientes, las mayores amenazas de la especie humana y de la sociedad de cazadores.
Luego, el estupor dio paso a la ira, una intensa rabia, y el silencio a susurros hostiles. El mensaje de los Sano era más que provocativo, desdeñoso, no parecía a una invitación, sino a una convocatoria general. Lo que era ofensivo, humillante, inaceptable para los cazadores.
—Pero ¿quién se creen que son, estas basuras? — se entendió por ahí, —¿Cómo se atreven? — exclamó por allá. —¡Es una falta de respeto! — Debemos hacerles pagar esta insolencia. — y siguieron otras manifestaciones de ira.
Sin embargo, Fence y su familia guardaron silencio. Estaban tan molestos y furiosos como los demás, por supuesto, pero habían entendido otra cosa. Esta invitación altiva y provocadora solo podía venir de él, del hijo Sano, no del padre. Aidan. ¿Cuál era su plan? Dudaban que era solo para humillarlos y avergonzarlos frente a los otros cazadores.
La carta entre las manos, el rostro frío, la mirada oscura e intimidante, Carlos avanzó hacia ellos, ignorando los estruendos circundantes. La atmósfera se volvió opresiva y el aire pesado. Rose, Hex y Claire apartaron sus ojos del tirano, gotas de sudor que se posaban sobre sus sienes. Pero Queen y Fence se mantuvieron firmes, sosteniendo la mirada severa de este último.
—Y ustedes, ¿qué tienen que decir? ¿Fence? ¿Queen? ¿Los niños? — les preguntó Carlos con una voz grave, sorprendentemente serena.
El silencio se posó entonces en la habitación. No había más murmullos; y los gruñidos se apagan. No se oyó más que las pesadas respiraciones de los demás, los ojos llegados sobre Fence, esperando con impaciencia su respuesta.
—Estoy... completamente perdido como usted, padre, porque yo no sé por qué nos envían esta invitación... —
—Si aun podemos llamarlo una invitación. — susurró Carlos.
—Sin embargo, no creo que esto venga de Marceau Sano. — repuso Fence con un aire pensativo.
—¿De quién entonces? — preguntó el CAZADOR.
Fue Queen quien le respondió. —Probablemente de su hijo, Aidan Sano. — manifestó.
Aidan, ese era un nombre que ni Carlos ni los demás olvidarían. Siendo la descendencia de los vampiros más poderosos, este último sería seguramente un monstruo tan aterrador como sus progenitores con el tiempo. Tal vez deberían aprovechar esta oportunidad para eliminarlo, pero eso provocaría la furia del rey de los vampiros y su reina. Sería entonces la guerra.