Libertad Cautiva

Capítulo 1

"Es porque te queremos"

Una semana después.

—No, no puede ser...

—¿Dijiste algo, Maya? —preguntó Marlene, distraída.

—Nada —respondí más rápido de lo que quería.

Marlene me miró de reojo, pero no dijo nada más. Seguro sospechaba algo, pero no se atrevía a decirlo en voz alta. A cada paso, la ansiedad se acumulaba. No podía evitarlo. Mi abuelo nunca me preguntaba nada sin tener razones y ese día sentía que algo iba a estallar.

Cuando entramos a la casa, me pareció más fría de lo normal. Apenas puse un pie en la cocina, el arrepentimiento empezó a apoderarse de mí. Había salido cuatro veces a escondidas, sin que nadie lo notara, pero parecía que mi suerte se había acabado. Quizás ya era hora de que me atraparan, aunque no sabía si mi corazón soportaría tanto, siempre se aceleraba de la nada.

Gluti, que había estado inquieto en mi bolsillo desde que salimos, ahora se movía más que nunca. Algo iba mal, lo sabía.

Me senté en la mesa, intentando aparentar tranquilidad. Los pasos de mi abuelo resonaban desde el pasillo y por reflejo, giré la cabeza para verlo entrar. Su mirada cayó sobre mí con la frialdad de siempre, pero esta vez se sentía más pesada, como si supiera lo que había hecho. El aire en la habitación se volvió denso y hasta Gluti parecía haber desaparecido en el fondo de mi bolsillo.

—Lo preguntaré una vez, Maya. ¿Saliste el fin de semana pasado? —su tono era cortante y directo.

Automáticamente miré a Marlene. Su expresión de sorpresa me hizo sentir más culpable. Ella no tenía ni idea de lo que hacía después de las diez de la noche. Negué con la cabeza casi por reflejo, esperando que esa mentira funcionara.

—No, no salí, abuelo. ¿Por qué lo preguntas?

—Es cierto, padre. Estuvo conmigo todo el día —intervino Marlene, pero el abuelo levantó la mano para silenciarla.

—Cállate, Marlene. Tú siempre la cubres. Seguro lo sabías.

¿Cubrirme? Esta vez no. Marlene no tenía idea de mis escapadas. A pesar de que en otras cosas me ayudaba, esta vez no estaba involucrada.

—¿Entonces, vas a responder o no? —insistió mi abuelo y sentí una leve presión en mi pecho.

Ya no podía seguir mintiendo. Ya era suficiente. Respiré hondo y decidí enfrentarme a él.

—Sí, salí —admití—, Y no te quejes. Siempre tengo que salir con ustedes o con alguien vigilándome. ¿Por qué me tratas como una prisionera?

Su mirada se endureció aún más. Podía sentir cómo su ira empezaba a aflojar.

—¿Ahora es mi culpa por cuidarte y darte lo mejor? —espetó.

—¿A qué le tienes miedo? ¿O a quién? —respondí— ¿Cuándo me dejarás ir? ¡No soy una niña, ya no!

Mi abuelo cerró los puños sobre la mesa, visiblemente molesto. Marlene intentó intervenir, pero él la apartó.

—¿Dejarte ir? ¿De verdad crees que estarías mejor fuera de esta casa? —su voz se elevó—. Te he dado todo, Maya. ¡Todo! ¿Qué harías si te pasara algo? ¡No tienes idea de lo que es el mundo allá afuera!

—¡Siempre dices lo mismo! —grité—. ¡Pero ya no tengo doce años! ¡Puedo tomar mis propias decisiones! Algún día me iré y no podrás detenerme.

—Sin mí, no serías nadie —replicó, levantándose de la mesa con los puños apretados—. ¿Sabes cómo has vivido todos estos años? Cómoda, segura... Y ahora crees que puedes hacer lo que te da la gana.

—Cariño, tranquilízate —intervino Marlene con voz temblorosa—. Tu abuelo tiene razón. Te protegemos porque te queremos, no queremos que te pase nada.

Las palabras que faltaban, la ira se apoderó de mi. ¿Protección? ¿Quererme?. Era control, puro y duro. Les lancé una mirada desafiante a ambos.

—¡Eso es una mierda! —respondí, sintiendo cómo mi voz se quebraba, pero sin dejarme vencer—. Me tratan como una inútil. ¿Recuerdan cuando trabajé en el café? Al segundo día, ya no me querían ahí porque ustedes se entrometieron. ¡Siempre están metidos en todo! ¡No me dejan ser libre!

—Mocosa ingrata —escupió mi abuelo, y antes de darme cuenta, su mano voló hacia mi cara.

El golpe me dejó aturdida. Mi rostro giró bruscamente y un ardor se extendió por mi mejilla. Me llevé una mano al rostro y cuando lo miré, con lágrimas quemándome los ojos, le sonreí. Pero no iba a llorar. No frente a él.

—Vete si quieres —dijo, con una frialdad que me heló— Y cuando vuelvas arrepentida, aquí estaré, esperando tus disculpas.

—Padre, no puedes decir eso... —tartamudeó Marlene, mientras se acercaba a mí.

—Si tanto quiere irse, que lo haga —añadió él—. Estoy harto.

Me levanté, sin decir una palabra más. Verifique mi cartera en mis bolsillos y salí de la casa, ignorando los gritos de Marlene que me pedía que volviera. Al cruzar la puerta, el aire frío me golpeó como un balde de agua helada. El cielo estaba cubierto de una neblina gris y como nunca un silencio se presentó en aquella ruidosa día a día.

Miré hacia atrás una última vez. El peso de lo que acababa de suceder me golpeaba de lleno, pero no me detuve. Toqué a Gluti en el bolsillo, quien estaba sorprendentemente tranquilo ahora, me acomode el abrigo y me marche acompañada de un silencio inquietante.




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