Libro 2. No te dije adiós, el diario de Susan

12. Tú, el amor y yo.


Tú, el amor y yo🤍
 


Amantes de lo ajeno, más no de lo prohibido. ¿Cuándo fue la última vez que confiaste tu cuerpo a unas manos extrañas? Yo no lo recuerdo, espero que tú tampoco. Me tomo el atrevimiento que me corresponde cada vez que así lo desee de pensar en tu piel y en cada una de sus facetas, pálida, erizada, quizás por el frío de la noche que ya nos había alcanzado, o tal vez sucedió al sentir el calor al tacto de mis manos, y esta vez sí importa la diferencia. Detallé como se sonrojaba en cada espacio donde mis manos dejaban una caricia, ame que fuera tan blanca porque la pude notar al momento de encenderse.

Tome mi diario y comencé a leer lo que él había escrito para mí, para ambos. Luego de anoche.

¿Si hubo conexión? Tú dime, así lo he sentido, en tu mirada desde el primer momento, donde me vi reflejado en el instante en que tus ojos se hicieran espejos, en tus labios antes de aquel primer beso, la primera caricia, el primer abrazo, este no ha sido el orden correcto, sin embargo, que nos importa cuando podemos imaginar que la piel ha despertado aún antes de que tocaras con tus dedos la suavidad en la mía, cuando te tome la mano aquella tarde, en aquel cuarto de hospital. O incluso mucho antes de que nos encontráramos. Pero ¿Cuál es la conexión ante dos extraños? ¿Cómo se percibe? o aún mejor ¿Cómo le sientes? esto no es posible sin la Física, y la hubo, hablo de la atracción.

Iba leyendo mientras tomaba una taza de café caliente para apaciguar el frío de la mañana, mientras él seguía a mi lado agotado, descansando. Me fijé en cada trazo, leí muy bien cada palabra, le busque significado en mi cabeza a cada una. No quería perderme de nada.

Te confieso como muy pocas veces puedo atreverme, que una vez al cruzar la puerta de esta habitación extraña ante nuestros ojos, me senté sobre la cama mientras caminaba asombrada por la habitación, buscando aquella bañera, me senté y mire a mi alrededor, y observe las paredes de roble, la cama, el cajón que tenía en frente donde se guardan los paños, el televisor apagado, y el espejo grande que estaba a mi izquierda, me perdí de una manera abstracta en mis propios pensamientos por un momento, mientras no seguías a mi lado y aun así escuchaba el agua de la tina caer, mi mente vagaba y mi corazón le seguía exaltado, de pronto sabia y a la vez no tenía idea alguna, respecto a lo que sucedería, ¿me explico? claro. Tenía el conocimiento de lo que en ese momento mi cuerpo exigía, de eso estuve seguro, pero desconocía tu manera de tocar y eso me asustaba, ignoraba tu manera de que posean tu cuerpo delicado de mujer, estuve tan nervioso que solo deje reposar mi cuerpo sobre esas sábanas blancas por unos cuantos segundos, mirando hacia el vacío, aunque mi mirada está fija hacia el techo.

Seguí leyendo, con toda la paciencia del momento. Nunca imaginé que él podría sentirse así, amo que escribiera aquí con su propia letra sus sentimientos, esas emociones, y todo lo que sintió.

Los nervios otra de las pruebas que puede delatarnos, y ¿Cómo manipularlos? sí que me la jugaban, secando mi garganta y mi corazón a penas y latía luego de andar desbocado, mis pulmones se ahogaban en exceso de aire, y ¿Por qué tan nervioso? Porque tenía a un ángel a mi lado.

Porque aún éramos unos extraños de nuestros cuerpos desnudos, aún éramos extraños del placer que desborda nuestra piel, sin embargo, esos besos tan sentidos nos delataban y nos exigían mucho más y al cuerpo junto con el alma hay cosas que no se le pueden negar.

Me acerque nuevamente detallando y solo me dediqué a mirarte fijamente, hacía tanto tiempo que no confiaba mi cuerpo a unas manos ajenas, en realidad antes no lo había hecho, pero no eran extrañas, ya que mi cuerpo las reconocía cuando se quedaron grabadas desde aquella primera caricia. Me agache frente a tí cuando te Vi sentada sobre la cama, y clavaste esos ojos claros en mi mirada, ojos claros como el mismo cielo, con un destello de verde sobre ellos, para encontrar ese pequeño tono hay que observarlos bien, sin apuros y con toda la paciencia de los que muchos no son capaces, como iba a ignorarlos, como no perderme en ellos y detallarlos, que grosero hubiese sido de mi parte, ojos grandes, expresivos, con pestañas tan pobladas como árboles en el bosque, ojos que se encendieron en una tonalidad roja al su nariz aspirar mi pequeño y limitado olor a cocoa, olor proveniente del chocolate caliente, olor que ahora emana de mi piel, no siendo la mejor combinación se perdió por un mínimo de instante en ese aroma y el que me pertenece, y ahí estaba yo, observándola perderse una y otra vez, con cada beso su mirada se hacía más pequeña, brillante, picara y aún más espejo y fue justo allí donde me extravié sin encontrar por escasos segundos alguna salida, hasta que ella con sus labios rozando los míos me trajo de vuelta. Tus besos, escribiré sobre ellos, suaves, cargados de mucha pasión, deseo, anhelantes de lo prohibido ¿Y qué es lo prohibido? Quizás una caricia. 
No, una caricia jamás sería prohibida entre ambos.

—¿Qué sientes? — Preguntas, mientras tus labios rozaban la comisura de los míos y tu sentido del olfato inhala cada espacio de mi cara y parte de mi cuello.

—Tu respiración tibia calentando mi piel —te digo al instante— el olor a tu perfume de mujer, la sandía por el chicle que aún permanece en mi boca, y la manteca de almendras en tus labios recién hidratados.

Mientras seguías frente a tí, agachado a un lado de la cama, me miraste sin decir palabra alguna por al menos un minuto y yo lo agradecí, que estuvieras ahí callada y me hablaras solo con la expresión de tu mirada, mirada que siempre llevare clavada, mirada que al momento de pensarte se hace presente y demora para que se vaya. Hasta que confieso.

—Tengo miedo.
Y tu me regalaste una sonrisa, no entiendes de que podría sentir miedo, entonces debiste asumir que solo quería alejar tus nervios, que aseguraba ya los habías notado en tus ojos, en tu manera de estar sentada sobre la cama manteniendo la misma posición desde que entramos, en la inquietud de tus manos, tal vez el tono de tu voz o quizás fue que note tus piernas temblando. Me puse de pie y te tome de la mano, llevándola hacia el centro de la cama junto a mi, con nuestros cuerpos ansiosos y nuestras mentes algo inquietas, al menos la mía lo estaba, seguro tu estabas asustada.



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En el texto hay: diario, romance, drama

Editado: 16.03.2023

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