4 años después
Escuché el palpitar de su corazón acelerado, su respiración errática, sentí el movimiento en sus brazos y olí de alguna forma su miedo.
Puede que una niña de cuatro años no lo entendiera pero sé con seguridad que en ese momento estaba despidiéndome del calor de mi madre. Entendía de alguna manera su terror, que no era por ella si no por mí.
Cruzamos por los árboles torcidos que muchas veces había recorrido antes. El frío de la mañana azotaba mis manos enredadas en el cabello blanco de mi madre, no recordaba un momento en que lo hubiera tenido de otro color, así como yo, nacimos con un característica muy poco común, casi imposible de encontrar, ambas con el cabello blanco plateado y una tez morena. Toda la familia de mi madre había sido marcada con esta característica y el que únicamente podíamos traer mujeres a este mundo.
La habilidad que siempre me había mostrado era increíble, corría tan rápido y sigilosamente por el bosque, sin embargo algo estaba mal. Se movía de una manera errante. Le faltaba el aire cada tanto, tropezaba, lo que nunca había ocurrido.
Llegó un momento en el que no pudo sostenerse de pie y cayó. Salí disparada de sus brazos. Levantó su mirada, esos ojos que jamás compartimos, la única característica en la que nos diferenciamos, sus ojos azul claro me vieron fijamente.
Los ojos penetrantes de mi madre a veces me daban miedo, sin embargo jamás olvidaré lo que en esa ocasión vi. Era temor y amor, ambas por mí.
Hombres salieron del bosque. Vestidos y equipados como militares en trajes negros. Sus caras cubiertas por cascos.
No existió manera en que lo pudiera haber evitado, me quedé inmóvil, en este momento pienso que hasta mi corazón dejó de latir.
Observé a los hombres que rodeaban a mi madre y no me moví. Su mirada estaba llena de valor, me decía que no me moviera, que me quedara quieta y no fuera con ellos.
Nos observó fijamente, sabía que tenía que moverme, tal vez no corriera como mi madre, pero había heredado su don, cualquier persona que no estuviera entrenada y conociera ese bosque como la palma de su mano no era rival para mí.
Detrás de ellos apareció una sombra, eran tres hombres, dos de ellos iban arrastrando al último. El que resultó ser mi padre.
Mi padre levantó en ese momento la cara, se llenó de coraje contra los hombres que nos habían acorralado. Se revolvió entre sus brazos pero no logró zafarse. Mi madre seguía en el suelo acurrucada, con el pie de uno de esos hombres en su espalda, con la mejilla pegada a la tierra. Lágrimas llenaron su rostros y ahogó un sollozo por lo que iba a suceder.
El hombre me dio la espalda y sin preguntar, sin esperar apuntó a mi padre. El jamás quitó la vista de su agresor, murió viéndolo a los ojos y sin arrodillarse. Murió de pie.
Lo único que recuerdo es el sonido, la detonación, un salpicar, el cuerpo golpeando el piso y el llanto de mi madre.
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Editado: 14.01.2020