Amelia y Andrew estaban sentados en la biblioteca, intercambiando miradas nerviosas mientras esperaban a su supuesto contacto. Los libros antiguos y el olor a papel creaban una atmósfera tranquila, pero su expectación era palpable. Justo cuando Andrew estaba a punto de decir algo, un hombre entró en la biblioteca, su presencia imposible de ignorar. Tenía un aire imponente, Noah Sinclair, con una complexión atlética, una estatura promedio pero hombros amplios, lo que le daba una apariencia robusta y confiada. Su cabello oscuro era corto y ligeramente despeinado, como si no le diera demasiada importancia a los detalles, pero aún así refleja cierto cuidado. Llevaba una barba bien recortada, añadiendo un toque de madurez y decisión a su rostro, mientras sus ojos oscuros y penetrantes muestran la intensidad de su personalidad. Estaba vestido de manera elegante pero informal, con ropa ajustada que resalta su figura y chaqueta de cuero dando un toque de sofisticación que no pasa desapercibido. Noah proyectó una imagen de seguridad y autoridad sin perder el estilo ni el carisma. Sin duda, este era su contacto.
El hombre caminó directamente hacia ellos, con pasos seguros, y tomó asiento frente a los dos jóvenes investigadores.
“Noah Sinclair”, dijo, extendiendo la mano con una firmeza que no dejaba lugar a dudas de su confianza. “Soy su contacto”.
Amelia tragó saliva antes de hablar: “Ah... hola. Soy Amelia Anderson y él es mi amigo, Andrew Ravenshade”.
Andrew, más relajado que Amelia, inclinó la cabeza con una leve sonrisa. “Un placer, Noah. Nos dijiste que tenías una pintura maldita. Nos gustaría saber más sobre su historia”.
Noah los observó por un momento, como evaluando si eran dignos de conocer lo que estaba a punto de revelar. “Vaya, directo al grano”, dijo con una sonrisa sarcástica. “Bueno, tampoco estoy para perder el tiempo”.
Con un tono serio, Noah les relató lo que había ocurrido con su hermano, describiendo cómo había caído víctima de una de las pinturas malditas. A medida que hablaba, Amelia y Andrew intercambiaban miradas, reconociendo partes de la historia que coincidían con sus propias investigaciones. La angustia en la voz de Noah era palpable, pero también lo era su determinación.
“Solo necesito una cosa de ustedes”, dijo Noah finalmente, inclinándose hacia adelante. “Yo consigo las pinturas. Ustedes me ayudan a acabar con la maldición. Eso es todo”.
Andrew frunció el ceño, pensativo. “Suena fácil, pero sabemos que no lo es. Somos jóvenes, sí, pero hemos investigado lo suficiente sobre maldiciones para entender el peligro. ¿Qué tan serio es en lo que nos vamos a meter?”
Noah los miró con una intensidad que hizo que Amelia se estremeciera. “Es mortal. Pero al menos puedo asegurar sus vidas. Tengo un aliado, alguien que sabe más sobre estas maldiciones. Debemos ir a verlo”.
Amelia levantó una mano, deteniéndolo. “Espera, aún no nos has mostrado la pintura”.
Una sonrisa fría cruzó los labios de Noah. “Todo a su debido tiempo. Yo quiero resolver esto tanto como ustedes. Pero primero, necesitamos ver a mi contacto”.
Amelia y Andrew se apartaron para hablar en privado. Amelia cruzó los brazos, claramente incómoda. “No sé, Andrew. Esto está avanzando demasiado rápido. ¿Qué pasa si es un loco? No ha mostrado ninguna prueba”.
Andrew, en cambio, parecía emocionado. “Amelia, piénsalo. Si esto es real, nuestras redes explotarían. Llegaríamos a más de un millón de seguidores. Es una oportunidad única”.
Amelia suspiró, aún dudosa. Pero finalmente, la ambición de Andrew la convenció. “Está bien. Pero si algo sale mal, nos vamos de inmediato”.
Regresaron a donde Noah los esperaba, observándolos con paciencia. “De acuerdo”, dijo Andrew. “Te ayudaremos”.
Noah asintió, satisfecho. “Perfecto. Prepárense, nos vamos de viaje. El hombre que necesitamos ver está más cerca de lo que creen”.
Cuando llegaron a la casa del chamán, una construcción humilde y rodeada de árboles retorcidos, Amelia y Andrew se detuvieron, impresionados por el aura mística que emanaba del lugar. El chamán los recibió en la entrada, su figura era tan enigmática como la casa. Tenía una mirada profunda, y su ropa estaba adornada con símbolos ancestrales.
El chamán miró directamente a Noah, que se mantenía firme pero relajado. “Trajiste compañía”, dijo con una voz ronca, pero cargada de autoridad.
Noah, sin dudar, respondió: “Es necesario. Recuerda que no quiero estar implicado directamente”.
El chamán asintió, aceptando sus palabras sin más preguntas. Mientras tanto, Amelia y Andrew observaban en silencio, sorprendidos por el entorno. Un aire frío recorría el lugar, haciendo que Amelia sintiera un escalofrío por la espalda.
Noah, sin más preámbulos, regresó al auto y sacó un gran cuadro cubierto con una tela. Lo llevó con cuidado hasta el interior de la casa y lo colocó frente al chamán. Amelia y Andrew se miraron, asombrados; finalmente estaban frente a una de las pinturas malditas, en persona.
“Esta es una de las que conseguí”, dijo Noah, mientras retiraba la tela que la cubría. “Apenas me la entregaron ayer. Aún no se ha activado la maldición sobre mí. ¿Terminaste lo que estabas preparando?”.
El chamán asintió y sacó el talismán hecho de hueso y piedra oscura, atado con un hilo rojo. Lo entregó a Noah con cuidado. “Debes usar esto en tu muñeca, y nunca quitártelo. Te protegerá de quedar atrapado en la maldición”.
Andrew, algo desconcertado, interrumpió: “Espera, ¿solo uno? ¿Y nosotros qué? ¿No deberíamos tener algo similar?”
Noah lo miró con una calma calculada. “Ustedes son quienes estarán directamente implicados. Yo no. Recuerden lo que les dije”.
El chamán intervino, hablando con voz serena pero firme. “Entiendo que su misión es acabar con la maldición. Pero su papel es diferente. Para lograrlo, deberán maldecirse a ustedes mismos”.
Amelia frunció el ceño, claramente confundida. “¿Maldecirnos? ¿A qué te refieres con eso?”