Al notar su presencia, los jóvenes comenzaron a reírse, pero no era una risa normal. Era una risa oscura, macabra, llena de maldad.
"Vaya, vaya... ¿a quién tenemos aquí?", dijo una de las chicas, la más cruel de todas, con una sonrisa retorcida. "Nuestra querida amiga, Amelia"
Otra chica se unió, su voz resonando con veneno: "Ven aquí, Amelia, no seas tímida"
Un chico del grupo, alto y corpulento, la miró con desprecio. "Parece que nos ha olvidado", murmuró con una sonrisa siniestra.
Amelia retrocedió, su respiración se aceleraba. El miedo se apoderó de su cuerpo como un veneno, paralizándola. "Esto no puede estar pasando..." dijo para sí misma mientras intentaba escapar, pero las risas burlonas de los jóvenes la siguieron.
Ella no quería pensar en nada, solo corrió lo más rápido que pudo para alejarse de aquellas personas. Como si el suelo desapareciera bajo sus pies, corría desesperada. Podía sentirlos detrás de ella, sus pasos resonando como ecos oscuros en los pasillos. No tardaron en alcanzarla.
La primera chica la empujó con fuerza, haciéndola caer al suelo. Amelia intentó levantarse, pero antes de que pudiera reaccionar, sintió cómo la mano de la chica se enredaba en su cabello, tirando de ella hacia atrás con una fuerza brutal.
"¿A dónde crees que vas?" preguntó la chica, inclinándose hacia ella, su rostro distorsionado por una malicia casi demoníaca. "Tienes que jugar con nosotros, Amelia... siempre hemos jugado contigo"
El chico se acercó, agachándose a su lado mientras la miraba con desprecio: "Parece que nuestra pequeña rebelde necesita una lección"
"¡Suéltenme!" gritó Amelia, luchando por zafarse del agarre de la chica, pero era inútil. Las risas, los susurros y las amenazas de los jóvenes la rodeaban, envolviéndola en una oscuridad abrumadora.
"¿Dejarte ir?" se burló otra chica, acercándose a su rostro. "¿Por qué haríamos eso? Nos divertimos demasiado contigo."
Las manos espectrales de sus antiguos compañeros comenzaron a aferrarse a ella con más fuerza. Cada toque era frío, insensible, como si intentaran robarle la vida misma. Amelia sentía que el aire le faltaba, que las sombras se cerraban a su alrededor. Su corazón latía con fuerza en su pecho, su mente gritaba por escapar, pero el pánico la inmovilizaba.
La otra chica, viendo que Amelia estaba acorralada, sacó un bolígrafo del bolsillo de su uniforme escolar con una sonrisa perversa. Sin pensarlo, lo clavó directamente en la mano de Amelia. Un grito desgarrador escapó de sus labios.
"¡Aaahhhggg! ¡Déjenme! ¡Déjenme!", Amelia suplicaba, su voz quebrada por el dolor.
El chico se acercó, su rostro iluminado por una mueca cruel. "Mira qué lindo... llora como la niñita débil que siempre ha sido", dijo, soltando una carcajada que resonó en el vacío del lugar. La risa de sus agresores la envolvía, como si se regocijaran en su sufrimiento.
Amelia sentía que el dolor era insoportable, cada latido de su corazón pulsaba con fuego en su herida. Pero, a pesar del miedo y del tormento, algo dentro de ella se rebeló. Reuniendo una última chispa de energía, empujó con todas sus fuerzas a la chica que le tiraba del cabello y, con un jadeo desesperado, corrió hacia adelante.
Sus pies la llevaron a un espacio vacío, pero no había refugio. Las sombras comenzaron a rodearla, acercándose poco a poco, sus voces llenas de veneno la seguían.
"Miren a la pecosa..."
"Nadie la quiere. Es tan fea..."
"La rara está aquí..."
Las voces perforaban su mente como agujas. No quería escuchar. No quería seguir soportando ese dolor, pero no podía ignorar el frío punzante en su mano. Con lágrimas en los ojos, se mordió el labio y, en un acto desesperado, arrancó el bolígrafo de su carne de un tirón. Gritó con todas sus fuerzas mientras el dolor la atravesaba como un rayo. La sangre brotaba de la herida, manchando su ropa, pero el dolor físico no era nada comparado con el peso que cargaba en su alma.
"Ya no puedo más..." pensó entre jadeos. Se tambaleó y se dejó caer de rodillas, su cuerpo agotado y tembloroso. Los recuerdos de su vida la asaltaron, cada momento de debilidad, cada lágrima derramada en soledad. Siempre había sido la chica tímida, la que se escondía tras su cabello y evitaba las miradas. Había soportado burlas, aislamiento, la frialdad de aquellos que nunca la entendieron. No tenía amigos, no tenía fuerzas....
"Débil... inútil..." Las palabras eran cuchillos invisibles que la apuñalaban una y otra vez.
Mientras esos pensamientos la atormentaban, sintió que el grupo de jóvenes la alcanzaba de nuevo. La chica que la había apuñalado con el bolígrafo se inclinó hacia ella con una sonrisa malévola.
"¿Ves? Sabía que no ibas a correr por mucho tiempo", su voz goteando crueldad. "Es hora de que vengas con nosotros"
Las manos de los chicos se cerraron sobre ella, heladas y aterradoras, tirando de su cuerpo hacia abajo. Amelia sintió que algo oscuro y viscoso la envolvía, como si un mar de sombras intentara devorarla. El frío se arrastraba por su piel, y su mente se nublaba. Estaba perdiendo la voluntad de luchar. Se dejó llevar, su cuerpo se hundía en esa negrura infinita, y con cada segundo, su alma parecía apagarse más y más.
Tal vez esto es lo que siempre fui, pensó mientras se dejaba arrastrar al abismo. Débil, sin valor... sola.
Las sombras tiraban de ella, sumergiéndola en el mar negro, sus risas resonando como ecos distantes. Amelia ya no tenía fuerzas para resistirse, ya no quería luchar. La desesperación la había consumido completamente, y en ese momento, todo parecía perdido.
Mientras tanto, Andrew y Noah sintieron un escalofrío recorrerles la columna. Algo no estaba bien. Los ojos de Noah se fijaron en Amelia, tendida en el suelo, completamente inmóvil. De repente, un hilo de sangre comenzó a deslizarse desde la comisura de sus labios, tiñendo de rojo su piel pálida.