El aire parecía volverse más denso con cada segundo que pasaba. Las criaturas los rodeaban en un círculo opresivo, sus ojos brillando en tonos de rojo y amarillo. Los yōkais no parecían tener prisa, como si estuvieran evaluando a sus presas antes de atacar. Sus cuerpos distorsionados y grotescos se movían de manera antinatural, avanzando y retrocediendo como si disfrutaran del miedo palpable en el ambiente.
Noah respiraba rápido, la adrenalina bombeando a través de sus venas. Sin pensarlo, llevó su mano a la marca en su muñeca. En cuanto sus dedos hicieron contacto, sintió un calor intenso que se propagó por su cuerpo como una llamarada. El fuego brotó de su piel en un estallido, haciendo retroceder a los yōkais más cercanos con gruñidos de incomodidad. Cuando las llamas se calmaron, Noah sostenía una daga luminosa, su filo brillando con una luz cegadora.
Amelia abrió los ojos con asombro: “¡Wow, Noah, lo lograste!” exclamó, todavía boquiabierta por lo que acababa de presenciar.
Andrew, sin embargo, mantenía los pies en la tierra. “Sí, es genial y todo”, dijo mientras barría el área con la mirada nerviosa, “pero nosotros seguimos en peligro. ¡Amelia, enfócate! Si Noah pudo hacerlo, nosotros también podemos”
Antes de que Noah pudiera decir algo, un yōkai se lanzó hacia él con una velocidad aterradora. Sin dudarlo, Noah giró su daga y la dirigió hacia la criatura, enfrentándola con una destreza impresionante. El filo de su arma cortaba a través de la piel dura del yōkai, pero cada ataque solo parecía atraer a más de ellos. Noah jadeaba, moviéndose rápidamente, sus movimientos un torbellino de velocidad y precisión. No obstante, no importaba cuántos lograra herir o hacer retroceder, siempre llegaban más, sus números eran abrumadores.
Amelia y Andrew se quedaron atónitos al ver la intensidad de la batalla. Noah luchaba con una fuerza salvaje, impulsado por algo más allá de su propia habilidad. Los yōkais retrocedían, pero pronto comenzaron a rodearlo nuevamente, atacando desde todos los ángulos. El sudor caía por su frente, pero su determinación era firme.
“¡Rápido!” gritó Noah mientras bloqueaba un golpe con su daga y respondía con un corte limpio. “¡Invoquen sus armas! No voy a poder contenerlos mucho más tiempo”
Amelia sintió un nudo en el estómago. Sabía que tenía que actuar, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Andrew apretaba los puños con frustración, sintiendo la misma impotencia. Ambos compartieron una mirada de desesperación, pero también sabían que no podían dejar que Noah luchara solo.
“Vamos, Amelia”, dijo Andrew, tratando de calmarse. “No podemos fallar ahora”
Amelia cerró los ojos por un momento, tratando de concentrarse en su marca, imaginando el mismo calor que había visto en Noah. Podía sentir la tensión en el aire, los gruñidos de los yōkais que acechaban a su alrededor, y la energía que los rodeaba. Inhaló profundamente, intentando dejar de lado el miedo.
Andrew, a su lado, también cerró los ojos. Recordó las palabras del chamán: Las armas espirituales responden al peligro, conectan con tu energía cuando más lo necesitas. Sintió un pequeño destello de esperanza y comenzó a concentrarse, rogando porque funcionara.
De repente, un chispazo de energía recorrió el brazo de Andrew como un rayo, haciéndolo abrir los ojos de golpe. Una sensación sólida y extraña invadió su mano. Miró hacia abajo, y para su asombro, una gran alabarda con luz resplandeciente había aparecido en su puño.
“¡Salió!” exclamó, la incredulidad marcando su rostro mientras observaba el arma radiante en sus manos. Pero no había tiempo para procesarlo; Noah ya estaba luchando ferozmente contra los yōkais que se abalanzaban sobre ellos.
Sin vacilar, Andrew se unió a la batalla. Sintió un poder abrumador fluir por su cuerpo, mucho más allá de lo que esperaba. Blandió la alabarda con fuerza, impactando a uno de los yōkais que, con un solo golpe, salió volando por los aires, estrellándose a lo lejos entre los árboles. ¡Es más fuerte de lo que pensé!, estaba sorprendido de la energía que su arma liberaba.
Sin detenerse, Andrew continuó golpeando con precisión y potencia, ganando terreno. Mientras tanto, Amelia, a unos metros de distancia, luchaba por invocar su propia arma. Estaba paralizada por el miedo, incapaz de concentrarse. Su respiración era errática, sus manos temblaban. Sentía que todo a su alrededor se desmoronaba.
De repente, un yōkai la tomó por la espalda, arrastrándola bruscamente. Andrew, al ver lo que ocurría, gritó desesperado: “¡Amelia!” Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia ella. El yōkai apretaba su cuerpo con una fuerza descomunal, y Amelia ahogaba gritos de dolor mientras intentaba liberarse inútilmente.
Con un rápido análisis de la situación, Andrew saltó y, con un movimiento preciso, lanzó su alabarda como si fuera una lanza. La hoja atravesó limpiamente la cabeza del yōkai, que soltó a Amelia de inmediato, colapsando en el suelo. Andrew corrió hacia ella, jadeando, y la levantó mientras ella temblaba violentamente. “Tranquila, voy a ponerte en un lugar segu—” Su frase quedó interrumpida cuando otro yōkai lo tomó por el cuello, levantándolo del suelo. Amelia miraba aterrada cómo su amigo se ahogaba, su rostro enrojecía y sus movimientos se debilitaban.
En el último instante, un fuerte disparo resonó en el aire. El yōkai soltó a Andrew de golpe, dejándolo caer al suelo, donde comenzó a toser y recuperar el aliento. “cof cof ¿Qué… qué pasó?” preguntó, aún aturdido. Giró la cabeza y vio a Amelia en el suelo, con una pistola humeante en la mano, todavía temblando de miedo.