Noah seguía concentrado en los relojes cuando escuchó las palabras frustradas de Andrew, cargadas de desánimo. “Andrew, ¿todo bien?” preguntó con preocupación, pero Andrew ya no quería ni responder, aunque al final lo hizo, con un tono visiblemente molesto: “No, nada está bien, solo quiero que salgamos de una maldita vez de aquí”
Amelia, intentando calmar un poco el ambiente, comentó con una ligera burla: “Vaya, estás muy enojado”. Andrew no lo tomó bien y respondió con dureza: “No quiero hablar de ello. Y, ¿saben qué? No quiero escucharlos más, nos vemos a la salida”. Sin dar tiempo para que le respondieran, Andrew cortó la conexión de forma abrupta.
Noah insistió, intentando reconectar: “¿Andrew? ¡Andrew! Contesta, no es momento para esto”. Pero la voz de Aria, su asistente digital, respondió de inmediato: “Lo lamento, jefe. No puedo restablecer la conexión, se quitó sus auriculares”. Noah frunció el ceño, confundido: “¿Por qué rechazarías una orden directa?”. Aria reprodujo un mensaje de voz de Andrew: “Y tú, máquina, si te atreves a conectarme sin mi permiso, te meteré tantos virus que no podrás trabajar en una semana entera”
Noah dejó escapar una risa seca, resignado: “Vaya, sí que está enojado. Déjalo así por ahora”.
“Usualmente no es así... tal vez el templo afectó su mente”. Amelia suspiró, con una mezcla de preocupación y tristeza.
Noah asintió, pero mantuvo su mirada en los relojes, alerta: “Es posible. Pero ahora debemos concentrarnos en terminar esta parte. Si algo sale mal, iremos a buscarlo de inmediato”.
“Está bien, sigamos adelante” Amelia asintió de acuerdo.
Andrew, colgado cabeza abajo, se encontraba inmerso en pensamientos sombríos. Desde un principio, sabía que aceptar esta misión había sido un error, aunque no podía negar que, en parte, había disfrutado la emoción y el desafío. Sin embargo, sabía que si cometía un solo error, las consecuencias podrían ser permanentes. Decidido a actuar rápido, se agarró de las enredaderas con ambas manos y, con un esfuerzo brutal, las rompió. Usó la espada que había traído como parte de la utilería, una hoja que resultó ser más real de lo que aparentaba, para cortar otras enredaderas que intentaban rodearlo.
Aprovechando la brecha que había creado, se movió con rapidez y ajustó los dedos torcidos de la estatua a la posición correcta. En cuanto lo hizo, las enredaderas dejaron de moverse y se detuvieron como si nunca hubieran cobrado vida. Ante él, en la base de la estatua gigante, surgieron cuatro pequeñas figuras, cada una ubicada en una de las esquinas. Al mismo tiempo, en una de las ventanas, comenzaron a aparecer palabras grabadas con un resplandor tenue:
Cuatro susurros, cuatro caminos,
Ojos que no ven, oídos que no oyen,
Pero las manos hablan del viaje de mil lunas.
El pasado conoce el secreto, el futuro oculta el don.
Gira a cada uno hacia su destino,
Pero solo al monje debes dejar mirar.
Andrew leyó la inscripción en voz baja, sintiendo la tensión del enigma. Al parecer, cada sala en este templo maldito escondía su propio reto. La suya era intrigante, pero Andrew no la consideraba tan complicada como parecía. Con un toque de arrogancia, pensó que, si había resuelto la parte de las enredaderas, este acertijo sería pan comido... o eso creía.
Mientras tanto, Noah parecía haber desentrañado la lógica detrás del acertijo, utilizando su ingenio característico. Analizó cada detalle del poema y pensó: El poema describe cuatro momentos clave en el ciclo del tiempo, que coinciden con los símbolos de los relojes. Debo ajustar cada uno a la hora correspondiente mencionada en el acertijo.
Comenzó a trabajar, dirigiéndose primero al reloj con el símbolo del cuervo. En la primera luz, el cuervo canta, leyó mientras colocaba las manecillas del reloj en la 1 en punto. Nada sucedió, lo cual lo tranquilizó un poco, al menos no había activado ninguna trampa.
Luego, se acercó al reloj con el símbolo del halcón. A la sexta sombra, el halcón se lanza, y ajustó las manecillas a las 6 en punto. Aún, el lugar se mantenía en un inquietante silencio.
Siguió con el tercer reloj, que llevaba el símbolo de la luna. En la undécima hora, la luna en danza, recitó y colocó las manecillas en las 11 en punto.
Finalmente, llegó al último reloj, marcado con el símbolo del viento. Y en el decimotercer paso, el viento avanza. Se detuvo un momento, dudando, ya que la hora 13 no era una configuración común en un reloj. Guiado por su intuición, ajustó las manecillas a las 3 en punto, esperando que fuera la respuesta correcta.
De inmediato, la gigantesca biblioteca comenzó a temblar, como si algo primordial se hubiera desatado en su interior. Viejos libros y rollos, que llevaban siglos acumulando polvo en los estantes, se desprendieron y comenzaron a flotar, girando sobre sí mismos en el aire antes de lanzarse violentamente contra Noah.
Sin perder tiempo, Noah sacó su daga y empezó a defenderse de la embestida de papeles antiguos y pesados tomos. Cada golpe que daba rasgaba páginas y cubiertas, pero los proyectiles seguían llegando desde todas direcciones.
Noah parecía haber desentrañado la lógica detrás del acertijo, utilizando su ingenio característico. Pero solo en el ojo del ciclo sin fin, Noah continuaba leyendo la última parte del enigma, analizando cada palabra: Pero solo en el ojo del ciclo sin fin, se encuentra la clave que revela el jardín. Un ojo sin tiempo, una hora sin ser. Congélalo todo, en el centro del ayer.