Andrew no quería moverse. Tenía una respuesta al acertijo, pero estaba incompleta. Sabía que debía girar cada estatua en la dirección correcta, pero ¿Cuál era exactamente? Pensó en la estadística básica: 256 combinaciones posibles, considerando las cuatro direcciones y las cuatro estatuas.
“No puede ser...”, murmuró, sintiendo la presión del tiempo y el peso de la tarea. No iba a arriesgarse a que la sala intentara matarlo 255 veces más. Tenía que pensar y analizar antes de hacer otro intento.
Se acercó a las pequeñas estatuas, observándolas con más detenimiento. Al principio, parecían idénticas, como simples mini soldados tallados. Pero, al examinar mejor, notó que cada una tenía una particularidad diferente: una tenía los ojos más grandes, otra los oídos más pronunciados, una tercera destacaba por su boca abierta y la última, por sus manos desproporcionadamente grandes. Una chispa de curiosidad se encendió en su mente. Había algo ahí, algo que se le escapaba.
Desempolvó las líneas del enigma, murmurándolas para sí mismo: “Cuatro caminos... Ojos... oídos... manos hablan. Gira a cada uno hacia su destino. Pero solo al monje debes dejar mirar...”
Entonces, lo entendió. La clave no estaba en la fuerza bruta de probar combinaciones al azar, sino en la lógica del enigma. Los símbolos de las estatuas coincidían con las partes mencionadas en la inscripción. “Ojos... norte. Oídos... este. Manos... sur. Boca... oeste...”
Si su teoría era correcta, el orden de giro debía seguir los puntos cardinales en dirección a las manecillas del reloj. Con renovada determinación, Andrew se preparó para girar las estatuas según su descubrimiento, confiando en que la respuesta estaba a su alcance.
Sus manos temblaban ligeramente mientras trabajaba, expuesto y sin protección. Tenía la esperanza de que su mente hubiera descifrado correctamente la combinación. Giró las estatuas en las direcciones que creyó correctas y se quedó esperando.
Silencio.
Nada parecía cambiar, pero entonces, escuchó un leve sonido de agua fluyendo. Frunció el ceño, ese sonido no estaba allí antes.
De repente, la estatua gigante del monje abrió su boca, y de ella comenzó a salir un potente chorro de agua. Andrew sintió cómo su cuerpo se tensaba de inmediato. Esto no pintaba bien. El instinto le hizo correr hacia la puerta por la que había entrado, pero la encontró sellada, bloqueada por completo. Miró a su alrededor con rapidez; las ventanas tampoco eran una opción, demasiado resistentes para ser rotas.
El agua seguía fluyendo, subiendo de nivel con rapidez. Andrew respiró hondo, sabiendo que estaba atrapado, y que el tiempo para encontrar la verdadera solución se agotaba.
Al otro lado del pasillo, Amelia y Noah ya habían salido de sus respectivas puertas. Cuando Amelia llegó, Noah ya estaba allí esperándola.
“Vaya, es bueno verte, no sabía si saldría en una pieza”, dijo Amelia, con una sonrisa aliviada.
Noah sonrió de vuelta, relajando un poco la tensión en su rostro. “Si algo te hubiera pasado, no habría dudado en ir a buscarte”
Amelia soltó una risa suave: “Jajaja, Noah, eres como un papá responsable”
“Oye, no estoy tan viejo”, replicó Noah, fingiendo sentirse ofendido.
Ambos rieron, este momento de calma hizo que sus cuerpos aligeraran un poco la tensión que estaba acumulada. Pero no duró demasiado, pronto la seriedad volvió cuando se enfrentaron a la incertidumbre de la situación.
“¿Crees que Andrew esté bien?”, preguntó Noah, con una preocupación oculta tras su semblante.
“Lo conozco desde hace años”, respondió Amelia, pensativa. “Normalmente es tranquilo y le gusta aventurarse en cosas raras, por eso terminamos en esto del blog y las investigaciones. No suele asustarse con facilidad”
Noah se llevó una mano a la barbilla, pensativo.
“Ciertamente, es calmado ante ciertas situaciones. Oírlo enojado fue una sorpresa, considerando el poco tiempo que llevo conociéndolo. Aunque, parece inteligente.
Amelia rio ligeramente.
“¿"Parece"?”, lo miró divertida.
“A veces, su enojo le nubla el pensamiento”, dijo Noah.
“No se supone que, en situaciones peligrosas, uno piensa con mayor claridad?”, reflexionó Amelia.
“Quizá, pero eso no siempre es tan sencillo”, admitió Noah.
Miró su reloj y luego se dirigió a Aria. “Aria, ¿puedes escuchar qué hace Andrew?”
“Por supuesto, pero tiene los audífonos en el bolsillo, el sonido no es claro”, respondió Aria inmediatamente.
“Mmm. Bien. Mientras no esté muerto”, murmuró Noah, manteniendo la calma.
“No lo digas tan fríamente, él es importante para mí”, replicó Amelia, con una mirada seria.
“Lo sé, y no dudaría en protegerlo si fuera necesario, pero sabes que puede ser un poco... rebelde”, dijo Noah, suavizando el tono.
Amelia y Noah se quedaron allí, con el peso de la incertidumbre aplastándolos. Se dejaron caer contra el suelo de madera, cada uno apoyado en la pared, con la mirada fija en la puerta de Andrew. Desde la esquina de la sala, la observaban como si fuera la entrada a un abismo del que no sabían si su amigo volvería. Aunque sus cuerpos descansaban, sus mentes estaban en constante alerta, llenas de escenarios inquietantes. El sonido del silencio se hacía más pesado con cada segundo que pasaba.
“Espero que esté bien”, dijo Amelia, habló más para sí misma que para Noah.