Las enredaderas se retorcían con el viento, una amenaza viva y sombría, pero Andrew no pensaba detenerse. Cada paso resonaba al ritmo de la canción que llevaba en sus auriculares, marcando el latido de su desafío contra el templo y, quizás, contra su propio destino.
Mientras tanto, Amelia y Noah esperaban en silencio. La tensión subía a cada instante, y en medio de ese momento de incertidumbre, la puerta por donde Andrew había entrado salió disparada, estrellándose contra la pared con un estruendo que hizo que Amelia se sobresaltara. Noah, instintivo, adoptó una postura defensiva.
Al otro lado de la puerta estaba Andrew, cubierto de ramas y hojas enredadas en su cabello y ropa aún empapada, con la espada firmemente en su mano.
Al verlos, frunció el ceño y preguntó, sorprendido: “¿Ya están aquí?”
Amelia corrió hacia él y lo abrazó, sus palabras llenas de alivio: “Qué bueno que volviste, y en una pieza”
Andrew asintió, mirando luego a Noah. Aunque la tensión entre ellos aún era evidente, Noah simplemente dijo: “Qué bueno que estás bien,” logrando esbozar una sonrisa.
Sin perder más tiempo, Noah recuperó su aplomo: “Si todos tenemos nuestras piezas, volvamos a la sala principal y terminemos con esto de una vez”
Andrew y Amelia asintieron con determinación, y juntos emprendieron el regreso, sabiendo que la última prueba los esperaba.
Se encontraban una vez más frente a la imponente estatua del dragón. La criatura de piedra miraba implacable, y frente al gran cristal púrpura que sostenía entre sus garras, una pequeña garra se extendía hacia ellos, abierta, esperando. La lógica sugería que ahí era donde debían colocar las piezas... pero era tan pequeña, difícilmente cabría el pergamino.
Amelia rompió el silencio, en voz baja, como si temiera despertar algo que yacía oculto.
“¿Creen que las piezas van aquí, o el pergamino debería ir en otro lado?”
Noah entrecerró los ojos, observando cada rincón de la estatua.
“Lo lógico sería colocarlas aquí, justo en esa garra. ¿Y si el pergamino se pone frente a esto?” respondió, desviando la mirada hacia Andrew. “¿Qué opinas tú?”
Andrew, sin embargo, se mantuvo inmóvil, con una expresión casi de incredulidad.
“¿Por qué pides mi opinión?”, preguntó sin desviar los ojos de la estatua. “Se supone que eres el inteligente del grupo, ¿no lo recuerdas?”
Algo hizo clic en la mente de Noah, algo que había pasado por alto, algo crucial. Podía usar el poder del zorro, y sin embargo... ¿por qué se le había olvidado? Claro, pensó, había una razón evidente: la falta del arma espiritual de Andrew. Era la más grande y obvia, pero no la había visto, entonces olvidó que las tenían. La de Amelia estaba en su cinturón, visible y lista. La suya, guardada con cuidado, pero Andrew… Andrew no la llevaba consigo.
Noah frunció el ceño y lo miró.
“Andrew, ¿dónde está tu arma espiritual?”
Andrew se encogió de hombros, como si el tema no tuviera importancia.
“No lo sé, desapareció cuando luchaba en la sala anterior y desde entonces no ha vuelto a aparecer”
Noah se llevó la mano a la barbilla, pensativo, un mal presentimiento invadiéndolo. “Eso... eso es extraño”
Andrew lo miró de reojo, impaciente.
“¿Y? ¿Vas a usar tu poder o qué?”, le espetó, tratando de disimular su propia inquietud.
Noah parpadeó, volviendo a la realidad, y asintió, concentrándose en el zorro. En su mente, las respuestas comenzaban a encajar: las piezas encajaban en la garra del dragón, y el pergamino… debía leerse en voz alta. Con una mueca de determinación, murmuró en voz baja:
“Es la pieza final. La única forma de invocar el poder del abanico. Hay que leerlo con las piezas en su lugar”
Amelia asintió, aunque sus manos temblaban ligeramente.
“¿Entonces… las colocamos?”
Con un nudo en el estómago, Noah sacó su campana, extendiéndola hacia la garra del dragón. La puso en su lugar con extremo cuidado, cada segundo tensando más el ambiente.
“Nada…”, murmuró, mirando a Amelia. “Pero mantente alerta”
Ella asintió, aunque más nerviosa que él, y tras una respiración profunda, logró poner su pieza en su lugar. Hubo un silencio absoluto, como si el mismo aire esperara. Ahora solo quedaba el pergamino.
Andrew lo sostuvo frente a las piezas, listo para leerlo. Noah levantó su celular y escaneó rápidamente el texto con ayuda de Aria.
“Título: El Pergamino de Oraciones”, dijo Aria tras una pausa, aunque con un matiz de incertidumbre. “El resto… es una lengua muerta. Casi no hay registros”
Noah sintió cómo una gota fría le bajaba por la frente. “¿Qué clase de lengua?”
“Aelithar”, respondió Aria, su tono solemne. “La lengua arcana de los antiguos sabios y guardianes de reliquias. Según fragmentos hallados en viejos pergaminos, Aelithar era un idioma olvidado, cuyas palabras no solo invocaban poderes, sino que podían sellarlos. Cada sílaba está cargada de una vibración única, creada para conectar con las energías místicas de objetos y lugares sagrados”
Noah pasó una mano temblorosa por su frente, despejando el sudor y apartándose el cabello.
“¿Puedes traducir la pronunciación?”
Aria guardó silencio, procesando lo que tenía.
“Puedo darte una pronunciación aproximada… aunque no será perfecta. Es lo mejor que tengo”
“Será suficiente”, respondió Noah, su voz firme pese a los nervios. Con el celular en la mano, vio aparecer las letras antiguas en la pantalla, cada símbolo cobrando un peso desconocido.