En el trayecto hacia la casa del chamán, Amelia y Andrew parecían niños que no querían ir a la escuela. Sentados en la parte trasera del auto, sus expresiones eran de desgana y resignación, con las caras arrugadas y los cuerpos reclinados. Desde el retrovisor, Noah los observaba y sacudió la cabeza, divertido.
“No pongan esas caras”, dijo, con una ligera risa. “Prepárense, porque vienen días activos y necesitarán toda la energía”
Amelia refunfuñó, cruzando los brazos con fastidio.
“¿Energía? ¿Cómo quieres que esté de buen humor? Ni siquiera tuve mi amor vacacional. Toda esa belleza italiana… desperdiciada”
Andrew no pudo contener una carcajada. “Por favor, Amelia. Si hasta te daban nervios hablar con cualquiera. ¿A quién ibas a seducir tú?”
Amelia se incorporó de golpe, herida en su orgullo. “¡Hey! Podría morirme mañana; necesito más determinación y dejar de ponerme límites”. Lo miró con decisión, aunque había una chispa de comedia en sus palabras. “Voy a tomar riesgos, Andrew. A partir de ahora”
Noah soltó una carcajada: “Si esa energía la aplicaras para enfrentar maldiciones, ya estaríamos a salvo hace tiempo”
“Claramente”, coincidió Andrew, en tono burlón.
Al poco tiempo, el auto se detuvo en la entrada de una cabaña enclavada en las montañas. La casa del chamán con su típico aire místico. Los recibió el anciano, con la mirada aguda y sabia, y un aire de expectación. Apenas los vio, frunció el ceño y preguntó, con voz profunda:
“¿Han traído el artefacto?”
Noah asintió y sacó de su mochila el abanico, cuidadosamente envuelto en una gruesa tela de protección. Al extenderlo, lo depositó en las manos del chamán, quien lo sostuvo con reverencia, cerrando los ojos mientras lo analizaba. El silencio se hizo denso, hasta que los abrió de golpe, revelando una expresión de absoluta certeza.
“Este es el artefacto correcto”, murmuró. “No cabe duda de que han pasado por grandes dificultades para conseguirlo. El destino ha estado de su lado”
Noah entrecerró los ojos, no del todo convencido.
“¿Destino? Por poco morimos en el proceso. Y esa mujer… sigue tras nosotros”
El chamán asintió, sus ojos revelando un conocimiento que ninguno de ellos podía comprender del todo.
“Como les advertí, ella tiene poder donde quiera que vayan. Y no desaparecerá hasta que su maldición sea erradicada. Tal vez logren herirla, pero nunca podrán matarla… no mientras la pintura viva”
“Pero la pintura no es algo físico. ¿Cómo se supone que acabaremos con algo intangible?” Noah frunció el ceño, rascándose la barbilla mientras intentaba entender.
El chamán esbozó una leve sonrisa, como si ya hubiera previsto esa pregunta.
“Las respuestas llegarán a su debido tiempo. Pero por ahora, es momento de iniciar el enlace a la pintura maldita”.
Sin esperar respuesta, buscó en una de sus estanterías y sacó la pintura del samurái, poniéndola sobre la mesa, junto al abanico.
Amelia miró el cuadro con temor. Sabía que este momento marcaría un punto de no retorno, y una parte de ella se sentía inquieta, como si un peso invisible estuviera a punto de ser colocado sobre sus hombros.
“¿Es el momento entonces?”, preguntó suavemente.
El chamán asintió con solemnidad, mirándolos a todos uno por uno, como midiendo sus almas y su determinación.
“Ahora empezaré a enlazarlos con la pintura”, dijo el chamán. “Una vez que el vínculo esté hecho, cada vez que duerman, sus almas serán arrastradas dentro del cuadro. Con el tiempo, sus cuerpos se debilitarán, hasta que la maldición decida cuándo poner fin a sus vidas”
Andrew tragó en seco, sintiendo el peso de cada palabra.
“¿Entonces no sabemos cuándo atacará por completo?”, preguntó, con duda y recelo.
El chamán sacudió la cabeza lentamente.
“Eso no puedo predecirlo. Cada víctima ha experimentado los efectos en tiempos diferentes. No sabemos por qué, hasta que ustedes entren y lo descubran por sí mismos”
Amelia observó el abanico con preocupación. Sabía que este vínculo era un paso necesario, pero el temor se apoderaba de ella, como si ya sintiera el peso de la maldición envolviéndola. Aun así, trató de mantener la calma mientras preguntaba:
“¿Y cómo nos ayuda el abanico a evitar que… muramos?”
El chamán la miró con una serenidad que transmitía tanto sabiduría como incertidumbre.
“El abanico tiene el poder de dañar directamente a la maldición, como si fuese una extensión de la misma energía que la creó. Sin embargo…”, sus ojos se posaron en cada uno de ellos, uno a uno, con intensidad, “no significa que no pueda matarlos, pero les da una oportunidad de vencerla primero”
Noah, pensativo, procesaba cada palabra, recordando lo que le había ocurrido a su hermano.
“Entonces, si el patrón se mantiene, dentro de la pintura habrá una persona específica que alimenta la maldición. En el caso de mi hermano, fue la mujer de rojo en el cuadro. Esta vez, por lo que veo, será el samurái”
El chamán asintió, una sombra de gravedad en su mirada.
“Ciertamente. Pero deben saber que no todas las pinturas revelan a su verdugo de forma evidente. Algunos están ocultos, sin identificar, esperando el momento propicio para atacar”
Andrew, en un intento de restar un poco de tensión, concluyó con determinación:
“Entonces, en pocas palabras: entramos, encontramos al samurái, lo matamos y asunto resuelto, ¿verdad?”