Andrew se cruzó de brazos y adoptó una pose pensativa, llevando una mano a su barbilla. Su mirada recorrió el bullicioso entorno que los rodeaba.
“No tenemos idea de cuánto tiempo estaremos atrapados aquí antes de despertar”, dijo con calma, aunque su tono transmitía un leve atisbo de incertidumbre. “Por ahora, necesitamos buscar refugio. No tenemos dinero, ni siquiera sabemos si el hambre será un problema aquí, pero no podemos quedarnos en la calle. Vamos a observar durante un par de días antes de actuar”
Amelia asintió, pero su expresión reflejaba más desasosiego: “Es más fácil decirlo que hacerlo. Andrew, somos extranjeros aquí. Nuestra apariencia nos delata, y si alguien cree que somos espías… podríamos morir antes de siquiera intentar hacer algo”
El miedo era evidente en su voz, y aunque ya había enfrentado situaciones extremas, no se sentía lo suficientemente preparada para sobrevivir en un entorno tan hostil y desconocido. Prácticamente estaban en territorio enemigo.
Andrew, en cambio, mantenía una calma imperturbable. Con un gesto decidido, tomó a Amelia del brazo y comenzó a caminar entre la multitud.
“Por eso tenemos que movernos rápido y pasar desapercibidos. Déjame manejar esto”
Amelia: “¿eh?”
Miró a su compañero de misión con desconfianza, pero lo dejó liderar. Las habilidades sociales de Andrew eran innegables y, en situaciones como esta, resultaban ser su mejor arma. Mientras exploraban el lugar, Andrew se fijó en una posada que también funcionaba como restaurante. Era claramente importante, grande y llamativa. Observó cómo los clientes disfrutaban de presentaciones en un pequeño escenario y decidió que era el lugar perfecto para intentar obtener refugio.
Se acercó a la casera, una mujer robusta de rostro severo pero mirada curiosa. Con una sonrisa despreocupada y confiada, Andrew se inclinó levemente en señal de respeto.
“Buenas tardes, honorable señora. Mi hermana y yo venimos de tierras lejanas. Somos humildes viajeros sin hogar en este momento, pero tengo una propuesta para usted”
La casera arqueó una ceja, intrigada. Ver extranjeros era muy raro en esas fechas.
“¿Y qué podría ofrecerme un par de extranjeros sin nada?”
Andrew sonrió con picardía, inclinándose un poco más hacia ella, casi como si compartiera un secreto.
“Además de nuestra gratitud, ofrecemos algo más valioso: nuestra presencia. Un extranjero tan… atractivo como yo seguramente atraerá clientes a su establecimiento. Y mi hermana, igual de hermosa, es perfecta para atender a sus invitados. Solo denos un lugar donde quedarnos, y trabajaremos para usted a cambio”
La mujer lo miró de arriba abajo, claramente era una pieza hermosa, sus rasgos diferentes lo harían destacar en su establecimiento, luego fijó la vista en Amelia, que observaba toda la escena con los ojos muy abiertos. Claramente también se veía hermosa, con unos arreglos la vendería a un precio muy alto. Así, tras unos segundos de deliberación, la casera soltó una carcajada.
“¡Eres un vendedor nato, chico! Muy bien, me convenciste. Pero no quiero problemas. Trabajarán duro y se asegurarán de que mis clientes estén felices”
Andrew asintió, con una sonrisa triunfal en el rostro: “No se arrepentirá, señora”
Cuando la mujer se alejó para preparar una habitación para ellos, Amelia se giró hacia Andrew con una expresión de indignación contenida.
“¿Cómo pudiste "vendernos" de esa manera?”, susurró, fulminándolo con la mirada. “¿Tienes idea de lo humillante que fue eso?”
Andrew se encogió de hombros, completamente despreocupado.
“No exageres. No es como si nos pidiera hacer algo indebido. Solo trabajar un poco. Es un trato justo”
Amelia lo miró, apretando sus manos con fuerza.
“Si nos metemos en problemas, será completamente tu culpa”
Antes de que Andrew pudiera responder, la casera regresó y los llevó a una pequeña habitación.
“Como son hermanos, no tendrán problemas en compartirla. Aquí dormirán”. Señaló una puerta desvencijada. “Empezarán a trabajar esta tarde. Hoy es un día importante y concurrido. Llegaron a tiempo para el gran evento. Les traeré unos atuendos adecuados dentro de poco. Por ahora, descansen”
La casera dejó caer las llaves en la mano de Andrew y se marchó sin esperar respuesta.
Los dos miraron la habitación, que parecía más un establo que un lugar para descansar. Había un par de mantas tiradas en el suelo, un balde vacío en la esquina y una ventana pequeña que apenas dejaba entrar luz.
“Esto… es peor de lo que esperaba”, murmuró Amelia, dejando caer su mochila improvisada sobre el suelo polvoriento.
Andrew, sin embargo, sonrió con sarcasmo mientras inspeccionaba el lugar: “Mira el lado positivo: al menos no dormiremos en la calle. Además, no sabes cómo son estos lugares, dentro de poco seremos tan reconocidos que nos pasaran a una habitación de lujo, solo es cuestión de tiempo y que hagamos bien el trabajo. Debes actuar bien”
Amelia lo fulminó con la mirada, pero no pudo evitar soltar una risa cansada. “¿Esto es lo mejor que pudiste conseguir? ¡Literalmente nos vendiste como un par de modelos exóticos!”, se quejó. “Espero que este "brillante plan" tuyo funcione, Andrew. Porque si no, voy a hacer que te arrepientas”
Andrew se giró hacia ella con una sonrisa tranquila.
“Tranquila, "hermanita". ¿Preferías dormir en un callejón? Esto es un buen trato. Te ahorré el tener que robar o pelear por comida, ¿o prefieres volver a la calle y correr el riesgo de que nos descubran?”. Su tono era despreocupado, pero había una chispa de advertencia en sus palabras.