Lienzo Maldito

Capítulo 21. Talentos Ocultos 

La fiesta continuaba con gran algarabía. La música resonaba en cada rincón de la posada, mezclada con las risas y los brindis de los invitados. Sin embargo, un repique solemne de tambores interrumpió el bullicio. El salón se sumió en un expectante silencio cuando un maestro de ceremonias avanzó al centro, bajo la atenta mirada del shogun desde el segundo piso. Su figura imponente, destacada por la luz de las antorchas, proyectaba una autoridad que nadie osaba desafiar.

El maestro de ceremonias alzó su voz:
“Distinguidos invitados, sean bienvenidos a esta humilde posada. Esta noche celebramos un momento histórico, el glorioso regreso de nuestro señor como el primer shogun de Japón. En honor a tan ilustre ocasión, hemos preparado un evento especial para deleitarlo. Frente a ustedes, las bellezas más exquisitas del continente danzarán, un espectáculo único que solo nuestro señor merece presenciar”

Mientras las palabras resonaban, Andrew continuaba sirviendo bebidas en la mesa del shogun con una sonrisa calculada, rodeado de las mujeres que atendían a los invitados. A pesar de su aparente calma, su mirada no perdía detalle de lo que ocurría en el centro del salón.

La música tradicional comenzó a llenar el aire, y las cortinas se abrieron con un suave crujido. Una procesión de bailarinas emergió, moviéndose con gracia y sincronía. Sus movimientos, aunque bellos, no parecían sorprender a los invitados, muchos de los cuales habían visto espectáculos similares en sus viajes.

Entonces, un cambio ocurrió. La música alcanzó un tono más profundo y misterioso, y Amelia apareció en escena. Su atuendo, un kimono decorado con detalles dorados y un velo transparente que cubría la mitad de su rostro, la hacía destacar como una visión etérea entre las demás. Su baile era diferente, una mezcla de sensualidad y fuerza que hipnotizaba a todos en el salón.

Andrew la observaba desde su lugar, mordiéndose el labio con preocupación y admiración. Gracias a esas clases de danza que tomó en la universidad, pensó, aunque la tensión en su rostro era evidente.

El punto culminante llegó cuando Amelia sacó un abanico que llevaba atado a su espalda. Lo abrió con un movimiento fluido, dejando ver un diseño que evocaba poder y majestuosidad. Cada paso que daba parecía envolver al público en una ilusión; su danza y el abanico parecían contar una historia que nadie podía apartar los ojos.

Pero mientras los murmullos de admiración llenaban el salón, el shogun, que hasta entonces había observado en silencio, se inclinó hacia adelante con una mirada intensa. Sus ojos se fijaron en el abanico con incredulidad y furia contenida.

“Ese abanico…”, dijo en voz baja, lo suficientemente alto para que sus acompañantes cercanos lo escucharan. “Se parece demasiado a mi abanico de guerra”

Andrew sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar las palabras. Su corazón empezó a latir desbocado mientras veía cómo el semblante del shogun se endurecía.

¡Amelia, qué demonios estás haciendo! pensó, desesperado. Tomaste el abanico para mostrarlo al público tan despreocupadamente, ¿cómo puedes ser tan tonta?. Sin perder tiempo, se movió rápidamente hacia el área cercana al shogun. Respiró hondo, intentando mantener la compostura mientras inclinaba la cabeza con aparente respeto.

“Mi señor”, dijo con voz firme pero sumisa, “la dama que danza es mi hermana. El abanico que lleva no es más que una humilde réplica, hecha con la intención de honrarlo a usted y a su grandeza. Fue una sorpresa que quisimos preparar en su honor. Espero que esto no le cause disgusto, sino que lo vea como una muestra de admiración hacia su legendario legado”

El shogun desvió su mirada de Andrew hacia Amelia, quien seguía danzando, ajena al peligro que se cernía sobre ellos. Sus ojos oscuros analizaban cada detalle, como si intentara decidir si las palabras de Andrew eran sinceras o una burda mentira.

El salón entero contuvo el aliento, esperando la reacción del hombre más poderoso del país. Andrew, sintiendo el peso de la tensión, apenas lograba disimular el sudor que comenzaba a formarse en su frente. Todo dependía de que el shogun aceptara su explicación... o los dos estarían perdidos.

El shogun asintió con un leve movimiento de cabeza, una respuesta que parecía positiva. Andrew respiró hondo, sintiendo que una pequeña parte de la tensión se disipaba. Sin embargo, antes de que pudiera relajarse del todo, el shogun levantó una mano, haciendo un gesto imperioso hacia uno de sus hombres. En cuestión de segundos, la casera fue convocada a la mesa.

La mujer llegó rápidamente, inclinándose con servilismo evidente: “Mi señor, ¿qué necesita?”, preguntó, con la voz cargada de nerviosismo.

El shogun la miró con una expresión severa, aunque sus palabras fueron claras y directas: “Quiero que la extranjera me sirva durante el resto de la noche”

La casera se esforzó por ocultar su sonrisa. Esto era justo lo que esperaba, una oportunidad única de impresionar al shogun.

“Por supuesto, mi señor. Pero debo mencionar que es una joya rara. Le ruego que me disculpe, pero... su precio es considerable”. Su tono fue tan calculador como humilde, una mezcla que rozaba lo peligroso frente a alguien tan poderoso.

Uno de los hombres al lado del shogun, claramente de alto rango, frunció el ceño ante la osadía de la casera. Sin mediar palabra, lanzó una bolsa pesada de oro sobre la mesa, el sonido metálico resonando en el aire tenso.

“Aquí tienes. Eso bastará”

La casera apenas pudo contener su emoción. Se inclinó repetidamente, casi temblando de felicidad.

“Gracias, gracias, mi señor. Es un honor servirle”

Con el asunto aparentemente resuelto, se retiró de la mesa, dejando a Andrew con una sensación de creciente inquietud. Sin embargo, antes de que pudiera actuar, el hombre que había pagado dirigió su mirada hacia él, con una expresión que mezclaba interés y desdén.



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En el texto hay: fantasia, misterio, terror paranormal

Editado: 16.04.2025

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