Liga De Guerreros

Capitulo I

Capitulo I

Hector (nombre temporal)

 

-A veces me pregunto: ¿Por qué sigo aquí?, ¿qué es ese motivo que me mantiene unido a mi cuerpo material?, a esta tierra, a este mundo… con estas personas.

Hermano, ¡¿qué haces?!... ¡hermano!

-No…

Todo estará bien – le dijo -.

-No es verdad, no es verdad, no es verdad, no es verdad… nada está bien.

No te mereces más que esto… hermano.

-PARA, MIERDA.

Hector se levantó de su cama, a cualquier lado que mirase, veía la misma maldita imagen, aquél sótano, su hermano, su padre… él atado a una silla, atado a la miseria imparable, predicha y entrelazada a él, como los hijos al cuello de la madre, que desde ese maldito momento no lo dejaría de atormentar. Sueños, rostros de personas, alucinaciones, toda una vida miserable y hostil.

Ayer las cosas se había ido al carajo, no le sorprendía ya, la vida de Hector era inestable, por tan feliz que fuera el momento y tan tranquilo, él nunca podría disfrutarlo, algo en su cabeza le decía: Algo va a pasar, esta felicidad no durará tanto, ni te ilusiones. Efectivamente, ayer tuvo una discusión con uno de los compañeros, las cosas no habían resultado bien, y hoy, después del entrenamiento, decidió irse a dormir, estaba cansado, pensaba que si trataba de calmarse, más se iba a alterar, la comodidad le jugaba sucio, y a decir verdad, nunca se había sentido cómodo.

Al fin pudo dormirse después de unos minutos, siempre terminaba exhausto; dormía siempre por necesidad, aunque en sus sueños, las cosas más enfermizas, aterradoras e inconsolables, se hacían realidad, él sabía que era un sueño, y que no le afectaba del mismo modo que si estuviera despierto.

Después de unas horas, Hector se despertó, su corazón había dado un brinco, pero se empezó a calmar. Los sueños eran insoportables. Estaba sudando demasiado, la camisa estaba empapada al igual que la cama… el cuarto estaba a oscuras, pues se había hecho de noche. Necesitaba cambiarse la camisa, Se levantó de la cama y fue a su pequeño ropero a buscar una.

-¿Qué tan miserable tengo que ser?

Hector se cambió. Se le hace difícil recuperar el sueño así que decidió escribir un poco en su diario. Se sentó en su banco mirando por la única ventana que había en aquella habitación. Del cajón del escritorio sacó una libreta improvisada con hojas de antiguas libretas, solo estaba cosido, y también sacó una pluma de tinta negra y apuntó de título en una nueva hoja: En busca de un motivo

 

*************

El ruido de unas trompetas terminó despertando a Hector. Las trompetas indicaban el nuevo inicio de un nuevo y complicado día (igual que el de ayer). Hector se había quedado dormido en el escritorio, le dolía la espalda y el trasero. No quería bajar, se sentía desganado, o tal vez era porque tenía hambre. Se levantó en seguida (a malas ganas), guardó su diario y se arregló para el entrenamiento. Mientras bajaba las escaleras, ningún chico lo empujaba, ni siquiera estaban cerca de él, pareciera que tuvieran una orden de restricción.

Las miradas de los chicos pesaban, las sentía en sus hombros, todo ese peso, ¿a cambio de qué?

Para Hector era muy interesante como en un par de minutos, la vida puede dar un giro completamente diferente… El tiempo, algo a lo que todos estamos ligados, estamos a su merced, una espada de doble filo.

Hector llegó al comedor. Se sentó en donde siempre, esperaba a sus amigos, aunque dudaba de si podrían alegrarle. Todos los días eran monótonos, grises con algún color azul y amarillo. 

Sus amigos llegaron.

-Hey hermano, ¿Cómo amaneciste? - preguntó un chico rubio y delgado -.

-No muy bien, como siempre.

-Oh- dijo el chico bajando la mirada -.

A su izquierda se sentaron Felacio y Johana, una chica gordita y muy carismática, a su derecha se sentaron Cesar y Juliana y enfrente de él, se sentó Keyla, una chica linda y amable, además, esas coletas que siempre llevaba le daba un toque más infantil.

Ya no llegaba ningún estudiante más al comedor, parecía que ya todos estaban en sus respectivos lugares… pero no, no era así, como siempre, la impuntualidad de Darío y Leonardo. Los chicos siempre llegaban tarde, el coronel había sancionado a los chicos de muchas formas, pero no tan extremas.

-

-Maldición. ¿Acaso siempre tiene que pasar lo mismo?

Después de unos minutos llegó el coronel, se veía más enfadado que lo de costumbre y con el retraso de aquellos dos chicos que ya no tardaban en bajar… seguro se pondría insoportable.

El coronel fijó su vista en los asientos de los chicos. Sabía que otra vez iba suceder. Lo peor para Hector y los demás estudiantes, era que el coronel siempre daba la orden de comer justo después de acabar su discurso mañanero… y solo lo podía dar cuando todos los estudiantes estuvieran en el área de almuerzo. Los chicos llegaron unos dos minutos después, antes de que se sentaran, fueron juzgados por el coronel y por todos los chicos, hasta que finalmente el coronel empezó a dar su discurso.

-¡Buenos días jóvenes!- dijo el coronel -.

Todos respondieron su saludo.

-Bien, antes que nada – suspiro – creo que ya saben a qué voy… Darío y Leonardo… arriba -.

Los chicos se pararon. Hector se preguntaba: ¿Qué otro castigo les pondrá?, ya se había acabado toda clase de truco y aun así los chicos seguían llegando tarde.

-Siempre he dicho que, para un buen guerrero, la puntualidad es una cualidad que debe tener… supongamos que la casa de una abuela se está quemando, y a ti como guerrero te envían a salvarla, pero tienes que ir ya, si no, la anciana muere… pero como tú no tienes puntualidad, te vale – dijo con una sonrisa sarcástica - te distraes un poco y cuando llegas, no hay más que brocheta de abuela -.



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En el texto hay: deidades, pecados

Editado: 30.01.2021

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