Limerencia l Libro 2

Capítulo 5

Rainy River estaba a casi 3 horas de Kenora en auto particular, como dijo la señora Eva, no volvería hasta mañana. Beth y yo nos quedamos solas una vez las chicas se fueron entrada la noche, luego el señor Xavier vino a despedirse de ella antes de ir al trabajo.

Por ser el único hospital en Rat Portage uno creería que estaría lleno de gente, pero Kenora no se definía por ser un pueblo en el que ocurrieran demasiados accidentes. Todos conocían la ley, el estilo de vida era bastante tranquilo. Por supuesto, hasta que apareció el asesino del instituto; ahora nadie llegaba herido al hospital o permanecía algún tiempo aquí como la profesora Laura, todos se dirigían al cementerio.

Me asomé por la ventana, observé las montañas y el bosque a lo lejos. Adentro había calefacción, pero juré que pude sentir el frío que había afuera. El sujeto que aterrorizaba el instituto estaba suelto y la policía no hacía nada.

—Pudiste ir a cambiarte, o buscar ropa—dijo Beth, su débil vocecilla me sacó de mis pensamientos. Volví mi rostro hacia ella—. No me pasará nada por un momento que vayas a tu casa por ropa.

—Quiero estar la mayor parte de tiempo que pueda contigo—aclaré, caminando de vuelta a la cama—. ¿Cómo te sientes?

—Excelente—ella sonrió demasiado bien como para ser una persona que sufría de una enfermedad cardiaca.

Pero la señora Eva tenía razón en algo sobre Beth, se le notaba más radiante y animada. Me senté junto a ella sobre la cama, tomé su mano más cercana y la sostuve entre las mías. Era tan delgada, tan débil, pero ahora había calidez en ella, incluso eso había cambiado.

—¿Estás bien con todo esto? Volver al hospital, estar internada quien sabe por cuanto tiempo—quería saber sobre su opinión. Ella se rió—. Y no tienes que sonreír siempre, Beth.

Ella volvió a inclinar su rostro.

—Sí tengo qué—volvió a sonreír—. Y sí estoy bien, además, mi mamá parece aliviada.

—Es que en la escuela dijiste claramente que no querías…

—Nicole—cortó persuasivamente, ocultando una sonrisa dolorosa—. He vivido toda mi vida así. Un poco más cada cierto tiempo no significa nada. Me siento muy bien ahora.

—Y es por eso mismo, porque es tu vida, tú decides sobre ella.

—Lo pensé mejor y…—suspiró, como si eso le hubiera costado mucho—. No puedo simplemente morirme y dejar a todos así, ¿sabes?

—Hablas como si tu muerte tuviera que ver con algún tipo de herencia que tuviera que ser resuelto.

Permaneció por un momento en silencio y cabizbaja, mirando nuestras manos juntas.

—Una de las tantas veces que desperté, vi a mi mamá dormida justo aquí a mi lado. Ella levantó la mirada y lo primero que vi fueron esas mismas lágrimas de alivio—comentó en voz baja, sin mirarme—. Y pensé… ¿Y si no hubiera despertado? Nicole, lo único que puedo darles a mis padres son lágrimas de alivio, nunca de felicidad. Sin embargo, ¿por qué quitarles lo único que les he podido ofrecer, tan pronto?

—No digas eso Beth, suficiente.

—Sí, estoy muy cansada y te agradezco porque sólo tú has podido entenderme—suspiró, y entonces levantó la cabeza y la recostó de la almohada para ver hacia el techo—, pero no puedo irme ahora Nicole.

Me tragué las lágrimas de la impotencia. Ese hierro ardiente en mi garganta lo soporté también.

—Sabes que estaré contigo hasta entonces—repuse seriamente.

Finalmente me devolvió la mirada y volvió a sonreír brillantemente.

—Lo sé. Y te agradezco por eso. Aunque es irónico—comentó Beth.

—¿El qué?

—Antes tú parecías más muerta que yo, ahora es lo contrario—se rió—. Creo que así debe ser. Tú naciste para vivir, Nicole. No para ser infeliz como crees.

Hice todo lo posible por bloquear eso que dijo.

—Tú también naciste para vivir, por eso estás aquí. Por eso has vivido todos estos años.

—Quizá Dios no es tan bueno en matemáticas—se encogió de hombros, con una sonrisita triste. Pero levantó su rostro y me miró—. Pero, por otro lado, sería bonito que consiguieras alguien que te ayude a superar todas esas cosas que… bueno, algo como un novio.

Ella se rió.

—Espero que eso haya sido una broma—la miré secamente.

—Nicole, me estoy muriendo, no tengo tiempo para bromear—se echó a reír leve—. En cambio, tú tienes tiempo de…

—Muy bien, lamento decirle a la acompañante que tendrá que leer un libro o escuchar música porque la paciente tiene que dormir—avisó la enfermera, entrando con una bandeja en las manos.

Miré la anestesia que le permitiría a Beth dormir profundamente, descansar como si se tratase de ese sueño profundo que yo tanto anhelaba también. Hace mucho tiempo que no tengo un sueño tranquilo.

—Lo siento—Beth hizo un puchero.

—Me quedaré contigo toda la noche—le aseguré—. Duerme tranquila.

Beth se limitó a asentir en silencio entre tanto la enfermera le suministraba la anestesia. Entonces, cuando nos volvimos a quedar solas ella me miró.

—Gracias.

—No hagas eso—corté de inmediato.

Ella frunció el ceño con una sonrisa soñolienta.

—¿Ahora qué hice?

—No lo digas como si te fueras a morir, como si no fueras a despertar más—resoplé en voz baja—. Un momento te quieres morir, al otro quieres vivir, y luego quieres volver a morir. No puedo llevarte la corriente de esa forma Beth.

Ella me sonrió con tristeza.

—Lo siento—murmuró—. Lo defino como alguna epifanía mental que aparece de vez en cuando.

—Lo sé, luego piensas en los demás y blablabla…

—Exacto—intervino, bostezando. Entonces cambió de tema—. Admito que detesto la anestesia.

—No imagino por qué.

Por lo menos a mí me vendría muy bien.

—Me hace sentir más débil de lo que ya soy—explicó en voz muy baja, entonces recostó su cabeza de la almohada—. Solemos temerle a lo que es más fuerte que nosotros, con lo que no podemos luchar. No tengo buenos recuerdos de la anestesia. 




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