Preston me acostó sobre la cama delicadamente, como si se tratara de una niña pequeña. La última persona que me trató de esa forma fue mi padre, en efecto en ese tiempo era realmente una niña, pero ahora que me sentía tan confundida y asustada por lo que había visto, recordé a mi padre.
El doctor Anthony vino como lo había dicho, me revisó brevemente, y luego de asegurar que estaba bien, se fue. Si lo conociera más diría que está interesado en Beth, la forma en que protegió a Beth, pude sentir la fuerza que ejercían sus palabras, así como la fuerza que había en la mirada del profesor Desmond cuando miraba a Laura. Pero por eso no podía juzgarlo de esa forma, porque no lo conocía.
Preston acomodó la almohada, entonces colocó atrás de mi oreja un mechó de cabello rebelde. Se sentó sobre la cama, junto a mí. Y me miró a los ojos, con los suyos brillándoles todavía.
—Sus ojos… ellos de nuevo están…
—No quiero asustarte—dijo suavemente, como si quisiera arrullarme antes de dormir, y sin quitarme la mirada de encima—, pero ya no puedo controlarlos más.
—No le entiendo.
Él quiso reírse, pero no lo hizo. En su lugar miró hacia otro lado, como si estuviera pensando qué decirme. Hasta que suspiró levemente y volvió a mirarme con paciencia.
—Quizá no sea el mejor momento para explicártelo. Aun estás asustada y confundida. Creo que es mejor que duermas por hoy.
—Quiero escucharlo—le dije rápidamente. No podría dormir sin entender lo que estaba sucediendo—. Puedo con eso.
—Nicole, mira tus manos.
Todavía no lo había liberado de su chaqueta. Por lo que lo solté de inmediato.
—Lo siento…
Se acercó más y con mucha delicadeza posó su mano sobre el contorno izquierdo de mi rostro, acariciando con su dedo pulgar mi mejilla. Debía alejarlo, pero su toque se sentía bien, me hacía sentir en calma.
—Todavía estás en shock, Nicole. Te explicaré todo mañana.
—Estaré bien—insistí.
—No, necesitas tiempo—sostuvo esta vez seriamente.
—Le dije que estaré bien—miré hacia otro lado, y él alejó su mano—. He pasado por cosas peores.
Me miró con curiosidad.
—¿Qué puedes considerar peor que esto?
Me encogí de hombros y seguí evitando su mirada.
—No importa. No necesito que me cuide, ¿entiende? Mucho menos un terapeuta—mascullé, de repente me sentía alterada y lágrimas luchaban por salir—. Todo lo que he vivido lo he superado sola, por mí misma… y… y… puedo…
De pronto me ahogué con las lágrimas que no quería dejar salir. Comencé a toser, entonces Preston posó su mano sobre mi espalda y tendió varios golpecitos eficaces.
—Estoy bien… no necesito la ayuda de nadie, tampoco la suya.
Entonces levanté la mirada, grave error. Preston estaba demasiado cerca de mí. Su mirada me hipnotizaba, me hacía confiar en él instintivamente.
—No estoy pidiendo permiso para cuidarte, Nicole—declaró con firmeza y aquella repentina seriedad que me descolocó, como cuando actuaba como el profesor, como si estuviera cien por ciento seguro de lo que creía—. Sé lo que necesitas.
—¿A usted? —sonreí irónicamente—. He vivido así durante años, y estaba bien. Su presencia solo ha vuelto todo un caos, un desorden. ¿No ha visto lo que pasó? Ya me volví loca por su culpa.
—Repetir, «estoy bien» una y otra vez no te hará sentir como tal—su mano se aferró más a mi espalda y con su brazo me atrajo hacia él. Por un pequeño instante vi muy de cerca sus ojos destellar—. Es bueno amar y ser amado.
La distancia entre nosotros se había vuelto sólo teoría. Quizá, si me movía tan sólo un milímetro más, sería capaz de sentir sus labios nuevamente, pero en mis labios. ¿Podía yo ser capaz de hacerlo? ¿De merecer amor? Porque nadie me lo dijo antes.
—Yo no estoy interesada en eso.
Cuando intenté inclinar mi rostro para alejarme de él, Preston colocó su mano libre sobre mi barbilla y la levantó, lo que nos hizo quedar incluso más cerca.
—Déjame enseñarte—susurró lentamente, porque quizá, si los movía demasiado me besaría y eso sería algo malo, ¿verdad?
Negué con la cabeza frenéticamente, de pronto desesperada, quería correr lejos de sus palabras, de su cariño, de su mirada, de él, de Preston. Esto estaba mal por no decir incorrecto.
—No, Preston, suéltame…
Lo empujé y me bajé de la cama, estuve a punto de abrir la puerta y salir corriendo lejos de él otra vez, pero habló antes.
—No te haré daño, Nicole.
—Lo estás haciendo, sigues jugando conmigo—repliqué—. Y no me quieres decir qué es lo que está pasando, no soy una tonta.
Me volví hacia él nuevamente, en sus ojos no veía nada más que sinceridad, pero me negaba a creerle. Tenía miedo de aceptar la ayuda de alguien extraño que parecía salido de un cuento fantástico.
—Te pido una oportunidad para que confíes en mí.
—¿Cómo puedo creerle si no lo conozco?
—Te diré todo lo que necesitas comprender de mí, a su tiempo. Sin embargo, lo único que tienes que entender y creer ahora, es que te quiero Nicole, jamás podría hacerte daño, y es algo que, como tú, estoy comenzando a comprender, a darle sentido. Porque nunca pensé que serías tú.
Fruncí el ceño, ahora verdaderamente confundida.
—¿Qué sería yo? No puedo seguirle la corriente en todo esto—di un paso hacia la puerta.
—Espera un momento Nicole, te responderé solo algunas preguntas, tú ganas.
Me detuve y volví hacia él. Sentía curiosidad por tantas cosas, sé que debía preguntar sobre cosas importante, pero una de mis tantas dudas predominaba sobre las demás.
—¿Qué ocasiona que sus ojos brillen así?
Sonrió.
—Eso sucede a causa de ti. Normalmente el resto de los humanos no puede verlo. Pero contigo es diferente.
—Soy un bicho raro que puede ver cosas que otros no, entonces.
Preston se rió, esa risa divertida me causó gracia y me encontré sonriendo también.
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Editado: 04.04.2022