Limerencia l Libro 2

Capítulo 8

Preston tomó un desvío, y condujo por una carretera de tierra hasta aparcar frente a una hermosa cabaña de dos pisos con corredor. Había otro par de camionetas, azul y verde oscuro, estacionadas a unos pocos metros de nosotros.

—Nunca creí que la profesora Celeste viviera en el bosque—comenté de camino a la cabaña—. No parece muy interesada en la tierra y el aire libre.

—Clay lo es—explicó Preston—. Y tengo entendido que la situación familiar de Celeste los obligó a vivir en estas condiciones.

Tan rápido llegamos al corredor, apareció el esposo de Celeste, Clay, para abrirnos la puerta.

Ver a Clay de cerca me sorprendió más que otras veces, incluso cuando lo vi en el hospital, en ese momento parecía distante, ahora era diferente.

Era un castaño extraño, su cabello parecía rojizo. De ojos anaranjados y rasgos fuertes y pronunciados como lo era su barbilla. Tenía una sonrisa amable y a la vez divertida. Parecía un leñador o vaquero de película.

Sin embargo, cuando nos abrió la puerta noté su expresión de, «todo anda mal».

—¿Pasó algo? —inquirió Preston, haciéndose a un lado como Clay para que yo pasara primero.

—Un desastre—resopló Clay, sobándose el puente de la nariz—. Las mujeres y su código de amigas.

Preston cerró la puerta cuando estuvimos adentro. Entonces pude entender un poco del por qué Celeste aceptó vivir en el bosque. Adentro todo era hermoso, nada de lo que la cabaña expresaba desde afuera. Tenía un estilo sofisticado y a la vez hogareño, casi todas las ventanas estaban abiertas, por lo que la luz entraba libremente y había muchas plantas naturales.

—Tienen muchos códigos, ¿cuál de ellos te arruinó la noche? —bromeó Preston.

Clay me miró fugazmente y de vuelta a Preston.

—Laura le confesó, tú sabes.

—Nicole lo sabe—le aclaró Preston serenamente.

Nos miró a ambos confundido. Pero luego la resolución pasó por sus ojos.

—No me digas que…

Preston asintió. Clay rodó los ojos.

—¡Se acabó mi vida matrimonial! —exclamó Clay, levantando los brazos con dramatismo—. Laura se molestará, lo que hará que Celeste se moleste también, lo que consecuentemente no me permitirá dormir en mi cuarto, quien sabe hasta cuándo.

Preston se echó a reír.

—Tu relación matrimonial construida sobre cimientos de secretos no me interesa en lo más mínimo. Desmond te advirtió que no era una buena idea mentirle desde el principio.

—Me pareció lo más sano para ella.

—Mentir nunca será lo mejor.

—Ya, no sigas regañándome como si fueras mayor que yo—masculló Clay—. Es humillante.

—Humillación sentirás esta noche, cuando te toque dormir en el sillón—intervino Desmond, entrando en la habitación—. Debería romperte la nariz por esto.

Preston lo miró confundido.

—¿En qué te perjudican las peleas matrimoniales de Clay?

Clay se rió maliciosamente.

—Laura está con Celeste. Lo que no tenga yo, tampoco lo tendrá él.

—Estamos en pleno proceso de vínculo, este no es el momento de que nos peleemos, intento mantenerla con vida—masculló Desmond en tono impaciente.

—Ya bájale al drama, ella está segura aquí—Clay le hizo señas desinteresadas.

Desmond puso cara de pocos amigos. Pero se limitó a cruzarse de brazos y cerrar los ojos para respirar calmadamente.

—¿Podría ir… con la profesora Laura? —pregunté en voz baja.

—Sí—concedió Preston.

—El cuarto de Laura está en el piso de arriba—explicó Clay—. La última puerta de la izquierda.

—Ve, pero que no te pongan en mi contra—dijo Preston, y no supe si bromeó o lo decía en serio.

—Haré mi mejor esfuerzo—susurré, consciente de que sonreí levemente.

Preston me besó en la frente, entonces me soltó. De camino a las escaleras los escuché discutir de nuevo. «Pelea», fue la última palabra que pude escuchar de los labios de Preston.

Toqué dos veces la puerta antes de escuchar un «¿Quién es?» bastante tosco. Pero cuando dije mi nombre, escuché unos pasos demasiado apresurados como para ser de humanos.

Entonces Celeste abrió la puerta bruscamente.

—Dios mío, Nicole, ¿qué haces aquí?

La habitación de Laura era bonita, acogedora, de color azul pastel. Las puertas corredizas del balcón estaban abiertas y la brisa fresca entraba.

Me acerqué a Laura, estaba sentada con los pies cruzados sobre la cama. Hacía mucho tiempo que no la había visto, la había extrañado. Su cabello estaba un poco más largo, y los moretones que le había dejado el supuesto accidente estaban casi imperceptibles.

—Cariño, ¿qué haces aquí? —preguntó Laura, sorprendida—. Nunca imaginé que vendrías hasta acá, ¿quién te trajo?

De repente me sentí cohibida por las miradas inquisitivas de ambas mujeres.

—Prest… el profesor Preston—corregí rápidamente.

—¿Preston? —Laura enarcó una ceja con escepticismo—. ¿Ese amargado? No lo puedo creer.

—Ni yo—bufó Celeste, tirándose junto a Laura sobre la cama.

—Nicole, puedes acercarte, siéntate con nosotras—dijo Laura, sonriendo amablemente.

Me hizo señas con la cabeza hasta que me senté a orillas de la cama.

—¿Usted está bien? —le pregunté.

—Claro que sí—asintió—. La verdad, este cambio de ambiente me hizo mucho bien.

—Aunque al principio no lo haya querido admitir—atajó Celeste con una risita.

Laura rodó los ojos, pero luego se centró en mí, con expresión preocupada.

—¿Cómo estás tú y las demás? Supe lo de la muerte de Carl y… lo de Beth.

—Ah… sí, eso… Ella ahora está bien. El doctor dice que está fuera de peligro.

Celeste rodó los ojos.

—Por supuesto que es un buen doctor—masculló Celeste, de mala gana—. Es fácil cuando tienes…

Al instante Laura le echó una mirada de advertencia, por lo que Celeste cerró la boca.

—Ya lo sé todo—declaré. Ambas se volvieron a verme con shock—. Sé que el profesor Desmond, Preston y Clay vienen de otro mundo, así como el doctor Anthony, y que ustedes están emparejadas con dos de ellos.




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