Un sueño de su niñez lo tortura por la madrugada, solo en su habitación ya que Estela decidió moverse para dormir sola y pensar sobre lo ocurrido entre ambos. Un ligero enojo que suele ocurrir entre las parejas más afectuosas y que pasan por transiciones.
Martín se retuerce mientras sueña de aquel momento en esa mazmorra de goblins y donde a su lado yace el cuerpo de varios cazadores y el de su padre, mirándolo a los ojos y expresión de pánico. Así es como el joven cazador interpreta en sus sueños como fue la muerte de su querido padre.
El niño se acurruca a un lado, rodeado por cuerpos y charcos de sangre, y cubre sus oídos, cierra los ojos y baja los hombros mientras que levanta las rodillas y pide desaparecer de ese lugar. La oscuridad es absoluta pero los cuerpos se ven iluminados por luces rojas.
En ese momento ocurre la aparición de la diosa, quien le hace entrega de la poderosa marca y con ello un destino magnánimo como desconocido. Entonces, se pone de pie e impulsado por las bellas y amables palabras de la diosa, camina lejos del lugar para poder escapar de allí. Sin embargo y durante casi dos horas recorriendo los túneles de la mazmorra, no encuentra la salida por lo que regresa al mismo sitio donde y de manera extraña, se siente más acogido por tratarse del lugar donde están los cuerpos de conocidos.
Para su sorpresa los cuerpos ya no están y esto hace que empiece a preocuparse hasta derramar lágrimas. El silencio y la oscuridad lo obligan a arrastrarse entre charcos de sangre y vísceras. Un niño pequeño sufriendo tal mala suerte. Entonces un fuerte deseo se adhiere a él con fuerza:
“¡Quiero…morir!”
Una voz dulce y angelical y pesos firmes como de tacos, resuenan por toda la mazmorra y una luz tenue que se convierte en una figura humanoide se presenta ante él y le extiende su mano mientras se vuelve más visibles. Esa figura es la de una mujer muy hermosa, delgada y de cabello largo rubio y ondulado, con ojos verdes y expresión risueña, pero con la más honesta y maternal sonrisa. Su vestimenta es similar a la que usaban las mujeres en la antigua Grecia y que cubría mayormente el cuerpo, pero también dejaba entrever los muslos. El chico se siente cautivado y rápidamente corre hasta ella para abrazarla.
La mujer lo envuelve con sus brazos y besa la frente para contenerlo:
“Dime pequeño ¿es esto una jugada cruel del destino el que hayas tenido que vivir tal terrible situación o es coincidencia que nos hayamos encontrado aquí y ahora” —pregunta la mujer.
Martín: “Q-Quiero ir con mi mamá” —lo repite varias veces.
“Ya, ya, no llores. Te voy a ayudar a salir. Te lo prometo”
Martín: “¿Segura?”
“Claro que sí” —le extiende el meñique—“¿Quieres hacer la promesa?”
Martín: “Si” —acepta y entrecruza su meñique con el de la mujer misteriosa.
“Tengo entendido que a los humanos les gusta hacer este tipo de gestos. Espero no
haberme equivocado”
Martín: “No, no, está bien. Así es como se hace”
El niño le explica como es el asunto de las promesas según los seres humanos, los gestos y los sentimientos que albergan en ello.
Cada detalle y cada explicación del chico es devuelto con la mayor atención posible. Asienta y sonríe la amable mujer. Cuando le surge alguna duda, ella le pregunta y ambos intercambian carcajadas con experiencias graciosas del niño.
El niño, entonces, le hace una pregunta de la que no puede escapar, aunque quisiera:
Martín: “Señorita, disculpa. Usted ¿Qué es?”
“Oh, esa es una pregunta muy directa, cariño. ¿Estás seguro que deseas saberlo?”
Martín: “Mi mamá suele decirme que es mejor conocer a alguien sabiendo su nombre antes de empezar a conversar”
“Una mujer sabia es tu madre y concuerdo. Mi nombre es difícil de pronunciar para las lenguas humanas o aquellas que no han sido tocadas por las bendiciones del maná, pero tú ya fuiste bendecido. Sin embargo, cuando vayas creciendo te diré mi nombre real. Por ahora me conocerás como Irsala”
Martín: “¿Irsala?”
“Ajá. Nombre simple ¿no lo crees?”
Martín: “Si, es bonito también”
“Gracias, eres un niño muy amable. Tu madre debe de estar orgullosa al igual que tu padre”
Martín: “Mi padre…”—dice cabizbajo
“¿Estás bien?”
El pequeño Martín se queda en silencio, había olvidado lo que pasó hasta no hace mucho. Su padre, los cuerpos, todos estaban ahí y ahora ya no existen. Una gran desesperación lo vuelve a agobiar como grandes mareas de oscuridad que le estruja el alma.
Irsila lo abraza con fuerza y se queda junto a él por varios minutos hasta que se queda dormido por la seguridad que le provee ella. Lo mira y lo acaricia con una sonrisa que se va expandiendo cada vez más y deformándole el rostro para que el rostro se vea perverso y tan terrible que cuando abre los ojos, el chico se asusta y se aparta de ella: