Limite

LUANA 1

Este iba a ser el comienzo del mejor fin de semana de nuestras vidas. Junto a mis mejores amigos, Rachel y Leon nos iríamos de excursión. Veníamos planeando esto desde el comienzo del último año de escuela. Por fin nos habíamos graduado, y este sería nuestro gran festejo.

A las 6:04 a.m., me despido de mi madre y subo al Nestor, nombre ridículo que mi padre le ha puesto al auto familiar en honor a su abuelo. Mi padre es un fanático de su auto. No deja que otra persona que no sea él ponga las manos al volante. Papá se ofreció a llevarme hasta la terminal, ya que es un trayecto largo para hacerlo en transporte público y estoy llegando tarde.A las 7:00 a.m. León y Rachel ya estarían esperando allí. El boleto es para las 7:15.

Luego de subir al coche, tomo mis auriculares y comienzo, casi por instinto, a moverme al ritmo de la música. La música ocupa un lugar fundamental en mi vida, creo que soy una de esas adolescentes locas que siempre está en primera fila gritándole a su cantante favorito. Mi padre me conoce bien y no saca tema de conversación, me deja tranquila en mi mundo.

Me pierdo en el paisaje que aparece delante de mi vista a medida que avanzamos. No es lo que se podría decir una bella vista, pero el cielo se ve totalmente despejado y con un sol radiante, me digo para mis adentros imitando al señor del pronóstico. No podría habernos tocado un mejor fin de semana. Estoy lista para una de las mayores aventuras de mi vida. Una semana de supervivencia con mis mejores amigos. Con una sonrisa en la cara, la carpa cargada en el baúl y la mochila en el asiento trasero, me dispongo a enfrentar toda esta aventura.

Cuando el coche se detiene salgo de mi ensoñación.

-Llegamos -anuncia mi padre.

-Así es -le digo saliendo del coche. Tomo mi mochila. Él ya está abriendo el baúl.

-Te quiero mucho, hija, cuídate ¿sí? No nos hagas llevar un disgusto. No podríamos perdonárnoslo nunca en la vida si te llegara a suceder algo. Diviértanse mucho. -me dice con un tono casi suplicante mientras me abraza.

-Claro -le respondo tranquila, devolviéndole el abrazo-. Te quiero mucho papá -y es cierto, desde que mamá se enfermó, él es el único que cuida de mí. Él y mis amigos que me están esperando del otro lado de la calle.

-Cuídate mucho -me vuelve a decir mientras me alejo.

-6:58 a.m., siempre tan puntual -dice Leon riéndose de mi.

-Gracias -le respondo haciendo un ademán gracioso. Saludo a Rachel.

-Entonces... -comienza a hablar Rachel-. ¿Están listos?

A modo de respuesta y en perfecta sincronía, Leon y yo le mostramos nuestros boletos. Enseguida le doy el mío para que Rachel lo guarde porque no sé cómo, pero todo lo que tengo en las manos siempre termina desapareciendo; no me doy cuenta, simplemente desaparece. Me gusta pensar que se debe a una magia y no a mi extrema falta de atención.

A las 7:17 a.m. exactamente hace su aparición el autobús en el andén cuatro de la terminal. Tiene un solo piso pero es una mole inmensa de color gris y negro. No doy más de la emoción. Hemos contratado un paquete turístico para estar llenos de actividades y no aburrimos en ningún momento.

Veo cómo varias personas que están desparramadas en los asientos de la terminal se disponen a hacer la fila para poder dejar las maletas y luego subir al vehículo. Somos casi los últimos de la fila, así que observo a las personas que van subiendo. Siempre me gusta imaginar lo que está pensando la gente en un preciso momento. Me cuesta asimilar que hay millones de vidas y que cada individuo genera sus propias acciones y emociones, y que cualquier cambio, por mínimo que sea, podría alterar totalmente el futuro.

-Adelante, señorita -me dice el conductor devolviéndome a la realidad. Hago mucho eso de desconectarme de lo que sucede a mi alrededor. Meto las manos en mi bolsillo para extenderle el pasaje y casi entro en pánico cuando no lo encuentro, pero rápidamente Rachel me lo pasa desde detrás-. Asiento veinticuatro.

El conductor corta el pasaje y me entrega un comprobante. Lo hago un bollo y lo guardo en el bolsillo. Leon y Rachel suben detrás de mí. Tienen los asientos veinticinco y veintiséis respectivamente. Leon se sienta a mi derecha y Rachel del otro lado del pasillo.Cinco minutos más tarde, el motor del autobús ruge estrepitosamente.

Mientras salimos de la terminal saludo por la ventana a mi padre que está con una gran sonrisa al lado del Nestor. Me encanta verlo feliz.

***

Avanzamos muchos kilómetros dejando la ciudad atrás. El viaje dura catorce horas en total y ya pasaron cuatro. Los temas de conversación comienzan a escasear.Miro por la ventana y veo que vamos por un puente bastante estrecho pero a su vez muy largo. Es la primera vez que vengo por este lugar. Le consulto a los chicos si habían venido por acá y me contestan con negativa. Al observar hacia abajo, me da mucho vértigo cuando veo una especie de acantilado. El puente está sostenido por unos grandes pilares de concreto. De tan grandes que son, no alcanzo a ver sus bases. Tampoco veo mucho tráfico.

De pronto, como en una película de terror, una densa bruma comienza a envolver el camino. Miro a Rachel. Ambas levantamos las cejas preguntándonos qué estaría pasando. No necesitamos ponerlo en palabras para entendernos. Traca... traca... traca... parece que algo en el autobús está fallando, y lo que nos envuelve no es niebla, sino el propio humo que despide la formación.




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