Limite

LUANA 2

Mi frente y mi barbilla arden. Los jeans, al parecer, se rompieron por el impacto haciendo que la tela se quede pegada en una gran lastimadura que tengo en la rodilla.

Me incorporo tratando de recuperar el equilibrio pero el dolor es insoportable. Algo similar a una llama se abre paso en el interior de mi rodilla para devorar todo lo que se interponga. Aprieto lo dientes para intentar disminuir un poco el calvario. Finalmente decido quedarme sentada volcando todo mi peso restante en un verdinoso árbol.

Al principio no me doy cuenta, pero estoy llorando, mi cabeza da mil vueltas. ¿Qué ha sucedido? ¿Me desmayé? ¿Las ambulancias?. Me quedo en silencio y con los ojos cerrados por varios minutos.

Me siento mejor cuando los abro, lo que ayuda para que acuda toda mi memoria. No veo rastros de mis amigos. Cuando lo noto realmente, comienzo a asustarme. Tampoco hay rastros del autobús, y unas altas hierbas dificultan mi visión.

Un cosquilleo estremecedor recorre mi cuerpo. Me siento débil, como si todas las fuerzas que tuve alguna vez se hubiesen disipado.

Las lágrimas caen por  mis mejillas y no puedo detenerlas. Nadie puede ayudarme, estoy sola y tengo una extraña sensación imposible de explicar. No es frío, es algo más.

¿Dónde están Rachel y Leon?

Mi último recuerdo está formado por pedazos de la caída. ¿Seré la única sobreviviente? No puedo pensar con claridad. La sangre retumba mientras pasa por los conductos de mi cabeza.

Quizás no soy la única. Mis amigos, u otras personas pueden estar cerca y en peores condiciones. Debo ofrecer mi ayuda. Me doy vuelta despacio, abrazo el árbol y con las pocas fuerzas que me quedan voy levantándome.

Quedo de pie. Mis brazos están agarrados al árbol. Es viscoso y desprende olor a moho. Decidida a caminar, me suelto de él. Tambaleo pero logro recuperar la compostura sin terminar tirada en el suelo. Aun así no puedo hacerlo. Los pocos pasos que doy son con demasiado esfuerzo y lentitud.

Un grito me despierta de mi trance. Instintivamente miro para los costados. Es la voz de un hombre.

—¿Leon? —me animo a levantar el tono con un fracasado hilo de voz.

—¿Hola? —me devuelven el llamado.

—¿Leon? ¡Estoy aquí! —no ansío otra cosa más que verlo con vida.

—¡Sigue gritando! —me ordena.

—¡Aquí! ¡Aquí estoy! —levanto los brazos hasta donde las articulaciones lastimadas me lo permiten. La garganta me escoce cada vez que grito.

Alguien se hace paso entre las malezas. No es Leon. La rara mueca presente en mi cara parecida a una sonrisa se desvanece rápidamente. El chico alto y pelirrojo se acerca a mi. A simple vista tampoco sufrió daños mayores. Me llama la atención un corte largo ya cicatrizado en su antebrazo izquierdo. Tiene su pecosa cara un poco raspada y también rastros de sangre nasal. Al verme esboza una sonrisa y me da un abrazo tan fuerte que me hace perder el equilibrio. Caigo al suelo, y él encima de mi. Por un segundo nuestras miradas se conectan, aunque al otro segundo ya me está ayudando a levantar.

—Lo siento —se disculpa —estoy feliz de no ser el único sobreviviente.

—¿Somos los únicos? —un sentido de alarma se enciende en mi mente.

—Por el momento sí, aunque a ciencia cierta... no lo sé, podrían haber más personas en otro lado.

—¿El autobús? ¿Dónde está? ¿Ya vinieron los rescatistas?

—No lo se, cuando recobré la conciencia estaba tirado en la orilla de un arroyo —dice señalando por donde vino.

—En ese arroyo del que hablas ¿hay agua? —pregunto dándome cuenta al instante de la obviedad que me voy a llevar como respuesta.

Me inspecciona. Sus ojos azules pasan por todos mis cortes. Fija su mirada en mi rodilla y hace una mueca de desagrado que me recuerda lo mucho que me duele.

—Eso no está bien —me dice con preocupación.

—Lo se, ¿Tienes un botiquín a mano? —contesto sarcásticamente.

Me mira con incredulidad. Seguro piensa que soy la chica más tonta que conoció jamás. De todos modos me ignora.

—Deberías limpiarte eso, se te va a infestar. Vamos —responde con una sonrisa.

La situación amerita confiar en un desconocido. Lo sigo con dificultad entre los pastos altos y las irregularidades del suelo. Nunca vi un paisaje similar.

Cuando era chica soñaba con encontrarme en un lugar así. En estos momentos, lo único que quiero es encontrar a mis amigos y marcharme. ¡Claro! ¡El teléfono móvil! Lo saco apresuradamente de mi bolsillo, por suerte siempre lo llevo allí. Sin batería.

—No sé por qué intentas eso, no he tenido señal desde que desperté. Si los celulares funcionasen no me encontraría aquí, sino en un auto con destino directo a mi casa —observa el chico.

El arroyo no queda muy lejos, para mi suerte llegamos muy rápido pese a que casi no puedo moverme con la rodilla que me escoce a cada paso que doy. En el camino voy gritando el nombre de mis amigos y miro hacia todos lados, pero no hay rastros de nadie.

El agua color verde del arroyo corre con fuerza. Me repugna el solo hecho de pensar en el contacto con mi rodilla. Quedaría más infestada que en este preciso momento.




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