Un grito desgarrador me sume en un trance, hace mucho tiempo no escucho algo parecido. Rápidamente se transforma en un llanto. Pese a haberla conocido hace poco tiempo, sé de quién proviene.
—¡Grisel! —grito mientras los sollozos van en aumento.
Desde que cayó el autobús, todo se volvió más oscuro. No dejo de preguntarme acerca de dónde están las ambulancias viniendo a buscarnos.
Sigo sin lograr ver más allá de un metro a la redonda, y efectivamente, no es porque está anocheciendo. Una densa bruma me rodea.
Agudizando mis sentidos puedo llegar hasta el lugar desde donde provienen los gritos. En cuanto salí por el llamado de Grisel no me había percatado de aquella situación a metros del autobús, la niebla y la oscuridad tampoco ayudan en nada.
Cuando la veo, comprendo todo. Su cara está desfigurada por el espanto. Aquella situación me devuelve al pasado, cuando tan solo tenía ocho años. Hago lo imposible por no pensar en ello e intento poner mi empeño en el presente.
Delante nuestro hay una chica con un tubo que le atraviesa de lado a lado el cráneo ingresando por el ojo izquierdo. Cuando reconozco su rostro, todo desfigurado, mis piernas ceden. No puede estar muerta. Me refriego varias veces los ojos y los abro rápidamente para ver si todo esto es un sueño, pero no.
Tendida en el suelo está Rachel, nuestra amiga, aquella chica simpática que nos hacía reír a todos. Mi alma se destroza en pedacitos. No puedo quitar la vista del cuerpo.
—¡Maldición! —grito tan fuerte que casi me hago daño a las cuerdas vocales. Todo se fue de control en cuestión de segundos, ¿y ahora qué haría? ¿cómo le diría esto a sus padres?
Recuerdo que tuvimos que convencerlos porque se mostraban reticentes a la idea de dejar a su preciada hija salir sola con dos amigos sin un "mayor". Si tan solo hubiésemos escuchado no estaríamos pasando por esta situación.
Debo ser fuerte, aunque sea hasta salir de aquí. Necesitamos ayuda urgente.
Me pongo de pie y la observo detenidamente. Quiero asimilarlo de una vez por todas aunque me cueste. La imagen es demasiado perturbadora. Mis sueños se verán invadidos con esta situación por el resto de mis días. Una costra de sangre se forma en su pómulo debajo del pasamanos.
—¿Qué ha pasado? —pregunto mientras me recompongo como si la rubia tuviese la respuesta.
Grisel no me contesta, está arrodillada y dura como una piedra observando a mi amiga y a la nada misma simultáneamente. En mi estómago se forma un nudo que sube rápidamente hacia mi garganta. Trago saliva e intento respirar hondo. Tomo a Grisel de los brazos y la ayudo a poner de pie. No dice nada, su mirada está perdida.
Tengo que hacerlo, tengo que comprobar si está con vida. Desciendo lentamente hasta ponerme a su lado, cuando lo hago, sin querer muevo un poco el tubo que la está atravesando y me sobresalto. La sangre comienza a salir nuevamente sin parar. Puedo hacerlo, puedo hacerlo, puedo hacerlo, me repito. Y lo hago. Toco su cuello con mis dedos índice y medio. No siento las pulsaciones. Tomo su muñeca para ver si allí se siente algo... Nada.
—Mierda, mierda, mierda, estamos jodidos —miro a Grisel que se encuentra hecha un mar de lágrimas—. Está muerta.
Apenas lo digo, un sollozo un poco más lejano llega hasta mis oídos. Al principio pienso que es Grisel, pero al percatarme de que ella también lo oyó, me pongo en alerta.
Miro hacia atrás pero no veo nada, la niebla sigue obstruyendo mi visión. El sollozo es débil y casi imperceptible. La llevo a Grisel de la mano hacia la fuente sonora. Lamentablemente ya es demasiado tarde para hacer algo por Rachel y no quiero que ningún otro inocente más tenga que pagar con su vida por la negligencia de otros. ¿Luana estará bien?
Nos encontramos a un niño cubierto de lágrimas tomando el cuerpo inmóvil de la que parece ser su madre. Nos observa. Grisel se acerca lentamente a él y se sienta a su lado. Nunca voy a entender por qué la muerte nos une más que la vida. Cuando morimos nos damos cuenta que tenemos muchísimos más amigos de los que creíamos, o quizás los mensajes en las redes sociales mienten.
Grisel mira con compasión al niño. Las lágrimas vuelven a aflorar de sus ojos colorados.
—Oye, ¿cómo te llamas? —le pregunto.
—Nathan es mi nombre —responde —¿Qué le ha pasado a mi mami? ¿Cuándo va a despertar?
Miro a Grisel, parece que ninguno de los dos sabemos qué contestar así que por suerte ella toma la iniciativa.
—Cariño, tu mami —suspira mientras se acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja —no va a despertar.
—¿¡Qué!?
—¿Ves todas las personas aquí? —contesto a medida que él asiente —están muertas. Tu madre también lo está.
Grisel me echa una mirada fulminante. Sus ojos despiden furia. Al instante me siento como la peor mierda de todas. No puedo mirarlo a los ojos, seguramente estarán brotados de lágrimas. Aún así, es la verdad. Aprenderá a llevarlo me digo sintiendo un poco de empatía.
—¿Muerta? —escucho que repite.
—Nath, tu mami, está en el cielo, allí arriba, y está contigo aquí dentro —señala el corazón del niño.
—Ya no podré hablar con ella, ni abrazarla, ni darle besos —dice tristemente y sin comprender aun la total gravedad del asunto.
—Claro que podrás. Solo tienes que cerrar los ojos y hablar con ella —el niño hace una mueca mostrando lo poco convencido que está —Ven, vamos —Grisel lo toma de su mano pequeña y acto seguido me mira —No podemos quedarnos aquí —. Asiento. Salimos caminando juntos, hacia la deriva, con un niño a cuestas, pero antes, cierro los ojos abiertos y sin vida de aquella mujer.
No caminamos mucho. Llegamos hasta el refugio de un árbol no muy lejos de donde nos encontrábamos hace minutos. Me asusta que el niño sea una carga más. No, ¿en qué me estoy convirtiendo? No puedo pensar así, es solo un niño.