Sathor — Puerto Ilusion Ghina
Tres luchadores musculosos lo acorralaban en una calleja entre el pueblo y el puerto, no podían tolerar quedar con la derrota. Se habían enojado mucho al ver que no tendrían la oportunidad de reivindicarse en las lides y venían por él.
— Vamos, muchachos — se excusaba. — No creo que sea para tanto…
— Nos lo debes, Sathor — dijo el más grande de todos.
— La verdad, no lo creo… — un fuerte golpe en su cabeza que casi lo deja inconsciente, lo acalló, haciéndolo caer quedando en cuadripedia.
— Regresarás — dijo otro.
Sathor aprovechó la situación de haber sido sorprendido y tumbado, para recuperar el aliento, mientras fingía abatimiento. Solo le hacía falta aguardar un momento para tener la certeza de que uno de los luchadores resentidos, vendrían a asestarle una patada en las costillas.
Casi de forma coreográfica, Sathor se volteó de espaldas y cayó con su peso de costado en el talón de su agresor, que trastabilló inmediatamente sobre él, y como un rayo, entrelazó sus brazos alrededor del cuello del recién caído, y lo usó de escudo en el preciso instante en que el tipo más grande dio una fuerte y estruendosa patada, dejándolo fuera de combate.
Sathor se incorporó, girando sobre su espalda y realizándole una zancadilla simultáneamente al tipo grande y tosco. El damoni se lanzó con todo su peso entre las piernas de su oponente. Incluso llegó a oírse un ruido como un aplauso cuando esto sucedió, ahogado por un chillido bastante poco masculino, por cierto, del impactado.
El tercero quedó de pie, observando, ya sin mucho interés en sufrir un dolor y vergüenza semejante, puso pies en fuga, mientras Sathor se levantaba en medio de los dos sujetos que yacían en el piso, retorciéndose de dolor.
***
Lina — Islas Mizka
Era la tarde. Acababan de terminar su almuerzo, sentadas sobre la arena en la orilla oriental de la isla de las aprendices. Tenían un receso corto hasta reanudar las lecciones.
Con su amiga Marlén, y Roma, una niña humana, un año menor que ella, decidieron recolectar hierbas en el bosque que rodeaba el colegio.
Roma estaba en su mismo grupo de aprendizaje, aunque era menor y se había incorporado un poco tarde. La verdad era que no había una edad específica para empezar su educación, sino que entre los diez y los trece años se acostumbraba llevar las niñas allí. Pero por lo general, las humanas comenzaban antes sus estudios, a los once, como Lina, por tener más dificultad que las otras.
Caminaron en el bosque, no muy separadas la una de la otra. Para su infortunio, Almenia y sus amigas también se habían inclinado por esta actividad. O tal vez las habrían seguido, cosa que prefería no pensar, ya se sentía cansada de su constante maltrato.
El año anterior, luego de que le hechizara el rostro, no habían tenido más que cruces de palabras; al parecer porque había encontrado otras jóvenes a quienes torturar. En este momento iba tras Roma.
— ¡Ay, pero mira! — Dijo con desdén la súcubo. — ¡Si las humanas se han hecho amigas! ¿Es acaso la secta de las rezagadas? — Rio a carcajadas junto con sus compañeras.
— Y ustedes, ¿la secta de las amargadas? — Replicó Lina observando a Almenia con el ceño fruncido.
La futura “Rosa Negra”, como la llamara su abuela, levantó su delicada varita, de madera negra, con incrustaciones de esmeralda, y lanzó un conjuro hacia ellas que no pudo escuchar, ya que al mismo tiempo que pronunciaba las palabras, un silbido agudo, unido a un humo oscuro, se desprendía de aquella varita.
Las tres jóvenes se habían pegado la una a otra, asustadas, esperando un resultado horrendo. No obstante, Lina, sin pensar, alzó su cayado y lo hizo girar en su mano frente a sí, lo que formó un escudo dorado de luz, que se desprendía de las hebras de oro, en la punta ganchuda de su vara; ella no había realizado ningún hechizo, sin embargo, la defensa mágica se produjo por sí misma.
Esto hizo rebotar la maldición de la súcubo; que se volvió hacia ella y sus secuaces en forma de espinas negras que se clavaron en sus rostros, así como en el resto de sus cuerpos. Sorprendidas y gritando horrorizadas, huyeron perdiéndose en el bosque.
— ¡Oh! ¡Lina! — Exclamó Marlén — ¿Cómo lo hiciste?
— No lo sé — explicó, — el báculo lo hizo — decía mientras observaba su cayado, atónita.
— Eres una gran bruja — aseveró Roma, mirándola con admiración.
Una campanilla lejana sonó advirtiéndoles que era hora de regresar con su mentora.
Editado: 02.04.2023