Sathor — Puerto Ilusión, Ghina
— Ya, Ani, termina esta farsa. Esta vez es definitivo — insistía Sathor, tratando de desprenderse de la rubia belleza, que se mantenía prendida a su brazo izquierdo en un mar de lágrimas.
— ¿Por qué me torturas así, Sathor? — Exclamaba ella entre sollozos.— ¡No puedes vivir sin mí! — Intentaba convencerlo.
— Claro que puedo, y tú también sin mí — hablaba sin levantar el tono de voz.
Su cariño por la mujer era sincero, y no quería continuar, sabiendo que nunca sentiría la misma devoción que ella sentía, y que llegaría el momento en que pertenecería a otra persona.
— No… por favor — sus ojos cristalinos le suplicaban.
— Basta — continuó firmemente deshaciéndose al fin de su abrazo. — Ya no regresaré.
— Al menos… quédate esta noche — imploró. — Como última despedida.
Su voz entrecortada era aterciopelada y tierna, y estaba decidida a convencerlo, pero él no cedió.
— Eso es una tontería… — Empezó a decir Sathor, pero sus palabras fueron interrumpidas.
El hermano de Ani, Nemrod, el hombre rubio y alto que bajaba las escaleras, se encontró, de pronto, con esta bochornosa situación.
— ¿Qué pasa aquí? — Preguntó, con una mueca divertida en sus labios.
Sorprendentemente, la mujer recuperó la compostura y su voz cambió por completo, tornándose firme y casi agresiva.
— Está bien. Vete, Sathor — abrió la puerta de par en par y lo empujó hacia afuera. — ¡Y no regreses! — Espetó antes de cerrarle la puerta en la cara.
Sorprendido, quedó unos minutos allí, de pie y meneando la cabeza, antes de marcharse. Tantos años tratando de dejarla, y lo único que hacía falta era la prodigiosa aparición de su hermano.
Caminó a paso firme hacia el puerto, llevaba prisa. Se encontraría con Abidón, en las aguas de la inmortalidad, donde empezaría su entrenamiento, y todavía le quedaba un trecho hasta allí.
***
Lina — Portal de Syukur
Estaban en el portal de Syukur, al norte del reino. Este se hallaba emplazado en una pequeña isla en el delta del río Bol, el cual no solo no figuraba en los mapas, sino que era imposible de ubicar para todo aquel que no siguiera el bien. Allí se encontraba el oráculo del agua, donde cada año, las aprendices iban a consultar el camino que debían seguir en su peregrinación.
Era una noche poblada de estrellas, el lugar se parecía un poco a las islas Mizka, con su playa lindante al bosque; pero mientras que en la isla de las aprendices el agua aparecía como todo un plano, aquí, rocas salientes irrumpían formando un arrecife en el cual se encontraba el mágico sitio.
Lina y Marlén que habían pasado estos tres años en Cariad y Nabad respectivamente, ahora estaban juntas, detrás del resto de los presentes.
Además de ellas, se hallaban allí su amiga Roma, la cual tuvo su instrucción en la isla de las aprendices como ayudante de Virginia; Ruffo, un joven silfo a quien conociera en Mizka y que había pasado esta etapa de discipulado en Libben, con los padres de Lina; y otros a quienes no conocía. También los acompañaban algunos guardianes y mentores.
Anémona, la guardiana de Syukur, era una sirena, aunque ahora exhibía su apariencia humana. Su cabello era verde azulado, igual que sus ojos, y su piel, de un blanco grisáceo, refulgía. Ella pronunció una invocación que, desde el lugar en el que se encontraban, no pudieron oír, aunque sí lograron ver los efectos. Un puente, formado por lo que parecían ser algas, apareció y todos comenzaron a avanzar sobre este. Lina y su mejor amiga, también lo hicieron.
Al llegar al oráculo, las rocas formaban un círculo, dentro del cual, se reflejaba la luna como en un espejo. Los integrantes del grupo, se dispusieron alineados alrededor.
Cada aprendiz, traía una ofrenda floral, previamente consagrada para este fin.
Los mentores se inclinaron hacia el agua y, pronunciando unas palabras, la tocaron simultáneamente con su mano izquierda, y volvieron a ponerse de pie.
El translúcido líquido comenzó a girar en un remolino, formando una espiral plateada con el reflejo lunar. En este momento, los aprendices debían colocar su ofrenda y esperar la respuesta.
Uno a uno, fueron dejando sus flores en el borde del agua, que iban siendo arrastradas al centro hasta desaparecer. Luego de esto, el remolino se detuvo y comenzó a moverse en sentido contrario, y de él, empezaron a salir piedras que rodaron por el piso hacia los discípulos que esperaban expectantes. El color de la piedra indicaría el camino a seguir.
En general, este oráculo ubicaba a los postulantes según su raza. A las humanas, el augurio rara vez las enviaba a otro camino que no fuera el de la inmortalidad, que es el camino que hizo su madre, o el de la claridad.
Cuando las aguas se calmaron, cada uno se inclinó a recoger su piedra. La de Marlén era azul, el camino de los deseos; la de Roma, blanca, el sendero de la claridad. Y la de Lina… era negra, ovalada y pequeña, lustrosa como un ónix. Se quedó mirándola desconcertada, porque no sabía lo que significaba, nadie había hablado de una gema negra durante su instrucción.
— ¿Qué significa? —Le preguntó Marlén al ver la roca en su mano. Lina solamente hizo un gesto de desconcierto con su hombro, mientras se dirigían nuevamente a la playa para reunirse con sus mentores.
Apenas sus pies tocaron la arena, su padre, que estaba presente como acompañante de Ruffo, se acercó a ella con una sonrisa, para informarse de sus buenas nuevas.
Editado: 02.04.2023