Lirios de mil colores

Capítulo 8 | Un papá

Hilary Russo

A mi alrededor, todo deja de moverse. Las voces, los gritos de los niños desaparecen en cuestión de segundos. La quietud que ahora reina es casi irreal, como si el mundo hubiera decidido detenerse solo para este momento. Lo único de lo que soy consciente en estos instantes es de la persona que está delante de mí. Sus ojos, Dios mío, sus ojos transmiten tantos sentimientos. Y, sorprendentemente, los comprendo todos, porque son los mismos que tengo yo en este instante.

—Hilary —pronuncia mi nombre en un leve susurro, pero es suficiente para que todo mi cuerpo reaccione y entre en pánico.

Es real.

El hombre que está frente a mí no es una ilusión. Tengo a Bastian justo frente a mí. Esto no puede ser. Mis pensamientos son un torbellino de incredulidad y confusión. Veo cómo su rostro cambia a uno de preocupación. Empieza a mover los labios, pero no reacciono, no soy capaz de hacerlo. En el momento que da un paso al frente, yo doy uno atrás, todavía sin pronunciar ni una sola palabra.

A unos pocos metros veo a una persona que reconozco. Se acerca a nosotros con cara de confusión. No sé qué aspecto tendré yo, pero sé con certeza que no es el mejor.

—¿Cariño? ¿Qué sucede? ¿Te sientes bien? Estás pálida —Enzo me ataca con preguntas apenas llega a donde me encuentro. Cuando nota que no estamos solos, se gira para ver quién es y su rostro se desfigura en disgusto puro—. Oh.

—Enzo —hago que su atención vuelva a mí y siento otro par de ojos mirándome también—. Él es Bastian, el hermano de Liam —mi voz es solo un eco en mi cabeza. De repente, el mundo a mi alrededor empieza a girar a una gran velocidad. Los puntos negros empiezan a aparecer en mi vista.

Bastian y Enzo intercambian miradas tensas mientras mi visión se nubla. Siento un par de brazos alrededor de mí momentos antes de que mi cuerpo toque el suelo. Todo se vuelve negro a mi alrededor. La última sensación que tengo es de un abrumador vacío, como si estuviera siendo arrastrada hacia un abismo sin fin.

Mi mente intenta aferrarse a algún pensamiento coherente, pero es en vano. El peso de la realidad y la intensidad del momento me abruman completamente. La oscuridad me envuelve, llevándome a un lugar donde el tiempo y el espacio dejan de tener significado.

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En el momento que me despierto, lo primero que noto es un dolor punzante en mi cabeza.

 ¿Qué sucedió?

Mi mente está envuelta en una bruma mientras intento recordar los eventos que me llevaron a este estado. Poco a poco, una sensación de desconcierto se mezcla con la punzada constante en mi cráneo.

Cuando empiezo a abrir los ojos, la luz de la habitación me obliga a parpadear varias veces antes de poder ver claramente. Me doy cuenta de que estoy en una sala de descanso, con un ambiente tranquilo y acogedor. Estoy acostada en un sofá de cuero marrón oscuro, rodeada de cojines suaves y una manta que cubre mis piernas. La habitación está decorada con tonos cálidos, y una lámpara de pie emite una luz tenue desde una esquina.

A medida que voy siendo más consciente de mi entorno, escucho dos voces discutiendo en voz baja, susurros tensos que parecen llenar la habitación con una atmósfera cargada.

—¿Qué fue lo que le dijiste? —reclama Enzo, su voz cargada de preocupación y un toque de ira contenida. 

—No le he dicho nada, apenas me vio se desmayó —responde Bastian, un poco alterado, su tono defensivo y sorprendido.

Puedo imaginarme la tensión en sus rostros, la preocupación en los ojos de Enzo y la confusión en los de Bastian. La intensidad de la discusión se filtra en mi consciencia, haciendo que mi dolor de cabeza parezca aún más agudo.

—Más te vale no haberle dicho o hecho algo —advierte mi mejor amigo, su voz baja pero firme. En ese momento, ambos posan sus ojos en mí y se dan cuenta de que estoy despierta.

—Despertaste —dice Enzo, su tono cambiando inmediatamente a uno de alivio y preocupación.

—¿Qué fue lo que sucedió? —pregunto, mi voz débil y rasposa, esperando que alguno de los dos me responda rápidamente.

—Creo que mi hermosa presencia no fue del todo de tu agrado —responde Bastian con una ligera sonrisa divertida, aunque también noto un poco de incomodidad en sus ojos.

—Creo que realmente tuviste mi mejor reacción, o dime, ¿cómo querías que reaccionara al verte luego de tantos años? —digo, tratando de mantener mi voz firme. Sé que estoy siendo grosera con la persona equivocada, pero no puedo evitarlo. Bastian es el hermano gemelo de la persona que más ha marcado mi vida, y es de las últimas personas que esperaría ver, menos aquí en Manhattan.

Cuando Bastian va a responder, unas risas interrumpen el momento tenso. Miro hacia el origen del sonido y veo a las niñas de hace un rato junto con mi hijo, jugando a hacer un castillo de cartas en el suelo. La imagen es tan inocente y pacífica que me golpea con una oleada de emociones. Recuerdo que ellas habían llamado a Bastian "papá".

—¿Son tus hijas? —pregunto, mi curiosidad venciendo momentáneamente la incomodidad.

—Lo son —responde con orgullo en su voz—. Tienen cuatro años, son mi razón de vida.




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