Hilary Russo
Alrededor de hace unas dos horas, la fiesta había llegado a su fin. Ahora, con la ayuda de mis padres y de Enzo, estábamos trasladando las cosas que habían quedado en el jardín hacia mi departamento. La celebración había sido un éxito, pero al final, todo evento deja tras de sí un rastro de objetos y recuerdos que deben ser recogidos y ordenados. Las risas y los juegos de los niños, los abrazos y las felicitaciones de los adultos, todo había sido un hermoso caos que ahora debía ser organizado y limpiado.
Durante la fiesta, después de haber cantado el feliz cumpleaños, traté de ignorar a quienes había visto y lo que había sucedido. Al fin y al cabo, era el día de mi hijo y no quería dejar que los fantasmas del pasado nublaran el presente. Sin embargo, la aparición de los hermanos García había despertado sentimientos y recuerdos que preferiría dejar enterrados. El simple hecho de ver sus rostros me transportó a una época que había hecho todo lo posible por olvidar.
Mientras guardaba los platos desechables y las decoraciones en cajas, mis padres y Enzo continuaban trayendo los últimos restos de la fiesta desde el jardín. La tarde estaba empezando a dar paso a la noche, y la brisa fresca de la ciudad comenzaba a llenar el aire. Estaba absorta en mis pensamientos cuando Enzo se sentó a mi lado, con una mirada que conocía perfectamente. Era esa mezcla de preocupación y determinación que siempre mostraba cuando sabía que algo me estaba afectando profundamente.
—Hil… —comenzó, pero lo interrumpí antes de que continuara.
—No quiero hablar sobre lo que sucedió ahora —dije, sabiendo exactamente a qué se refería. No estaba lista para enfrentar esos sentimientos todavía.
—Sabes que tenemos que hablar sobre ello —insistió Enzo, señalando lo obvio. Sus ojos mostraban comprensión, pero también una firmeza que me recordaba que no podía evitar esta conversación para siempre.
—Lo sé, pero estoy demasiado cansada para hablarlo ahora. Mejor dejemos este tema para la noche —respondí, sintiendo el peso del cansancio en cada palabra. El día había sido emocionalmente agotador, y la perspectiva de revivir esos momentos me parecía abrumadora.
—¿Qué te parece si le pedimos a tus padres que cuiden a Oliver esta noche? Tú y yo podríamos ir a un bar que vi cerca y hablar tranquilamente —sugirió Enzo, su voz suave y tranquilizadora. Sabía que necesitaba un espacio para desahogarme y procesar lo que había pasado.
—Me parece bien. Les preguntaré en cuanto lleguen —dije, aceptando su propuesta. Necesitaba un respiro y un momento a solas para poner mis pensamientos en orden.
—Bene —respondió, levantándose y dándome un beso en la frente antes de dirigirse a la cocina. Su gesto me recordó cuánto lo apreciaba y lo afortunada que era de tener a alguien como él en mi vida.
Cuando mis padres llegaron con la última caja, les pregunté si podían cuidar a Oli para que Enzo y yo pudiéramos salir un rato. Aceptaron de inmediato, sabiendo que necesitaba hablar sobre lo sucedido hoy. Después de cinco años, ver al padre de tu hijo en su fiesta de cumpleaños es un golpe considerablemente duro. Sus expresiones de preocupación y apoyo me reconfortaron un poco, recordándome que no estaba sola en esto.
Alrededor de una hora antes de las siete de la noche, comencé a arreglarme con calma, tratando de despejar mi mente de los pensamientos y emociones que se acumulaban. Sabía que la noche sería crucial, una conversación que había evitado por tanto tiempo estaba finalmente a punto de suceder. Opté por un pantalón de cuerina negro, cuya textura suave y ajustada me daba confianza. Lo combiné con un crop top rojo que resaltaba con mi tono de piel, y un maquillaje sencillo que no ocultaba mis rasgos, pero los realzaba suavemente. Al final, me decidí por unos tacones bajos, cómodos pero elegantes, ya que no quería ir con zapatos cerrados que pudieran resultarme incómodos.
Diez minutos antes de las siete, tocaron a la puerta de mi cuarto. Al abrir, encontré a Enzo, mi mejor amigo, con una sonrisa ansiosa en el rostro. Su entusiasmo era contagioso y, aunque sabía que la conversación pendiente no sería fácil, me sentí un poco más ligera al verlo.
—¿Lista para salir? —preguntó con una sonrisa amplia, sus ojos brillando con esa mezcla de comprensión y apoyo que siempre me ofrecía.
—Lista —respondí, tomando mi bolso y sintiendo una mezcla de anticipación y nerviosismo por lo que estaba por venir.
Caminamos juntos hacia la puerta, donde mis padres se encontraban jugando con Oliver. Al vernos, mi madre se levantó y nos sonrió.
—Diviértanse, no se preocupen por Oli. Nosotros nos encargamos —dijo, guiñándome un ojo, lo que me hizo sentir un poco más tranquila.
—Gracias, mamá. Nos vemos más tarde —respondí, dándole un abrazo rápido antes de salir.
El clima afuera estaba fresco, con una ligera brisa que hacía agradable el caminar. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, y el bullicio de Manhattan se sentía más vibrante que nunca. Enzo y yo caminábamos en silencio, disfrutando del momento y del aire libre después de un día tan lleno de emociones.
—¿Dónde está ese bar del que hablabas? —le pregunté, tratando de romper el silencio.
—No está muy lejos. Lo vi la otra noche cuando venía hacia tu departamento. Es pequeño pero acogedor, justo lo que necesitamos para tener una buena conversación —respondió, señalando hacia una calle cercana.
Al doblar la esquina, vi el bar al que se refería. Era un lugar con una fachada discreta, pero con un aire acogedor que me hizo sentir curiosidad. Tenía un letrero de neón que decía "The Cozy Corner" y una pequeña terraza con mesas y sillas de metal forjado.