Hilary Russo
11 de enero, 2023
Estamos a media semana y yo estoy a punto de volverme loca. El sábado tenemos una exposición de arte en el museo, una invitación de Eduardo que ha sido una mezcla de honor y presión. La preparación ha sido una maratón de estrés y creatividad, especialmente porque no solo estamos seleccionando los cuadros de los estudiantes que van a participar, sino que también se exhibirán algunos de mis propios cuadros por petición especial de Eduardo.
La responsabilidad de presentar nuevas obras me ha mantenido despierta hasta altas horas de la noche durante las últimas dos semanas. Me he pasado prácticamente todo el tiempo en mi estudio, rodeada de pinceles, lienzos y botes de pintura. La presión de querer mostrar algo verdaderamente impactante me ha llevado a un frenesí creativo. En total, he finalizado ocho cuadros que serán revelados el día de la exposición, junto con las obras de los estudiantes.
El tema de la exposición es blanco y negro, lo que me ha obligado a explorar diferentes técnicas y contrastes para transmitir emociones y conceptos con una paleta limitada. Sin embargo, tengo una sorpresa planeada como el cuadro central de mi presentación. Esta obra es diferente, y he estado trabajando en ella con una intensidad especial, deseando que cause una fuerte impresión en los asistentes.
El reloj sigue avanzando y, a medida que se acerca el sábado, mi ansiedad aumenta. Cada detalle cuenta y cada pincelada debe ser perfecta. Siento el peso de las expectativas, no solo de los asistentes, sino también de mis propios estándares.
Esa tarde, decidí tomarme un pequeño descanso y salir al balcón para respirar aire fresco. La vista de la ciudad desde aquí siempre me ha inspirado, con sus luces y sombras que se extienden hasta el horizonte. Pero hoy, todo lo que puedo pensar es en los cuadros y en cómo serán recibidos.
De repente, mi teléfono vibró con un mensaje de Eduardo. "¿Todo listo para el sábado?" leí en la pantalla. Sentí un nudo en el estómago, pero respondí con un breve "Sí, casi todo listo."
Volví al estudio, decidida a dar los últimos toques a la obra central. La pieza estaba cubierta con una tela blanca, esperando su momento de revelación. Me acerqué y, con cuidado, ajusté algunos detalles, añadiendo sombras y luces para realzar el contraste. Cada trazo de pincel parecía tener vida propia, y me sentí atrapada en el proceso, como si el cuadro me estuviera guiando.
El sonido de la puerta del estudio abriéndose me sacó de mi concentración. Enzo entró con una taza de café caliente y una sonrisa tranquilizadora.
—Pensé que podrías necesitar esto —dijo, extendiéndome la taza.
—Gracias, lo necesitaba —respondí, aceptando el café y dando un sorbo. El calor del líquido me reconfortó y me ayudó a relajarme un poco.
—He estado viendo tus obras —continuó Enzo, mirando alrededor del estudio. —Son impresionantes. Estoy seguro de que serán un éxito el sábado.
—Espero que sí. Estoy muy nerviosa —admití, sintiendo que podía confiar en él en ese momento.
Enzo se acercó y puso una mano en mi hombro. —Lo harás bien. Siempre lo haces.
Su apoyo significaba mucho para mí. Nos quedamos un momento en silencio, disfrutando de la calma antes de la tormenta que sería la exposición. Finalmente, Enzo rompió el silencio.
—¿Puedo ver la sorpresa? —preguntó con curiosidad.
—Claro —dije, retirando la tela blanca que cubría la obra central. —Aquí está.
Enzo se quedó mirando el cuadro por un momento, sus ojos recorriendo cada detalle. —Es... increíble. No puedo esperar a ver la reacción de todos.
Su entusiasmo me dio un impulso de confianza. Sabía que había hecho algo especial, algo que podría sorprender y emocionar a los asistentes. Pero también sabía que quedaban muchas cosas por hacer antes del sábado.
Las siguientes horas pasaron en un torbellino de actividad. Terminé de ajustar los últimos detalles de mis cuadros, mientras que Enzo me ayudó a organizar y revisar los trabajos de los estudiantes. Cada cuadro tenía que ser perfectamente presentado, cada etiqueta correctamente colocada. El tiempo se escurría entre nuestras manos, pero con cada minuto que pasaba, sentía que estábamos más cerca de estar listos.
Cuando finalmente terminamos, me dejé caer en una silla, exhausta pero satisfecha. Miré a Enzo, que estaba tan cansado como yo, pero con una sonrisa en su rostro.
—Lo hicimos —dije, casi sin poder creerlo.
—Sí, lo hicimos —respondió él, sentándose a mi lado. —Ahora solo queda esperar.
El sábado estaba a la vuelta de la esquina, y con él, la culminación de semanas de trabajo duro y dedicación. Estaba lista para enfrentar lo que viniera, segura de que había dado lo mejor de mí.
La noche avanzaba y mientras terminábamos de organizar los detalles finales, sentí una mezcla de agotamiento y excitación. De repente, Enzo se levantó y se acercó a la ventana, mirando pensativo hacia la ciudad.
—He estado pensando... —dijo, rompiendo el silencio.
—¿En qué? —pregunté, levantando la vista de los documentos que estaba revisando.
—En cómo todo esto ha cambiado en tan poco tiempo. Recuerdo cuando empezaste, llena de sueños y con tantas dudas. Mírate ahora, a punto de deslumbrar a todos con tu talento.
Me sonrojé un poco ante sus palabras. —No lo habría logrado sin tu apoyo, Enzo. Has estado a mi lado en cada paso.
Enzo sonrió y se acercó de nuevo, sentándose frente a mí. —Siempre estaré a tu lado, no lo olvides.
Su sinceridad me conmovió profundamente. Sabía que, sin importar lo que ocurriera en la exposición, tenía a alguien en quien podía confiar. Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad de la noche y la certeza de que, pase lo que pase, habíamos dado nuestro mejor esfuerzo.
El sábado llegó rápidamente, y desde temprana hora, mis empleados se encontraban corriendo de un lado a otro, ocupados con los últimos detalles para la exposición que comenzaría a las dos de la tarde. Habíamos trasladado con sumo cuidado todas las obras desde la galería Lirios Russo hasta el Museo Central de Nueva York desde la madrugada.