Hilary Russo
Había llegado lo inevitable. Podía haberme negado, claro está. Podía haber esquivado la realidad, cerrar los ojos y dejar que el tiempo siguiera su curso sin enfrentar lo que había estado evitando durante tanto tiempo. Pero algo dentro de mí, un eco persistente de curiosidad y necesidad de cerrar capítulos abiertos, seguía buscando respuestas, sin importar que hubieran pasado cinco años desde la última vez que nos vimos.
No sé qué me sorprendió más: verlo aquí o el hecho de que comprara la pieza principal de esta exposición, mi pieza.
Lo que nadie sabe sobre ese cuadro es que me retrataba cuando estaba embarazada de Oliver. Durante siete meses dejé de ir a aquel lago por los recuerdos que me traían, pero casi llegando a los nueve meses de embarazo me decidí a ir. Fue como si liberara todas las penas que llevaba dentro de mí durante esos meses. Y como en cada cuadro que hago, al reverso de la pintura se encuentra un poema que me inspiró a crearla o, en todo caso, lo que me hacía sentir mientras la pintaba.
En el lago de lirios
En un lago de Italia, sereno y callado,
una pintora embarazada, de lirios rodeada,
traza su tristeza en el lienzo deseado,
con pinceladas de un amor olvidado.
Su vientre redondeado, promesa de vida,
pero su corazón late en pena escondida,
cada trazo es un eco de su alma herida,
en un mar de soledad, su ser se diluida.
Los lirios susurran en el viento suave,
pero en su pecho, un vacío grave,
la paleta no puede sanar ni un ave,
su pintura es un lamento que no cabe.
El sol se oculta, sombras en su cara,
y en el reflejo del agua, su mirada clara,
una mujer soñando, en su pena rara,
en un lago de Italia, su alma vagaba.
Después de la subasta, cuando me pidió hablar, le dije con cierta frialdad que lo haríamos hasta que todo esto terminara, casi con la esperanza secreta de que se cansara y desistiera antes de llegar al final. Pero a medida que la última persona abandonaba la sala y el eco de las conversaciones se desvanecía, solo quedábamos nosotros dos. Él, en una esquina apartada, recostado contra la pared, con la mirada clavada en mí.
No pude evitar notar cómo los años habían pasado para él. Aunque aún joven, unas canas asomaban tímidamente en los costados de su cabello, un recordatorio sutil pero tangible de su herencia paterna. Su presencia allí, en silencio, pero observándome con intensidad, me hizo replantear todo lo que creía haber dejado atrás.
Mis pasos hacia él fueron lentos y llenos de una mezcla de emociones encontradas. La tensión en el aire era palpable, casi tangible, como si el tiempo se hubiera detenido solo para nosotros dos en ese momento crucial. Mi corazón latía con fuerza, recordándome que algunos lazos nunca se rompen por completo, incluso cuando intentamos enterrarlos bajo años de distancia emocional.
Cada detalle de esa caminata hacia él se grabó en mi memoria: el susurro de mis tacones sobre el suelo de mármol, el murmullo lejano de la gente que se alejaba, el leve zumbido de las luces de la galería. Cuando finalmente me detuve frente a él, sentí que estaba al borde de un precipicio, mirando hacia un abismo de recuerdos y emociones que había tratado de evitar.
—¿Qué es lo que quieres, Liam? —pregunté, mi voz apenas un susurro, pero cargada de la fuerza de años de preguntas no respondidas.
La pregunta resonó en el espacio entre nosotros, un puente frágil tendido sobre aguas turbulentas de recuerdos y palabras no dichas. Estábamos en la encrucijada de lo que podría ser el final definitivo o la apertura de un nuevo capítulo, pero eso solo el tiempo y nuestras palabras podían revelarlo.
Él me miró con esos ojos que siempre habían sido un enigma para mí, y durante un momento que pareció eterno, no dijo nada. Finalmente, exhaló profundamente, como si hubiera estado conteniendo el aliento durante todo ese tiempo.
Al final me invitó a un restaurante cercano para hablar con mayor privacidad. Acepté, aunque con una mezcla de nervios y curiosidad. El lugar era acogedor, con una iluminación tenue que daba cierta sensación de intimidad, perfecto para una conversación largamente esperada pero temida al mismo tiempo.
Mientras nos acomodábamos, noté cómo sus manos temblaban ligeramente al desplegar la servilleta en su regazo. Intenté ocultar mi propia ansiedad detrás de una expresión serena, pero no pude evitar sentir cómo el peso de los últimos cinco años se cernía sobre nosotros.
Después de que hicimos nuestros pedidos y el camarero se retiró, Liam rompió el silencio con una pregunta que no esperaba.
—¿Qué has hecho en todos estos años, Hilary? —preguntó, su voz cargada de curiosidad y una pizca de sorpresa.
Sus palabras me sorprendieron. Durante los años que estuvimos separados, había construido una vida propia, una vida que nunca había esperado que él presenciara.
—He seguido adelante con mi vida —respondí, tratando de mantener la calma mientras evocaba los eventos de los últimos años—. Soy la dueña de Lirios Russo.
La sorpresa parpadeó en sus ojos por un breve instante antes de que pudiera ocultarla. Era evidente que no esperaba esa revelación.
—¿La empresa Lirios Russo? —murmuró, como si estuviera procesando la información—. Eso es impresionante, Hilary.